Los
responsables de la Lista Roja del Patrimonio de Hispania Nostra han decidido
incluir en ella al torreón e iglesia de Claravalls (Huesca). A pesar de
considerar los indudables méritos de este monumento y su interés
arquitectónico, no lo consideramos procedente, al igual que ha ocurrido con
otros templos de la provincia de Huesca, dado que esa localidad se encuentra
abandonada desde hace cerca de 30 años y las posibilidades de recuperación de
un edificio de esas características son tan escasas como los de otros municipios
que fueron abandonados a mediados del siglo XX y que, incluso, no tienen un
acceso fácil.
Para los
interesados en conocer la situación de todos ellos, aconsejamos consultar la
página web “Despoblados en Huesca” donde se ofrece información e imágenes de
los mismos.
Pero
ello nos sirve para poner de manifiesto la tragedia que para el Patrimonio
Cultural español representa el abandono del medio rural y, en concreto, para
las iglesias enclavadas en él.
Hace
unos días, planteábamos el problema que se cierne sobre los conventos que están
siendo abandonados durante los últimos años pero hoy queremos incidir en otro
tan grave o más: el de los templos parroquiales y ermitas, porque es algo que
nos va a afectar a todos. Lo ocurrido en el Pirineo desde hace algún tiempo se
reproducirá en zonas como la nuestra que, no en vano, es incluida en la llamada
“Laponia española” cuya densidad de población es de las más bajas de Europa.
Nos
guste o no, el abandono de muchos pueblos va a continuar de manera imparable,
salvo que se encuentre una fórmula mágica para detenerlo. ¿Qué haremos entonces
con el patrimonio arquitectónico? Pretender que el Estado o los gobiernos
autonómicos asuman su mantenimiento es una utopía. Basta señalar, por ejemplo,
que en Castilla León hay centenares de iglesias en esa situación. Ignoramos si
en Aragón existe un censo de las que se encuentran en riesgo inmediato o
próximo, pero convendría hacerlo para lamentar, al menos, lo que puede llegar a
ser una catástrofe muy superior a la provocada por la Desamortización que no
afectó apenas a los templos parroquiales.
Pero el
abandono de iglesias no se circunscribe a remotos lugares rurales, sino que
también se da en poblaciones más populosas. En algunos casos han sido
acondicionadas para otros fines, como ocurre con la iglesia de capuchinos de
Alcalá de Henares” o la iglesia de San Pedro de Cuéllar, reconvertidas en
restaurantes.
Más llamativo
es el caso de la antigua iglesia de Santa Bárbara en Llanera (Asturias),
transformada en pista de skate y con
llamativas pinturas en sus muros. Podríamos poner otros muchos ejemplos que,
quizás, puedan parecer algo remoto o anecdótico; en definitiva que no nos
concierne.
Pero
en Borja tenemos tres ejemplos de templos reconvertidos. Uno de ellos es la
antigua iglesia parroquial de San Miguel que, ahora, alberga al Museo Arqueológico.
Otra, la del convento de dominicos, utilizada como Auditorio Municipal y para
determinados eventos, como una cata de vinos o exposiciones. Al menos, ambos se
salvaron de la ruina o demolición, como estuvo a punto de suceder con la
iglesia de San Miguel.
Pero
el tercero es la iglesia del antiguo convento de capuchinos, un monumento de
interés que espera su rehabilitación mientras es utilizado como almacén
municipal.
Comoquiera
que la crisis vocacional y el descenso experimentado en la asistencia a los
actos religiosos, salvo contadas excepciones, va en aumento, no debería
extrañarnos que, más pronto que tarde, el problema afecte a otros edificios
emblemáticos. Convendría ir pensando a qué podríamos dedicar la colegiata de
Santa María y otros templos que aún permanecen con culto y otro tanto podríamos
decir de algunas iglesias parroquiales de localidades próximas, porque las
ermitas están ya abandonadas o en ruinas en muchos casos.
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