El 10 de octubre de
1881 nació en Magallón la hermana Pilar
Ruberte Rada. Era hija de Vicente Ruberte y Valentina Rada, ambos naturales
de esa localidad. El 13 de septiembre de 1900 ingresó como religiosa en la
Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana, tomando el hábito el 27 de
diciembre de ese año. Emitió sus primeros votos el 17 de diciembre de 1902 y la
profesión perpetua el 27 de diciembre de 1907.
En
diciembre de 1912 fue destinada a la leprosería de la isla de Providencia
(Venezuela) al que hicimos referencia en este otro artículo, dado que allí
estuvo también la hermana Isidra Gómez Alda, natural de Borja. En agosto de
1920 fue trasladada al Hospital Central de Caracas donde falleció el 16 de
julio de 1971, tras 51 años de abnegados servicios en ese centro.
Poco
antes, el 18 de marzo de 1970, el Presidente de la República Rafael Caldera
Rodríguez, le había otorgado la Cruz de Oficial de la Orden “Francisco
Miranda”, una condecoración destinada a enaltecer y premiar a los venezolanos y
extranjeros que se hubieran distinguido por su contribución a las ciencias, al
progreso del país, a la humanidad, o que se hicieran merecedores de ella por
sus méritos sobresalientes. Hasta aquí, la biografía de la hermana Pilar
Ruberte, constituye un elocuente testimonio del carisma de las hijas de la
beata Rafols.
Pero
la religiosa de Magallón está vinculada a la figura de Juan Ramón Jiménez, como
consecuencia de un curioso episodio de la vida del Premio Nobel de Literatura.
A raíz de la muerte de su padre, el poeta tuvo una crisis depresiva, por lo que
la familia, siguiendo el consejo del Dr. Simarro, lo envío a un sanatorio
francés en 1901, de donde regresó al cabo de unos meses, luciendo ya la barba
que le caracterizaría el resto de su vida.
Tenía
20 años y fue ingresado en el Sanatorio del Rosario de la calle Príncipe de
Viana de Madrid, atendido por una comunidad de Hermanas de la Caridad de Santa
Ana. Entre ellas se encontraba la hermana Pilar, entonces joven novicia, de la
que Juan Ramón se enamoró. Para evitar males mayores, la superiora Madre Susana
López Vicente, que por cierto era de Mallén, decidió trasladarla, lo que enojó
profundamente al escritor.
Aunque
no dejó de ser un amor platónico, sin otra trascendencia, le dedicó una parte
de su obra Arias tristes y, tras la
muerte de Zenobia, apareció Jardines
lejanos, escrita en 1904, con referencias mucho más explícitas:
“Hermana
Pilar, ¿tienes aún tan negros tus ojos? (omitimos lo más
escabroso)… Ay, ¿te acuerdas cuando
entrabas en las altas horas en mi cuarto, cuando me llamabas como una madre,
cuando me reñías como a un niño?”.
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