Los
maceros que acompañan al ayuntamiento con ocasión de las grandes celebraciones
son un símbolo de autoridad que, en Aragón, mantienen cuidadosamente las
antiguas ciudades del reino. En Borja, fueron creados el 24 de octubre de 1764,
a petición del corregidor y se acordó que su presentación pública tendría lugar
con ocasión de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, fiesta votada de la
ciudad, a la que hasta hace no mucho asistía el M. I. Ayuntamiento en
Corporación.
Sin
embargo, ese año no pudo celebrarse la fiesta en la fecha habitual, debido a un
conflicto suscitado con el cabildo de la colegial que había ganado un pleito,
en virtud del cual cuando hubiera sermón en Santa María, no se podía predicar
en otras iglesias. En principio, el Ayuntamiento decidió trasladar “su” fiesta
al día 9 de diciembre, pero esta decisión también suscitó la oposición del
cabildo, por lo que tuvo que ser suspendida. Se daba la circunstancia, además,
de que en la noche del 6 de diciembre hubo un atentado contra el corregidor, al
que se le disparó un tiro en el Campo del Toro, cuando circulaba por ese lugar,
acompañado por tres alguaciles. No hubo víctimas pero, a raíz del hecho, se
prohibió el uso de cualquier sombrero que no fuera de tres picos y el estar
parado en las calles, bajo pena de servir cinco años en los Reales Ejércitos o
la Armada.
Finalmente, la fiesta
de la Inmaculada pudo celebrarse en el convento de San Francisco pero el 22 de
enero de 1765 y ese día, entre la lógica expectación fueron presentados los
maceros. Para que la sorpresa fuera mayor se vistieron en el propio convento y
según se relata en las Actas municipales “llevaron las capas ocultas para que
antes de salir al público se ofrecieran a la Inmaculada, nuestra patrona”.
Los
trajes de Borja difieren de los de otras ciudades en las que se utiliza la
gramalla, esa vestidura larga, de grana o terciopelo carmesí sobre la que van
bordadas las armas de la respectiva localidad. Aquí, por el contrario se optó
por un traje que recuerda el de los antiguos alguaciles o agentes de la
autoridad. De hecho quienes las vestían eran “porteros” en la antigua acepción
que no era la actual, sino que sus funciones era la guardar las puertas con
autoridad y desempeñar cometidos que se aproximarían a los de ordenanzas. Los
primeros maceros tuvieron que jurar “defender la ciudad y estar prontos en caso
de guerras y turbulencias”.
Llevaban unas mazas de
plata que fueron robadas durante la Guerra de la Independencia, pero no por los
franceses, sino por la partida de guerrilleros que encabezaba D. Fidel Mallén,
alcalde de Illueca que, en octubre de 1811, realizó todo tipo de desmanes
durante su entrada en Borja. Desde entonces, como ya hemos comentado
recientemente, se usaron de madera hasta que, con ocasión del I Centenario de
la Virgen de la Peana, en 1889, se hicieron las actuales que, en el Entierro de
Cristo, al que pertenecen las fotografías que reproducimos, van enfundadas en lienzo negro, en señal de
luto. Sirva este artículo como homenaje a todas las personas que, en el
transcurso del tiempo, han desempeñado este cometido.
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