Una de las visitas programadas durante la reunión de Hispania Nostra en Tarragona fue a la cartuja de Escaladei o Scala Dei, situada en el municipio de La Morera de Montsant, en la comarca del Priorat, cuyo nombre procede, precisamente, de esa cartuja.
Situada en un
lugar sumamente tranquilo, a los pies de la cordillera de Montsant fue la
primera cartuja española, fundada en el siglo XII, de la que proceden otras
cartujas de la península ibérica. Según la leyenda, fue el rey Alfonso II de
Aragón quien donó unas tierras a la Orden de la Cartuja para que levantaran un
monasterio. Buscando el lugar más adecuado, los monjes tropezaron con un pastor
que les dijo que, en sueños, veía a unos ángeles que subían al cielo a través
de unas escaleras apoyadas en la copa de un pino y los monjes, interpretándolo como
una señal, eligieron ese lugar.
Los convulsos
años de comienzos del siglo XIX y la Desamortización de 1835, obligaron a los
monjes a abandonar este histórico cenobio, que cayó en el más completo
abandono, siendo objeto de un continuo saqueo.
Sus ruinas se
convirtieron en un exponente más de la tragedia que se abatió sobre el
Patrimonio Cultural español, como consecuencia de la actuación de los gobiernos
liberales, que causó la pérdida irreparable de una buena parte del mismo. Algo
que no debemos ver únicamente como un lamentable episodio del pasado, dado que
algo similar puede ocurrir en nuestros días, como consecuencia del cierre de
muchos monasterios por la falta de vocaciones religiosas.
El antiguo
monasterio y sus tierras pasaron a manos de particulares y, en 1990, los
propietarios lo cedieron a la Generalitat de Cataluña que, desde entonces, se
encarga de su mantenimiento. Desde 1980 es Bien de Interés Cultural.
En los últimos
años, se han llevado a cabo algunas restauraciones que, en opinión de quienes
lo visitaron, son cuestionables en algunos aspectos, pero en su mayor parte
continúa en estado de ruina consolidada.
La vida de los
cartujos es, en gran medida, eremítica, pues la mayor parte de su existencia
transcurre en una celda, donde viven aislados. Dispone de un pequeño huerto en
el que pueden dedicarse a cultivar algunas cosas. Un modesto camastro y una
mesa es el único equipamiento de su celda, en la que reciben la comida, a
través de un ventanuco. Su dieta nunca contempla la ingestión de carne, estando
basada fundamentalmente en verduras, frutas y huevos. Centrada en una comida al
mediodía y una pequeña colación por la noche, en determinados días se reduce a
pan y agua.
De la celda
sólo salen para asistir a la Santa Misa y al rezo de las horas canónicas
durante el día y la noche, siempre transitando en silencio.
El conocimiento
de este régimen de vida, con el que los monjes solían alcanzar edades
avanzadas, impresionó a los visitantes que, por otra parte, tuvieron ocasión de
reflexionar sobre el estado de éste y otros muchos monasterios arruinados a lo
largo y ancho de la geografía española.












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