Toda
tragedia, al margen de los daños que ocasiona, puede servir como una llamada de
atención para nuestras conciencias adormiladas, con frecuencia sumidas en la
incertidumbre. Igual ha ocurrido en el caso del devastador incendio de la
catedral de Notre Dame, monumento importante pero, ante todo, símbolo de la
Cristiandad durante siglos.
No es
de extrañar, por lo tanto, que los medios de comunicación hayan resaltado lo
que algunos han considerado signos providenciales. Entre ellos, la imagen de la
entrada de los bomberos en el interior del templo donde, en medio de la
desolación, refulgía la gran Cruz del presbiterio. “Stat
crux dum volvitur orbis” (La cruz permanece mientras el
mundo da vueltas) como señalaba Infovaticana.
Pero
especial impacto ha tenido la heroica actuación del capellán de los bomberos de
París, el P. Jean-Marc Fournier, quien cuando las llamas parecían ser
incontrolables no dudó en arriesgar su vida para salvar el Santísimo Sacramento
y la Corona de Espinas. No es un hombre cualquiera, pues se trata de un antiguo
capellán militar que dejó muestras de comportamiento en los frentes de la
batalla y en tragedias recientes como el atentado de la sala de conciertos
Bataclan.
El
Santísimo y la Corona de Espinas se encontraban en una de las capillas de la
girola, en la zona más expuesta, al fondo de la catedral, pero el P. Fournier
llegó hasta allí para hacerse cargo del Cuerpo de Cristo que es lo que da
sentido a un templo cristiano y, al mismo tiempo, salvar esa preciada reliquia.
Pues
no debemos olvidar que la Corona de Espinas, aunque desde el punto de vista
espiritual no puede ser comparada con el Misterio de la Eucaristía, tiene un
enorme valor simbólico. Para venerarla se construyó la Sainte Chapelle, esa
maravilla del arte gótico, hoy dentro del recinto del Palacio de Justicia. La
reliquia cuya propiedad fue atribuida a la Iglesia Católica, en virtud del
Concordato con la Santa Sede, se conserva ahora en Notre Dame, siendo expuesta
en determinados días del año, uno de los cuales es precisamente el Viernes
Santo, siempre acompañada por los caballeros del Santo Sepulcro.
Y
otras imágenes impresionantes han sido las de esos jóvenes, arrodillados frente
a las llamas, llorando y rezando. Uno de los medios ponía de relieve que, si
bien en los últimos tiempos, ha habido expresiones públicas de religiosidad en
las calles, la espontaneidad de esta última ha conmocionado muchas conciencias,
haciendo concebir la esperanza de que, en los momentos de desolación, no todo
está perdido sino que, por el contrario, las tragedias pueden actuar como
necesario revulsivo.
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