lunes, 1 de abril de 2019

Testimonios del glorioso pasado intelectual de la Compañía de Jesús


         Veruela, unió a su pasado como monasterio cisterciense, la presencia durante cerca de cien años de la Compañía de Jesús que, a finales del siglo XIX estableció allí uno de sus centros de formación, pasando a formar parte de la historia de nuestra comarca, pues esa casa jesuita estuvo siempre muy vinculada a Borja, desde donde les llegaba el correo y cuyo teléfono pertenecía a nuestra central. Detalles aparentemente nimios a los que hay que unir la gran labor apostólica que aquí realizaron, en la que destaca la fundación de la Congregación Mariana, obra de un mártir, el beato P. Pablo Bori Puig.
         No es de extrañar por lo tanto, el interés que tenemos por reunir recuerdos de aquella etapa, entre los que destacan los libros que publicaron. Ahora, hemos conseguido el titulado Veruela Íntima. Desde mi celda, del que es autor el P. Manuel Solé Torné S. J. (1911-1990) que había ingresado como novicio en 1927 y después fue profesor. También es conocido por sus estudios sobre la Sabana Santa de Turín, entre otras materias.

         En esta obra de 143 páginas, recordando las cartas que, anteriormente, escribiera Gustavo Adolfo Bécquer durante su estancia en el abandonado cenobio, el P. Solé reunió las enviadas por los jóvenes novicios a familiares y amigos, como expresión de la vida renacida bajo los muros del monasterio y testimonio de los sentimientos de quienes se formaban para ser miembros de la Compañía, agrupados por temas entre los que destacan sus relaciones familiares, el descubrimiento y fortalecimiento de su vocación o las pequeñas experiencias de su vida cotidiana.




         Pero el libro conserva una dedicatoria que, en realidad, es doble y que nos ha servido para reconstruir la vida del librito y desentrañar la realidad de esas líneas manuscritas.
         La parte superior está firmada por el propio autor, el P. Solé y está dirigida a los Sres. Ribas-Boixeda de los que recuerda sus gratas estancias en Veruela, indicándoles que en el libro “encontrarán reflejados los sentimientos de su Manuel”.
         “Su Manuel” que firma la segunda dedicatoria es el P. Manuel Ribas Boixeda (la coincidencia de nombres nos despistó inicialmente) que fue ordenado sacerdote, tras el dilatado período formativo establecido en la Compañía, en 1961. No fue el único jesuita de la familia, pues también profesó su hermano Ramón. Algunas de las cartas son probablemente de ellos dado que se cita expresamente a lo que para la familia representó la marcha de dos de sus hijos.

         El libro fue publicado en 1950 en Barcelona, con el “Imprimatur” del obispo D. Gregorio Modrego, un ilustre hijo de nuestra tierra, nacido en El Buste. Queremos llamar la atención sobre el hecho de que las dedicatorias están escritas en catalán, como algo normal en aquella época. Podrá aducirse que al estar reflejadas en una página interior “no se veía”, pero en el archivo del Centro conservamos postales también escritas en catalán y franqueadas con los sellos en los que aparece la efigie del que nos quieren presentar como sañudo perseguidor de tan hermosa lengua. No dudamos que se favoreciese el empleo del “castellano” pero que también era frecuente el uso del catalán lo demuestra estos ejemplos a los que hacemos referencia.




         Otra obra que hemos localizado es el folleto titulado Nuestra Señora de Veruela, publicado por el P. Arturo Cayuela S. J. en 1946. Teníamos otros ejemplares pero el ahora adquirido ofrece la singularidad de su portada y su procedencia, que atestiguan los sellos impresos, de la biblioteca del colegio de San Ignacio de Loyola de San Sebastián. Comoquiera que sigue existiendo el “Colegio San Ignacio de Loyola Ikastetxea”, vinculado a “Jesuitak Donostia”, quiere decir que han expurgado los fondos de su biblioteca, prescindiendo de obras como la que nos ocupa.

         Sin embargo, a pesar del carácter divulgativo de la misma, el P. Arturo María Cayuela Santesteban (1883-1955) fue uno de los grandes intelectuales que ha tenido la Compañía de Jesús entre sus filas. Nacido en Pamplona, era hijo del gran poeta D. Arturo Cayuela Pellizari. El 26 de julio de 1897 ingresó en el noviciado de Veruela y, posteriormente, se graduó como Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona, con Premio Extraordinario. Tras profesar en Gandía en 1916, fue destinado a Veruela, como profesor de lenguas y literaturas, latina, griega y española. Cuando la Compañía fue disuelta en 1932 era ya un reconocido especialista en lenguas clásicas, por lo que, tras la guerra civil fue requerido por la Universidad de Zaragoza para formar profesores en esas disciplinas. Volvió a Veruela para seguir impartiendo sus clases, dado que padecía una grave enfermedad cardiaca que provocó su muerte en su querido monasterio en 1955. Autor de diversas obras, algunas de las cuales han sido consideradas un hito para la enseñanza del griego, destacó también por su defensa del latín como lengua litúrgica en unos momentos en que era sustituido por las lenguas vernáculas, llegando a afirmar que “el odio  a  la  Iglesia  ha  presidido  las  campañas  antilatinas  desde  el  siglo XVIII  hasta  nuestros  días”. Su gran perspicacia le hacía entrever ya que tras ese ataque al latín, en aras de una supuesta modernidad, latían otras razones que nuestro tiempo ha puesto de manifiesto, a través de sus terribles consecuencias.




         Pero el P. Cayuela no fue el único referente, aunque sí uno de los principales, en el estudio y difusión de las humanidades. Los profesores del colegio de Ntra. Sra. de Veruela dieron a la imprenta obras como esta Gramática de los dialectos griegos literarios que acabamos de conseguir. Que en ella se den a conocer las nociones básicas de los dialectos eolio, jónico y homérico, constituye el más claro exponente del nivel intelectual alcanzado en una época ya periclitada que contrasta enormemente con la que nos ha tocado vivir, cuando la incultura y la vulgaridad ha cobrado carta de naturaleza hasta en las más altas instancias, todo ello en aras de una metodología “pastoral” cuyos frutos no acabamos de percibir. La esperanza es lo último que se pierde.

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