Poco
antes de las siete de la tarde del pasado sábado día 11, los vecinos de Añón y
muchos visitantes se fueron concentrando frente a la Casa Consistorial para
participar en la recreación del “Salto de la tía Duviges”, una ceremonia que ya
se ha convertido en habitual en los fines de Semana Cultural que, cada año,
organiza la Asociación Cultural “La Fragua”, en colaboración con el
Ayuntamiento de la localidad.
Amenizando
el acto el grupo de gaiteros “Alan Folk” de Tarazona, mientras una burra hacia
las delicias de los pequeños, deseosos de montar en ella. La presencia del
animal, sobre el que en anteriores ocasiones vimos cabalgar a la tía Duviges,
ahora cumplía un papel secundario.
Poco
después hizo su irrupción un personaje que dijo ser el poeta Gustavo Adolfo
Bécquer quien, tras saludar cordialmente a muchos de los presentes, relató que
se había desplazado expresamente desde el cercano monasterio de Veruela para
participar en el acto. Con auténtica emoción dio cuenta de su encuentro con una
bellísima añonera, de la que había quedado ciegamente enamorado, recitándole
alguna de sus rimas, sin obtener otra respuesta que la pedrada que le lanzó la
moza, ajena por completo a la profundidad de sus efusiones poéticas.
La
añonera, efectivamente, resultó de armas tomar como pudimos comprobar al verla llegar,
cantando con entusiasmo, al ritmo del “Viva España” su particular himno alusivo
al carácter de las mozas del lugar.
Puesta
en marcha la comitiva por las calles del municipio, de nuevo el poeta intentó
captar la atención de su amada pero, en esta ocasión, no sólo volvió a
encontrarse con su rechazo, sino que la añonera mostró su preferencia por un
atractivo joven, porque “olía a oveja y a estiércol”, mesándole su recortada
barba. Que el aludido fuera precisamente nuestro fotógrafo, el Dr. D. Miguel
Ángel Pallarés, provocó el entusiasmo de los presentes que le felicitaron efusivamente, por ese justo reconocimiento a sus méritos personales.
Junto
al hermoso arco correspondiente a una de las puertas del recinto murado,
Bécquer relató la historia de la tía Luviges. Fue una vecina de la localidad
que se despeñó desde lo alto del
roquedal sobre el que se asienta el casco urbano hasta el fondo del valle,
salvándose de un fatal desenlace al comportarse sus amplias faldas como un
improvisado paracaídas. Recuperada del susto, decidió reanudar sus trabajos
cotidianos y, dos días después, montó sobre su burra con una carga de leña,
para ir a venderla a Tarazona, con tan mala fortuna que un inesperado
movimiento del animal le hizo caer del mismo, falleciendo instantáneamente. La
que había logrado sobrevivir de su salto desde las alturas fue a morir de manera
inesperada, de resultas de un pequeño accidente, poniendo de manifiesto la
futilidad de nuestra existencia y, como en las antiguas leyendas orientales,
que nuestro encuentro con la muerte puede acontecernos en el momento más
inesperado.
Mientras
los gaiteros hacían sonar sus instrumentos, la tía Luviges inició su salto
hacia el abismo, entre la expectación de la concurrencia, que acogía con
muestras de alegría el desplegar de sus faldas, dejando a la vista su ropa
interior.
Una
vez en tierra, fueron muchos los niños que se acercaron a cumplimentarla, sin
muestra alguna de temor, sino todo lo contrario, lo cual resultaba llamativo.
En
un lugar cercano esperaba paciente la burra, a lomos de la cual inició el
regreso hasta el centro de la población, del que no tenemos imágenes, ya que
nuestro reportero se distrajo, probablemente afectado por los requiebros
recibidos de la bella añonera, poco antes.
Lo
que sí pudo fotografiar fueron los preparativos de la excelente merienda que,
al término del acto fue ofrecida a los asistentes, en la plaza de España y cuya
degustación compensaba sobradamente el desplazamiento a ese idílico lugar para
contemplar el salto y la magnífica representación de las dos actrices
turiasonenses que intervinieron en su desarrollo.
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