El 30 de enero de 1598 nació en nuestra ciudad D. Dionisio de Aibar Litago, siendo bautizado en la parroquia de San Bartolomé. Miembro de una ilustre familia con casas en Magallón y Borja.
Cursó estudios eclesiásticos y, tras ser
ordenado sacerdote, llegó
a ser canónigo de la colegiata de Santa María de Borja, donde podía haber
llevado una apacible vida de no ser por su inclinación a realizar conjuros y
exorcismos.
Aquí comenzó a poner en
práctica sus dotes, logrando apaciguar tormentas e, incluso, expulsar el
demonio del cuerpo de un fraile de San Francisco que, nada más verlo entrar en
la celda, comenzó a gritar diciendo: “Quitadme de aquí a éste, que ha de ser el
azote del infierno”.
D.
Dionisio era un hombre bueno y piadoso que, jaleado por sus paisanos, tomó
conciencia de sus poderes y el número de prodigios que obraba fue creciendo. Se
decía que, con solo mirarlos a la cara, podía identificar a los hechiceros.
También podía predecir el día y la hora en que fallecerían los que se cruzaban
con él, lo que no siempre era bien aceptado por todos, a pesar de lo cual sus
pronósticos se cumplían inexorablemente.
No
sabemos si, por desear ampliar el campo de su actuación o por razones meramente
pastorales, se estableció en Madrid, donde continuó realizando exorcismos, tan
celebrados que se su fama despertó el interés de los Reyes.
A
finales de julio de 1639, estaba realizando unos exorcismos, en la iglesia de
Santa Catalina (pudo ser la del desaparecido convento de Santa Catalina de
Siena o la existente en la actual Alameda de Osuna), a una mujer llamada
Catalina Manzano. El demonio se resistía, porque no era uno cualquiera el que
se había apoderado de la desgraciada, sino el propio Satanás quien, con cinco
legiones de subalternos.
En sus
prácticas andaba el clérigo borjano cuando los monarcas manifestaron su deseo
de asistir y, acompañados por el conde-duque de Olivares y otros altos
dignatarios, fueron hasta la iglesia, tras haberle enviado la comida de aquel
día, que no probó, pues mientras realizaba los exorcismos solía ayunar.
A las
cuatro y media de la tarde, comenzó una nueva sesión, con escasos resultados.
Le ayudaba otro sacerdote menos práctico que prefería abofetear a la
endemoniada, con tanto vigor que su cuñada decidió llevársela a casa. Como los
reyes, habían venido a ver actuar a D. Dionisio, el conde de Barajas le rogó
que volviera a ocuparse de nuevo del exorcismo, reemplazando a su inexperto
ayudante.
El
demonio, sometido a los poderes del clérigo borjano, comenzó a agitarse en el
interior de su víctima que cayó a tierra sin sentido. Al volver en sí, entre
temblores y convulsiones, D. Dionisio se percató de que el demonio quería
hablar y le ordenó hacerlo.
Fue
entonces cuando se produjo la hecatombe, pues a Satanás le dio por profetizar
el futuro de la monarquía: “Felipe, Felipe, Felipe: cree aunque soy demonio...
No tomes las armas porque te has de ver muy apretado y has de tener mucha
ruina. Y todo lo que te hacen creer, te lo entretienen con pasatiempos y
comedias”.
En sus
prácticas andaba el clérigo borjano cuando los monarcas manifestaron su deseo
de asistir y, acompañados por el conde-duque de Olivares y otros altos
dignatarios, fueron hasta la iglesia, tras haberle enviado la comida de aquel
día, que no probó, pues mientras realizaba los exorcismos solía ayunar.
A las
cuatro y media de la tarde, comenzó una nueva sesión, con escasos resultados.
Le ayudaba otro sacerdote menos práctico que prefería abofetear a la
endemoniada, con tanto vigor que su cuñada decidió llevársela a casa. Como los
reyes, habían venido a ver actuar a D. Dionisio, el conde de Barajas le rogó
que volviera a ocuparse de nuevo del exorcismo, reemplazando a su inexperto
ayudante.
El
demonio, sometido a los poderes del clérigo borjano, comenzó a agitarse en el
interior de su víctima que cayó a tierra sin sentido. Al volver en sí, entre
temblores y convulsiones, D. Dionisio se percató de que el demonio quería
hablar y le ordenó hacerlo.
Fue
entonces cuando se produjo la hecatombe, pues a Satanás le dio por profetizar
el futuro de la monarquía: “Felipe, Felipe, Felipe: cree aunque soy demonio...
No tomes las armas porque te has de ver muy apretado y has de tener mucha
ruina. Y todo lo que te hacen creer, te lo entretienen con pasatiempos y
comedias”.
La denuncia contra nuestro paisano fue
presentada ante el Tribunal de la Inquisición de Toledo, diócesis a la que
entonces pertenecía Madrid, acusando de superchería a D. Dionisio, pero, por
razones no conocidas, el procedimiento no siguió adelante en aquellos momentos.
Sin
embargo, en 1645, volvió a retomarse. No deja de ser llamativo que ello
ocurriera poco después del fallecimiento del conde duque de Olivares, ya caído
en desgracia. Pero lo cierto es que D. Dionisio fue llevado preso a las
“cárceles de familiares” de la Inquisición en Madrid.
Conviene señalar que había tres tipos de
cárceles: Las llamadas “secretas” en las que se encerraba a los reos procesados
en régimen de incomunicación y extremo rigor; las “perpetuas” para los ya
condenados a pena de prisión” y las de “familiares” a las que eran conducidos
los “familiares” o funcionarios de la Inquisición, en caso de ser procesados,
los cuales disfrutaban de un trato mejor que los otros reos. En este sentido,
el exorcista borjano disfrutó de ciertas ventajas, aunque debió permanecer preso
durante más de un año.
Hemos podido estudiar con
detenimiento el procedimiento que le fue incoado por curaciones supersticiosas,
en el que se le denomina D. Dionisio Aybar y Borja, aunque su segundo apellido
no era ese. Sí se hace mención a su condición de “canónigo de Borja”, aunque
residente en Madrid.
Se
trata de un voluminoso legajo que incluye las denuncias de 1640 y los nuevos
testimonios recabados en 1645 que, en realidad y con indudable imprecisión, se
centran en las prácticas que realizaba el encausado para curar todo tipo de
enfermedades.
Porque,
D. Dionisio era un ingenuo, obsesionado con sus poderes no sólo para expulsar
demonios, sino para curar las más diversas dolencias, entre ellas los males de
orina que atribuía a demonios en forma de gusanos o serpientes que obstruían
las vías urinarias. Lo hacía de manera desinteresada por lo que su conducta
podría ser calificada ahora de intrusismo profesional.
Así lo
debieron entender también los miembros del Tribunal en su condena que. como
puede verse en el folio que reproducimos, fue extremadamente benévola, quedando
limitada a ser reprendido gravemente y a ser desterrado a seis leguas de los
límites de la diócesis de Toledo por un período de ocho años, prohibiéndole que
realice exorcismos “ni trate de curar a nadie de ninguna enfermedad”, so pena
de ser castigado.
Por el momento, nada sabemos del final de nuestro exorcista que, en el momento de la condena estaba a punto de cumplir 67 años, una edad avanzada para la época.
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