Rara
es la localidad en la que no ha florecido algún poeta aficionado cuya fecunda
producción suele dar a conocer en la prensa local o los programas de fiesta,
especializándose otros en los textos del dance o en las letras de jotas.
Es
cierto que, entre los cultivadores de este tipo de poesía, no faltan personas
de cierta cultura que hacen gala de un falso “populismo”, aunque en otros casos
se trata de gentes sin especial formación que llevados por su facilidad
versificadora han alcanzado cierto reconocimiento.
Uno
de ellos fue Vicente Pellicer, conocido como “El tío Mingocha”, nacido en Borja
y bautizado en la parroquia de San Bartolomé el 12 de septiembre de 1879. A su
afición poética unía la singularidad de su profesión, pues era sepulturero. De
él ya nos ocupamos en nuestro Diccionario
Biográfico y, recientemente, han llegado a nuestro poder varios recortes de
medios de comunicación regionales en los que se glosaba su figura.
Fue
autor de jotas, coplas y pequeños romances, aunque carecía de instrucción. “Poeta
y enterrador, en una sola pieza” era el título de uno de los artículos
recibidos en el que se inserta la semblanza que de él mismo compuso, en la que
sorprende por su conocimiento de autores clásicos y modernos:
Aunque yo escribo fábulas,
no me comparo con Fedro,
ni con Esopo ni Iriarte,
tampoco con Samaniego.
Esta gracia que yo tengo
sólo se la debo a Dios,
porque no he ido a la escuela
a aprender, ni una lección.
Desde que tuve nueve años
se me llevaron al campo,
así es que tengo los huesos
Más torcidos que un terranco.
De poeta tengo un poco,
nada más que aficionado;
de cien leguas de camino
con nenguno me comparo.
Si mueren muchos, contento;
si mueren pocos, también.
D.
José Cabezudo Astraín, que fue notario de Borja, también se hizo eco de este
personaje en un artículo titulado “Cementerios, lápidas y sepultureros”, aunque
no llegó a conocerlo. Allí contaba que sus principales momentos de inspiración
surgían entre los muros del cementerio, anotando sus poemas en unos cuadernos
que conservaba celosamente en su casa.
Afirmaba
que “tenía gracia de la buena, con tendencia a la mordacidad, al erotismo y al
humor negro. Una especie de Quevedo, encuadernado en rústica”. En una ocasión
tuvo que exhumar a un matrimonio que había conocido y, al encontrar sus cuerpos
momificados, no pudo evitar el colocarlos apoyados a un muro y, ante ellos,
escribir sus reflexiones en un papel:
He sacado matrimonios
de momias, tan bien formadas,
que los puse en la pared
y paice que festejaban.
Terminaba
José Cabezudo afirmando que “si el pintor Valdés Leal hubiera conocido a este
personaje no hubiera desperdiciado la ocasión de plasmar en el lienzo una
escena tan tremendamente macabra”.
Escribiendo
este comentario, nos han transcrito una copla que es difícil de entender si no
se conoce el lamentable estado de suciedad en que se encontraba la calle
citada:
Cuando voy para el Hortal,
y paso por los Claustrones
me entran ganar de sembrar
una banquera melones.
Hemos
reproducido la fotografía que le hizo Carceller y que ilustraba una de esas
reseñas periodísticas, a pesar de su escasa calidad, ya que no disponemos de
otras imágenes.
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