Con
ocasión de nuestra reciente estancia en Arras, tuvimos la oportunidad de
participar en las visitas programadas a algunos de los cementerios militares
del entorno de esa ciudad, donde están sepultados los soldados caídos en los
combates desarrollados en ese sector durante la I Guerra Mundial.
Hay
que tener en cuenta que esa zona fue escenario de violentos enfrentamientos
entre fuerzas alemanas y aliadas durante varios meses, en el transcurso de los
cuales se produjeron numerosas bajas. Conviene recordar que durante la Gran
Guerra se contabilizaron en torno a diez millones de muertos, a los que hay que
sumar unos ocho millones de desaparecidos, lo que da idea de su magnitud, sólo
superada por la II Guerra Mundial en la que hubo más de 60 millones de muertos.
En ninguno de estos dos conflictos participó España lo que nos permitió
permanecer al margen de esta terrible tragedia.
La
primera necrópolis que visitamos fue el cementerio alemán de Neuville-Saint-Vaast,
uno de los diez existentes en territorio francés de esa nación. Es el más
importante de todos ellos, dado que allí reposan 44.833 soldados, 8.040 de los
cuales no han sido identificados.
A la
entrada, presidida por una imagen de Cristo Resucitado se encuentran
depositados en un nicho los libros con los nombres y grado militar de todos los
enterrados allí, así como la ubicación de sus tumbas.
Cada
tumba está señalizada por una sencilla cruz metálica con los nombres de cuatro
fallecidos, dos en el anverso y otros dos en reverso. Intercaladas con ellas se
encuentra las lápidas con la estrella de David, correspondientes a los soldados
alemanes de confesión judía.
En el centro
de ese espacio de 8 hectáreas, donde se agrupan las tumbas, se levanta un
monumento con la inscripción “Ich hatt einen Kameraden (Yo tenía un camarada)”,
que hace referencia al himno fúnebre, con letra del poeta Johann Ludwig Uhland
(1787-1862), que sigue siendo interpretada por las actuales fuerzas alemanas.
Si
como afirmaba el Premio Nobel Albert Schweitzer “las tumbas de guerra
constituyen la mejor predicación para la paz”, este cementerio constituye un
elocuente ejemplo de ello, dado el respeto con el que se conservan las
sepulturas de quienes, en definitiva, habían atacado al país en el que se
conservan, así como por el hecho de que su cuidadoso aspecto obedece al trabajo
voluntario de jóvenes alemanes que, en colaboración con otros de diferentes
países realizan cada verano labores de mantenimiento.
Seguidamente
nos trasladaron al Memorial Nacional Canadiense de Vimy, el más importante de
los ocho monumentos de ese país erigidos en Europa como conmemoración a los
soldados fallecidos en la I Guerra Mundial. Los terrenos fueron donados a
perpetuidad a Canadá que volcó su principal esfuerzo constructivo en este
lugar, próximo a Vimy, escenario de una de las más importantes batallas en las
que participaron las tropas canadienses.
Tras
visitar el Centro de Interpretación y acogida accedimos al campo de batalla,
cuya orografía da idea de la magnitud de los combates librados entre abril y
mayo de 1917 en ese lugar, con el propósito de capturar la cresta de Vimy en
los que llegó a haber 5.000 bajas diarias.
El
terreno muestra los cráteres producidos por los impactos de la artillería y
está cruzado por numerosas trincheras, algunas de las cuales pueden recorrerse,
ya que han sido reconstruidas con bloques de hormigón, simulando sacos
terreros.
Pero
lo más impresionante es el gigantesco memorial que se alza sobre la colina y
que está dedicado a los 66.000 canadienses muertos en la guerra y, de manera
especial, a los 11.285 soldados cuyos cuerpos no fueron localizados.
Los
nombres de todos ellos están grabados en torno al monumento y los familiares
depositan ofrendas simbólicas junto a los de sus allegados. Adoptan la forma de
amapola cuyo origen parte de un poema del teniente coronel médico canadiense John
McRae, titulado “En los campos de Flandes”, en el que se dice: “En los campos de
Flandes las amapolas crecen entre la hilera de cruces, que marcan nuestro
lecho; y en el cielo las alondras, aún cantan valientemente…”.Por eso, cada 11
de noviembre, los ciudadanos británicos recuerdan a sus soldados muertos
colocándose una amapola de papel en la solapa.
El
monumento de considerable altura es obra del escultor y arquitecto canadiense
Walter Seymour Allward, ganador del concurso convocado al efecto. Sus dos
pilares representan a Francia y Canadá y comenzó a construirse en 1925, siendo
inaugurado por Eduardo VIII el 26 de julio de 1936, en presencia del Presidente
de Francia Albert Lebron y 50.000 veteranos canadienses y franceses que se
dieron cita en ese lugar con sus familias.
Frente
al memorial, orientada hacia los campos de Lens se levanta la imagen de una
mujer velada que representa a la joven nación que llora por sus hijos muertos y
que lleva por título “Canada Mourning (Luto de Cánada)”.
La
última visita fue a la necrópolis nacional de Nuestra Señora de Loreto, situada
en la colina del mismo nombre que entre octubre de 1914 y octubre de 1915 fue
escenario de violentos combates en los que murieron alrededor de 100.000
hombres de cada ejército contendiente.
Allí
se alzaba una pequeña capilla del siglo XVIII que fue completamente destruida.
Después de la guerra “las lágrimas de las mujeres de Francia” y el apoyo del
obispo de la diócesis hicieron posible la construcción de un nuevo templo, en
torno al cual se extiende el mayor cementerio militar francés, de 25 hectáreas
de extensión, en el que reposan los restos de cerca de 45.000 combatientes,
20.000 de ellos en tumbas individuales y el resto en ocho fosas comunes.
Frente
al santuario fue construido un faro, inaugurado el 2 de agosto de 1925, que
lanza sus destellos por la noche y en cuyo interior existe una cripta
conteniendo, entre otros los cuerpos de un soldado desconocido de la II Guerra
Mundial; otro de las campañas del Norte de África; otro de la guerra de
Indochina y un relicario con cenizas de los campos de concentración. No pudimos
visitarlo, dado que la necrópolis estaba ya cerrada cuando llegamos.
Sí
pudimos recorrer el llamado “Anillo de la Memoria”, levantado al lado del
cementerio con motivo del I Centenario de la guerra. Se da la circunstancia de
que fue proyectado por el arquitecto Philippe Prost que estuvo presente en la
reunión de Arras, donde presentó una comunicación sobre ejemplos de
reconversión de los bienes declarados por la UNESCO.
De
forma circular y con un perímetro de 345 metros este monumento tiene inscritos
los nombres de 600.000 soldados fallecidos durante la guerra, de todas las
nacionalidades y dispuestos por orden alfabético. Como ejemplo de ello nos
indicaron que el primero es un soldado nacido en Nepal y el último que figura
es un alemán. El monumento fue inaugurado por el Presidente François Hollande el
11 de noviembre de 2014.
La
palabra “Paz” grabada en todos los idiomas acoge al visitante, como expresión del
deseo de que lo que allí se puede contemplar sirva como revulsivo para impedir
que se repita. De igual forma, nos unimos a la plegaria del monolito antes
reproducido en la que se pide a Nuestra Señora de Loreto protección para
nuestros hogares y nuestras patrias. La necesitamos hoy más que nunca.
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