Fray
Julián Garcés fue un ilustre personaje, del que ya dimos noticia en este blog,
cuyo lugar de nacimiento sigue siendo objeto de controversia. Munébrega lo
considera hijo de esa localidad, porque allí nació su padre Ximén Garcés, algo
que no se cuestiona. Sin embargo, desde hace mucho tiempo se ha apuntado la
posibilidad de que Fray Julián naciera en Borja, en 1452. A esta hipótesis se
suman los historiadores de la Orden de Predicadores basándose en el hecho,
perfectamente documentado, de que, en el desaparecido convento de dominicos de
Zaragoza, existía un retrato suyo en el que se hacía constar “El Ilmo. y
Venerable Señor Dn. Fr. Julián Garcés, natural de Borja…”.
Ese
fue el motivo por el que el Centro de Estudios Borjanos y el Ateneo de
Zaragoza, con ocasión del V Centenario del Descubrimiento, le recordaron con
una lápida colocada en la fachada del antiguo convento de dominicos de Borja,
con el que fray Julián no tuvo relación, ya que en su época no había sido
fundado.
En
las biografías de fray Julián Garcés abundan las imprecisiones y los errores,
no sólo circunscritos a su origen, sino al de su trayectoria como religioso.
Así, por ejemplo, aunque todavía se afirma que profesó en el convento de
Calatayud, el historiador de la Orden de Predicadores P. Tomás Echarte hace
tiempo que documentó que el 25 de marzo de 1487 tomó el hábito en el convento
de San Esteban de Salamanca. Aunque es cierto que “tomar el hábito” y
“profesar” son dos cosas distintas, lo cierto es que se tiene constancia de su
permanencia en esa ciudad castellana, en cuya universidad cursó estudios,
siendo alumno de Antonio de Nebrija que tuvo del joven religioso un elevado
concepto. Estas cualidades influyeron para que fuera enviado a la Sorbona de
París, donde completó su formación.
En
1497, pasó al convento de Zaragoza y, en 1504, obtuvo la cátedra de Filosofía
Moral de la Universidad de Valencia. Al margen de su actividad académica,
destacó como brillante orador, por lo que Carlos V lo nombró predicador real.
También fue confesor del obispo de Burgos, D. Juan Rodríguez de Fonseca, que
ocupaba el puesto de Presidente del Consejo de Indias. Ello fue determinante
para que, el 6 de septiembre de 1519, el monarca lo presentara al Papa León X
para ser nombrado obispo de la “isla Carolina”.
Las
circunstancias de la propuesta para esta sede que llegaría a ser la primera
creada en el continente americano son muy curiosas. En 1517 había llegado la
noticia del descubrimiento de la península del Yucatán, a la que se tomó por
una isla. Cuando aún no se tenía conocimiento de la llegada de Cortés a México,
se decidió crear allí un obispado, dando el nombre de “Carolense”, en honor al
emperador.
La
rápida sucesión de los acontecimientos y la imprecisión a la hora de fijar los
límites de esa sede, aconsejaron posponer esa decisión aunque fray Julián
siguió siendo considerado el candidato ideal para desempeñar ese cometido en el
lugar que, más tarde, se decidiera.
Tuvieron
que pasar ocho años para que, en 1527, el Papa Clemente VII erigiera la sede de
Tlaxcala, honor con el que se quiso recompensar a sus habitantes por su lealtad
en la conquista del imperio mexica. En esta ocasión, Carlos V volvió a proponer
el nombre de fray Julián Garcés para ser el primer obispo, a pesar de que ya
contaba con una edad muy avanzada para la época. El dominico tenía más de 70
años cuando embarcó con destino a su remoto obispado, del que tomó posesión el
9 de noviembre de 1529.
Inicialmente,
ubicó su catedral en el convento que los franciscanos tenían en la ciudad de
Tlaxcala y, a pesar de su edad, comenzó a desarrollar una ingente labor. Muy
pronto se percató de la conveniencia de fundar una nueva ciudad, poblada por
españoles.
Según una bonita leyenda,
fray Julián tuvo un sueño en las vísperas de San Miguel, en el que se veía
caminando en busca del lugar más adecuado para su propósito, hasta llegar a un
hermoso valle, regado por tres ríos, que era iluminado por una brillante luz y
sobre el que descendían los ángeles. Al
despertar, mandó buscar el paraje soñado que fue identificado con el valle de
Cuetlaxcuapan.
Allí comenzó a
construirse la ciudad de La Puebla de los Ángeles, que cruzan los ríos
Almoloya, Alseseca y Atoyac, donde terminó siendo trasladada la sede del
obispado en 1539 y confirmada el 6 de junio de 1543.
En
recuerdo de su origen, lleva en sus armas una ciudad de oro con cinco torres
sobre campo de sinople y un río en azur, sostenida por dos ángeles de plata,
junto con las letras H y V, que hacen referencia a Carlos V. En torno al mismo
se dispone la leyenda que traducida del latín dice: “Dios ordenó a sus ángeles
que te guarden en todos tus caminos”.
Los trabajos de
fundación corrieron a cargo de Hernando de Saavedra, primo de Hernán Cortes y
en ellos tuvo una decidida participación fray Toribio de Benavente. Según la
tradición, la primera iglesia se levantó en este lugar que, actualmente, se
llama “portal Juárez”, aunque ha tenido otros muchos a lo largo de su historia,
entre ellos el de “portal Borja”. Este nombre no hacía referencia directa a
nuestra ciudad, sino que recordaba a uno de los más importantes impresores de
Puebla, Juan de Borja Infante, que llegó procedente de Cádiz y estableció allí
su librería y taller de impresión en el siglo XVII.
En su nueva sede, fray
Julián Garcés continuó desarrollando una ingente labor: Comenzó la construcción
de la catedral, a la que colocó bajo la advocación de la Inmaculada Concepción
de María; fundó el convento de dominicos el hospital de Perote y seis
capellanía. Pero ha pasado a la Historia
por ser el autor de la carta que, en 1533, envió al Papa Paulo III, defendiendo
los derechos de los indios. Fue un documento fundamental que influyó en el
ánimo del Pontífice para que, cuatro años después, promulgara la bula Sublimis Deus, considerada la Carta
Magna de los derechos de los indígenas. Por todo ello, es considerado como uno
de los más grandes obispos de México y su recuerdo ha permanecido vivo hasta
nuestros días.
Falleció el 7 de
diciembre de 1542, como consecuencia de unas fiebres palúdicas, siendo
enterrado inicialmente en el convento que había fundado. Sin embargo, el 20 de
abril de 1649, siendo obispo de Puebla de los Ángeles el Beato Juan de Palafox,
sus restos fueron trasladados a la catedral que había terminado de
construir, donde reunió a los de todos sus predecesores en esa sede.
La actual catedral no
es la que impulsara fray Julián Garcés, sino que responde a un proyecto
posterior, iniciado en 1575. Su construcción se dilató en el tiempo y no fue
hasta el 18 de abril de 1649 cuando fue consagrada por el beato Juan de Palafox,
antes citado, cuando aún no estaba completamente terminada. De planta
rectangular y cinco naves, es un edificio de singular importancia que forma
parte del conjunto monumental de la ciudad, declarado Patrimonio de la
Humanidad.
En
una de las pilastras de su fachada principal que está flanqueada por dos
torres, existe una lápida dedicada a fray Julián, como primer obispo de esa
sede. Fue colocada en 1904, al ser erigida en archidiócesis por San Pío X. La situada en la otra pilastra recuerda a D.
Ramón Ibarra y González por ser el primer arzobispo.
No es el único recuerdo
de nuestro obispo en aquel lugar, pues en la sacristía existe un curioso lienzo
de la Inmaculada Concepción, titular del templo, rodeado de numerosos personajes,
siendo fray Julián el representado junto a la Virgen, a la que dedicó la
catedral. También se conservan sus armas en uno de los canceles del transepto.
Anteriormente,
ya hemos comentado que, con motivo de la consagración de la catedral en 1649,
el beato Juan de Palafox había mandado reunir los restos de todos sus predecesores
para depositarlos en el nuevo templo. Allí fueron trasladados los de fray
Julián Garcés, originalmente sepultados en el convento dominico que había
fundado.
En
la actualidad se encuentran en la cripta construida a comienzos del siglo XIX a
la que fueron de nuevo trasladados el 14 de mayo de 1824. Se encuentra bajo el
presbiterio, en el que puede admirarse el llamado “ciprés” un magnífico baldaquino
presidido por la imagen en bronce de la Inmaculada, obra de Manuel Tolsá,
Director de Escultura de la Academia de México.
Desde
aquí, hemos querido recordar a un ilustre prelado que pudo haber nacido en
nuestra ciudad y cuya figura merece un estudio biográfico más detallado que
podría aportar nuevos datos sobre sus orígenes y su trayectoria personal.
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