domingo, 23 de septiembre de 2018

Antiguos pasaportes


         En el artículo que dedicamos a las antiguas cédulas personales hicimos referencia a los pasaportes que, como documentos de identificación personal, expedían diferentes autoridades, para que su poseedor pudiera viajar.
         El pasaporte que actualmente utilizamos, en forma de librito y con dimensiones normalizadas en todo el mundo, fue introducido hace aproximadamente 100 años, a raíz de la I Guerra Mundial.
         Los pasaportes, hasta ese momento, eran una simples hojas que, lógicamente, carecían de la fotografía de su portador, dado que no había inventado, aunque se hacían constar sus señas personales, como edad, estatura, pelo, ojos, nariz, barba, cara y color, tal como se puede apreciar en el ángulo inferior izquierdo del que reproducimos.

         Fue expedido el 5 de noviembre de 1874 por D. Mariano Arredondo y Cellas, Gobernador accidental de Zaragoza, en nombre del Poder Ejecutivo de la I República, a favor de D. Celestino Navas, un sacerdote natural de Mallén, que se disponía a viajar a Buenos Aires para ejercer allí su ministerio pastoral.




         Como se indicaba en el texto, debía ser visado en las embajadas de los países en tránsito o “en las Agencias Consulares de Francia en España”, dato este último del que ignoramos la razón.

         Así lo hizo D. Celestino, en el Consulado General de España en Lisboa, ciudad a la que llegó el 23 de noviembre de ese año, así como en el Governo Civil de Lisboa, siendo autorizado para proseguir su viaje a Buenos Aires.



         Cuando los viajes se realizaban por el interior de España, los pasaportes eran expedidos por las autoridades municipales. Este es el caso del “Pasaporte para el interior”, de fecha de 10 de enero de 1829, que expidió el Alcalde de Mallén D. Mariano Dezo al vecino de esa localidad D. Juan José de Navas que iba a viajar a Luna, en compañía de su hijo José y su criado José Murillo, con dos caballos. Es lógico pensar que los caballos eran para el padre y el hijo, mientras el criado se desplazaría a pie.



         Puede parecer sorprendente que para viajar de Mallén a Luna, distantes algo más de 50 kilómetros por los antiguos caminos, fuera preciso proveerse de un pasaporte, así como sellarlo, tanto a la salida como a la llegada y en los lugares donde pernoctaban. Lo hicieron en Ejea, tanto a la ida como al regreso.




         Para el personal militar existía este otro tipo de pasaportes, en los que figuraban las armas de la autoridad que los expedía. Entre los conservados en el archivo del Centro de Estudios Borjanos figura el del conde España, Capitán General interino del reino de Aragón, expedido el 27 de junio de 1874, a favor del teniente coronel D. Miguel Labiaga, que era natural de Magallón, para que pudiera desplazarse a Alhama “a tomar los baños”.

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