Durante
estos días convulsos, recorriendo la Grand Place de Bruselas recordábamos un
triste episodio de la historia común de España y Bélgica, porque frente a ese
bellísimo edificio del Ayuntamiento de la ciudad tuvo lugar el 5 de junio de
1568 un trágico acontecimiento que sigue constituyendo un lamentable ejemplo de
las consecuencias de los enfrentamientos políticos.
Una
placa situada a la entrada del edificio señala que, delante del mismo, fueron
ejecutados los condes de Egmont y Horn, por orden expresa del rey Felipe II
quien, para sofocar la revuelta desatada había enviado al Gran Duque de Alba,
con la orden expresa de eliminar a los que consideraba como cabecillas de una
rebelión que, en gran medida, tenía un origen religioso, dado que entre sus
principales exigencias figuraba la de conseguir una mayor tolerancia religiosa,
frente a las medidas dictadas por el cardenal Granvela, Presidente del Consejo
de Estado en Flandes, que además era obispo de Arrás.
Las
peticiones formuladas al monarca español, ferviente defensor de la causa
católica, no encontraron eco. Pero cuando en el verano de 1566 se desató lo que
se conoció como “furia iconoclasta”, dando lugar a la destrucción de numerosas
imágenes, a cargo de las turbas protestantes y a la quema de iglesias y
monasterios, Felipe II decidió enviar a Flandes a un poderoso ejército bajo el
mando del Gran Duque de Alba, con la orden expresa de realizar un castigo ejemplar
sobre los que el rey consideraba como principales instigadores de una rebelión
que, en definitiva, cuestionaba su autoridad. Los señalados eran Guillermo de
Orange y los condes de Egmont y Horn. El primero huyó tan pronto como tuvo
noticia de la llegada de las fuerzas españolas pero los segundos permanecieron
en Bruselas, sin evaluar adecuadamente el riesgo al que se enfrentaban.
Lo cierto
es que se trataba de destacados personajes nacidos en Flandes, pero dentro de
la órbita de la monarquía hispana. Lamoral Egmont, conde de Egmont, era primo
de Felipe II y un relevante militar español, representante del viejo ideal de
la caballería medieval que, en gran medida, fue el artífice de la victoria de
Gravelinas (1558), por la que fue recompensado con el cargo de estatúder de
Flandes y Artois. Su relación con el rey era aparentemente cordial e, incluso,
había viajado a Madrid para presentar sus propuestas, llegando a creer en el
éxito de su misión.
No
menos importante era Felipe de Montmorency, conde de Horn. Educado en la corte
de Carlos I y jefe de la guardia del futuro Felipe II, fue nombrado almirante en
1555, mandando la flota que condujo desde Flandes a España a este monarca con
quien permaneció hasta 1563. Caballero del Toison de Oro había sido estatúder
del ducado de Güeldres.
Ello
no fue obstáculo para que en aquella fatídica jornada fueran decapitados, a
pesar de que no se habían alzado en armas ni, probablemente, hubieran llegado a
hacerlo lo que sí llevó a cabo Guillermo de Orange que terminó siendo asesinado
años después. La propia gobernadora de Flandes Margarita de Austria, hermana de
Felipe II, llegó a manifestar que esos hombres eran inocentes de cualquier
cargo y el duque de Alba que profesaba gran admiración por ellos,
especialmente, por Egmont llegó a sugerirle la huida.
Hoy,
además de la lápida a la que hemos hecho referencia, su recuerdo permanece en
el monumento a ellos dedicado en la plaza del Petit Sablon, un precioso rincón
de la capital belga que suele pasar desapercibido. Allí, entre parterres de
flores cuidadosamente mantenidos se alzan sus figuras en bronce, avanzando
entrelazadas.
En el
pedestal, junto a soldados armados aparecen sus nombres y las armas de cada uno
de ellos, ambas con el Toison de Oro. Las de Egmont timbradas con la corona
propia de su condición de Príncipe de Gavere que también ostentaba y las de
Horn con la corona condal y formadas por una cruz de gules y dieciséis águilas
de azur sobre campo de oro que según la tradición le habían sido concedidas por
el monarca francés Felipe Augusto al condestable Mateo II de Montmorency por
haber arrebatado doce estandartes a las tropas imperiales de Otón IV en la
batalle de Bouvines (1214).
En torno
al recinto de la plaza se sitúan una serie de estatuas representando a
destacados personajes nacidos en la actual Bélgica, entre ellas la de Gerardo
Mercator (1512-1594), el famoso geógrafo y cartógrafo flamenco creador de la
proyección que lleva su nombre para la elaboración de mapas que se sigue
utilizando, aun cuando presenta el inconveniente de deformar el tamaño de las
zonas representadas conforme se aproximan a los polos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario