jueves, 30 de enero de 2025

Sobre un exorcista borjano

 

         El 30 de enero de 1598 nació en nuestra ciudad D. Dionisio de Aibar Litago, siendo bautizado en la parroquia de San Bartolomé. Miembro de una ilustre familia con casas en Magallón y Borja.

 

         Cursó estudios eclesiásticos y, tras ser ordenado sacerdote, llegó a ser canónigo de la colegiata de Santa María de Borja, donde podía haber llevado una apacible vida de no ser por su inclinación a realizar conjuros y exorcismos.   

Aquí comenzó a poner en práctica sus dotes, logrando apaciguar tormentas e, incluso, expulsar el demonio del cuerpo de un fraile de San Francisco que, nada más verlo entrar en la celda, comenzó a gritar diciendo: “Quitadme de aquí a éste, que ha de ser el azote del infierno”.

         D. Dionisio era un hombre bueno y piadoso que, jaleado por sus paisanos, tomó conciencia de sus poderes y el número de prodigios que obraba fue creciendo. Se decía que, con solo mirarlos a la cara, podía identificar a los hechiceros. También podía predecir el día y la hora en que fallecerían los que se cruzaban con él, lo que no siempre era bien aceptado por todos, a pesar de lo cual sus pronósticos se cumplían inexorablemente.

         No sabemos si, por desear ampliar el campo de su actuación o por razones meramente pastorales, se estableció en Madrid, donde continuó realizando exorcismos, tan celebrados que se su fama despertó el interés de los Reyes.

 


         A finales de julio de 1639, estaba realizando unos exorcismos, en la iglesia de Santa Catalina (pudo ser la del desaparecido convento de Santa Catalina de Siena o la existente en la actual Alameda de Osuna), a una mujer llamada Catalina Manzano. El demonio se resistía, porque no era uno cualquiera el que se había apoderado de la desgraciada, sino el propio Satanás quien, con cinco legiones de subalternos.

 

         En sus prácticas andaba el clérigo borjano cuando los monarcas manifestaron su deseo de asistir y, acompañados por el conde-duque de Olivares y otros altos dignatarios, fueron hasta la iglesia, tras haberle enviado la comida de aquel día, que no probó, pues mientras realizaba los exorcismos solía ayunar.

         A las cuatro y media de la tarde, comenzó una nueva sesión, con escasos resultados. Le ayudaba otro sacerdote menos práctico que prefería abofetear a la endemoniada, con tanto vigor que su cuñada decidió llevársela a casa. Como los reyes, habían venido a ver actuar a D. Dionisio, el conde de Barajas le rogó que volviera a ocuparse de nuevo del exorcismo, reemplazando a su inexperto ayudante.

         El demonio, sometido a los poderes del clérigo borjano, comenzó a agitarse en el interior de su víctima que cayó a tierra sin sentido. Al volver en sí, entre temblores y convulsiones, D. Dionisio se percató de que el demonio quería hablar y le ordenó hacerlo.

         Fue entonces cuando se produjo la hecatombe, pues a Satanás le dio por profetizar el futuro de la monarquía: “Felipe, Felipe, Felipe: cree aunque soy demonio... No tomes las armas porque te has de ver muy apretado y has de tener mucha ruina. Y todo lo que te hacen creer, te lo entretienen con pasatiempos y comedias”.


         En sus prácticas andaba el clérigo borjano cuando los monarcas manifestaron su deseo de asistir y, acompañados por el conde-duque de Olivares y otros altos dignatarios, fueron hasta la iglesia, tras haberle enviado la comida de aquel día, que no probó, pues mientras realizaba los exorcismos solía ayunar.

         A las cuatro y media de la tarde, comenzó una nueva sesión, con escasos resultados. Le ayudaba otro sacerdote menos práctico que prefería abofetear a la endemoniada, con tanto vigor que su cuñada decidió llevársela a casa. Como los reyes, habían venido a ver actuar a D. Dionisio, el conde de Barajas le rogó que volviera a ocuparse de nuevo del exorcismo, reemplazando a su inexperto ayudante.

         El demonio, sometido a los poderes del clérigo borjano, comenzó a agitarse en el interior de su víctima que cayó a tierra sin sentido. Al volver en sí, entre temblores y convulsiones, D. Dionisio se percató de que el demonio quería hablar y le ordenó hacerlo.

         Fue entonces cuando se produjo la hecatombe, pues a Satanás le dio por profetizar el futuro de la monarquía: “Felipe, Felipe, Felipe: cree aunque soy demonio... No tomes las armas porque te has de ver muy apretado y has de tener mucha ruina. Y todo lo que te hacen creer, te lo entretienen con pasatiempos y comedias”.


          La denuncia contra nuestro paisano fue presentada ante el Tribunal de la Inquisición de Toledo, diócesis a la que entonces pertenecía Madrid, acusando de superchería a D. Dionisio, pero, por razones no conocidas, el procedimiento no siguió adelante en aquellos momentos.

 

         Sin embargo, en 1645, volvió a retomarse. No deja de ser llamativo que ello ocurriera poco después del fallecimiento del conde duque de Olivares, ya caído en desgracia. Pero lo cierto es que D. Dionisio fue llevado preso a las “cárceles de familiares” de la Inquisición en Madrid.

          Conviene señalar que había tres tipos de cárceles: Las llamadas “secretas” en las que se encerraba a los reos procesados en régimen de incomunicación y extremo rigor; las “perpetuas” para los ya condenados a pena de prisión” y las de “familiares” a las que eran conducidos los “familiares” o funcionarios de la Inquisición, en caso de ser procesados, los cuales disfrutaban de un trato mejor que los otros reos. En este sentido, el exorcista borjano disfrutó de ciertas ventajas, aunque debió permanecer preso durante más de un año.

 

Hemos podido estudiar con detenimiento el procedimiento que le fue incoado por curaciones supersticiosas, en el que se le denomina D. Dionisio Aybar y Borja, aunque su segundo apellido no era ese. Sí se hace mención a su condición de “canónigo de Borja”, aunque residente en Madrid.

         Se trata de un voluminoso legajo que incluye las denuncias de 1640 y los nuevos testimonios recabados en 1645 que, en realidad y con indudable imprecisión, se centran en las prácticas que realizaba el encausado para curar todo tipo de enfermedades.

 

         Porque, D. Dionisio era un ingenuo, obsesionado con sus poderes no sólo para expulsar demonios, sino para curar las más diversas dolencias, entre ellas los males de orina que atribuía a demonios en forma de gusanos o serpientes que obstruían las vías urinarias. Lo hacía de manera desinteresada por lo que su conducta podría ser calificada ahora de intrusismo profesional.

         Así lo debieron entender también los miembros del Tribunal en su condena que. como puede verse en el folio que reproducimos, fue extremadamente benévola, quedando limitada a ser reprendido gravemente y a ser desterrado a seis leguas de los límites de la diócesis de Toledo por un período de ocho años, prohibiéndole que realice exorcismos “ni trate de curar a nadie de ninguna enfermedad”, so pena de ser castigado.

         Por el momento, nada sabemos del final de nuestro exorcista que, en el momento de la condena estaba a punto de cumplir 67 años, una edad avanzada para la época.

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