Ayer
celebró la Iglesia la solemnidad de Pentecostés con la que se clausura el Ciclo
Pascual. Nuestra felicitación toma como ilustración una de las tablas
procedentes del antiguo retablo mayor de Santa María que, en la actualidad,
puede admirarse en el Museo de la Colegiata.
Merece
la pena volver a destacar la importancia de este excepcional conjunto de
pinturas góticas, obra de los hermanos Zahortiga, que por sí mismo justifican
una visita a Borja, junto con otros muchos alicientes.
El
interés de estas tablas no se circunscribe a los aspectos artísticos, dado que
por la condición de judíos de los artistas que las realizaron ofrece numerosos
detalles sobre la concepción religiosa de esa minoría, puesta de relieve por
los especialistas que las han analizado, así como sobre la vida cotidiana de la
época (la segunda mitad del siglo XV).
En el
caso concreto de la tabla que reproducimos, hay que señalar la arquitectura del
cenáculo; las banquetas sobre las que se sientan los Apóstoles que aparecen en
primer plano; o los trajes que visten todos ellos, con el detalle de la concha
en el ala del sombrero de Santiago.
La
Virgen ocupa el centro de la escena y, en torno suyo, se agrupan en oración los
doce Apóstoles (ya había sido reemplazado Judas). Sobre la cabeza de María hace
irrupción la paloma que representa al Espíritu Santo, de la que proceden esas
llamaradas de fuego de las que no hablan los Hechos de los Apóstoles. Es significativo que el recinto, de forma
hexagonal, carece de ventanas, lo que no ocurre en aquellas tablas que
representan al “templo”; probablemente haciendo alusión al cenáculo en el que,
completamente cerrado, se habían recluido en oración, “por temor a los judíos”.
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