sábado, 11 de junio de 2016

El muerto era oriundo de Borja


            Este año se conmemora el IV Centenario del fallecimiento de D. Miguel de Cervantes Saavedra, acaecido en Madrid el 22 de abril de 1616. Con este motivo, han sido numerosos los homenajes tributados a la figura del genial escritor, autor de una obra que, como el Quijote, representó un hito en la historia de la Literatura universal.

            Lo que no podíamos imaginarnos es que en la vida de Cervantes existía un episodio que lo relaciona, aunque de forma  indirecta con Borja. Ha sido un lector de nuestro blog, el historiador y productor cinematográfico D. Dámaso Ezpeleta, quien nos ha facilitado los datos precisos para elaborar este artículo, sobre unos hechos que, aunque difundidos por los biógrafos del escritor, no mencionaban esa vinculación con nuestra ciudad que vamos a comentar.





            El episodio al que vamos a referirnos tuvo lugar durante la estancia de Cervantes en Valladolid, en aquellos momentos capital de la Corte, a donde había llegado en 1604, instalándose en un aposento o piso de las casas levantadas por el apoderado del Ayuntamiento, Juan de las Navas, frente al puente de madera que cruzaba el río Esgueva, afluente del Pisuerga, en una zona por la que estaba creciendo la ciudad, como consecuencia del crecimiento experimentado por la ciudad, tras su conversión en capital de la monarquía, por influencia del duque de Lerma.
            Le acompañaban su mujer Catalina de Salazar; sus hermanas Magdalena y Andrea; Constanza de Ovando, fruto de los amores entre Andrea y Nicolás de Ovando, con el que no llegó a casarse; y la hija del escritor, Isabel de Saavedra, hija al parecer de Ana Franca, con la que Cervantes había mantenido relaciones anteriormente y que se integró en ese clan de las “cervantas”, con el que, de forma un tanto despectiva, eran conocidas.
            Su permanencia en Valladolid respondía a un intento de mejorar su posición, intentando acelerar la publicación de la primera parte del Quijote y obtener otras ventajas, fruto de unas supuestas relaciones comerciales que es preciso inscribir en el marco de esas sombras que siguen cerniéndose sobre su vida, en contraposición con las innegables “luces” que cabe atribuirle en el ámbito literario.
            Viviendo en esa casa fue donde se vio envuelto en un turbio incidente que le llevó a visitar de nuevo la prisión, en este caso la de Valladolid, en donde ya habían sido encerrados, en el pasado, su padre y su abuelo.



            Todo comenzó, cuando en la noche del 27 de junio de 1605, desde la casa en la que residía Cervantes y otras personas, se escuchó la desesperada petición de ayuda de un hombre que había resultado herido, como consecuencia de una pelea suscitada a orillas del Esgueva, junto a ese puentecillo al que hemos hecho referencia.
            El primero en acudir a los gritos de socorro fue un clérigo que vivía con su madre Dª Luisa Montoya y sus hermanos en el mismo edificio que Cervantes, llevando al herido a su aposento. Lógicamente, el suceso movilizó a todos los habitantes del inmueble que, siguieron de cerca los ulteriores acaecimientos. Poco después llegó el cirujano D. Sebastián Macías, que se percató de la gravedad de las heridas, y a continuación el sacerdote D. Pablo Bravo de Sotomayor que oyó en confesión a la víctima, la cual falleció al amanecer del día 29, sin haber aclarado las circunstancias del lance en el que se había visto envuelto y asistido hasta sus últimos momentos por Magdalena de Cervantes, a quien donó un vestido de seda.
            Ya al amanecer del día 28 se había personado en el edificio el Juez de Casa y Corte D. Cristóbal de Villarroel, acompañado por dos corchetes (alguaciles) para instruir las oportunas diligencias, tomando declaración al herido, sin que lograran obtener del mismo una declaración inculpatoria contra nadie, por lo que, tras su fallecimiento, ordenó el ingreso en prisión de todos los moradores de la casa, entre ellos Cervantes y sus mujeres, que permanecieron encarcelados 48 horas, pasando después a la situación de arresto domiciliario.
            En el atestado figuran las declaraciones de algunos testigos que llegaron a acusar a las “cervantas” de recibir visitas masculinas en su aposento, lo que naturalmente negaron las interesadas.
            Al final, el asunto quedó archivado sin ser identificado el culpable, al que algunos autores relacionan con el propio juez, siendo la causa una venganza derivada del trato que el muerto mantenía con su esposa.



            Veamos ahora quién era el hombre que fue a morir en el piso señalado con el nº 3 en esta excelente imagen, tomado del blog “Diario de a bordo”, que estaba situado frente al que ocupaban los Cervantes (el nº 2).
            Se trataba de D. Gaspar de Ezpeleta del Río, caballero de Santiago, y perteneciente a una distinguida familia navarra que había militado, en el pasado, en el bando de los agramonteses, siendo recompensados por Fernando el Católico.
            Su abuelo se llamaba  D. Gaspar de Ezpeleta que, tras la muerte de su primera esposa Dª Constanza de Guevara, contrajo nueva nupcias con Dª Gracia de Aguirre, natural de Borja, donde el nuevo matrimonio estableció su domicilio. En el expediente incoado para probar su infanzonía se hace constar expresamente que dicho Gaspar de Ezpeleta (abuelo) fue vecino de la ciudad de Borja. No obstante, en un momento determinado se trasladaron a Pamplona. Allí nació D. Matías de Ezpeleta y en la misma ciudad se casó con Dª Catalina del Río.
            El protagonista del suceso que nos ocupa no era un personaje cualquiera, pues había servido en el ejército de D. Alonso de Vargas, con motivo de la entrada que las tropas reales efectuaron en Aragón, en 1591, distinguiéndose en los enfrentamientos con las tropas llegadas a través del Pirineo, en 1592. Sirvió después en la campaña de Bretaña, a las órdenes de D. Juan del Águila, llegando a ser alférez de la compañía del capitán Ruy Díez de Linares, actuaciones que le valieron el hábito de la Orden de Santiago. En 1603, marchó a Flandes, estando presente en el socorro a La Esclusa y la toma de Ostende, a raíz de la cual volvió a España, en compañía de D. Ambrosio de Spínola.
            Fue entonces, cuando se estableció en Valladolid, intentando conseguir nuevas mercedes. Allí se significó por llevar una vida disipada, dilapidando buena parte de su fortuna y viéndose inmerso en diferentes aventuras amorosas que terminarían ocasionándole la muerte. Su principal amigo fue el capitán de la guarda de los archeros (que no es lo mismo que arqueros) del Rey D. Diego de Croy y Peralta, marqués de Falces, título concedido a sus antepasados por Fernando el Católico, para recompensar la fidelidad a su causa.
            Con el marqués pasó D. Gaspar el último día de su vida y, cuando tras cenar con él, se disponía a regresar a su alojamiento, se desencadenó la tragedia en la que perdió la vida este personaje, nieto de una dama borjana, a quien hoy hemos querido recordar.




            Solo nos queda recordar que aquella casa, en la que vivió Cervantes y en la que falleció nuestro protagonista, ha llegado hasta nuestros días, convertida en museo dedicado al gran escritor que, probablemente sin motivo, se vio envuelto en el incidente, lo que no es obstáculo para que alentara algunos aspectos oscuros que siempre le acompañaron en su trayectoria vital.

No hay comentarios:

Publicar un comentario