sábado, 1 de junio de 2019

Sino solo del cristal con que se mira


         En el Museo de Zaragoza se conserva este hermoso retrato de fray Antonio José Rodríguez, atribuido a Andrés Merclein, cuya imagen, realizada por el fotógrafo oficial del museo, nos remitió su Director D. Isidro Aguilera Aragón.
         Este monje cisterciense había nacido en Villaviciosa de Odón (Madrid) en 1703 y, con catorce años de edad, ingresó en el monasterio de Veruela, donde residió toda su vida hasta su fallecimiento en 1777.

         Doctor en Teología, mostró especial interés en la Medicina y las Ciencias Naturales. Aunque de formación autodidacta en esos ámbitos se encargó de la farmacia del monasterio y llegó a obtener autorización eclesiástica para ejercer la Medicina en el ámbito privado.




         Entre 1734 y 1749 publicó los seis volúmenes de su Palestra crítico-médica y, más tarde, Nuevo aspecto de Teología Médico-Mora y ambos Derechos que no fueron sus únicas obras, pues es también autor de los cuatro tomos de Paradoxas, aparecidos entre 1742 y 1767 y las Disertaciones, de 1760, llegando a ser miembro correspondiente de la Sociedad de Medicina y Ciencias de Sevilla y de la Real Academia de Medicina de Madrid y de la de Oporto.
         Aunque fue objeto de críticas en su época, diversos autores posteriores lo han presentado como un renovador de la ciencia médica, relacionándolo con la obra del P. Feijoo. Para el Prof. Granjel, la obra médica del cisterciense es digna de ser elogiada y en el mismo sentido se pronunciaba D. Marcelino Menéndez Pelayo para quien el P. Rodríguez ocupa un lugar destacada en la literatura apologética, siendo uno de los que mejor conocieron las teorías físicas más avanzadas de su tiempo.

         Autores recientes como Rafael Llavona y Javier Bandrés destacan sus aportaciones y ponen de manifiesto que fue un intelectual destacado en la España del siglo XVIII.




         Pero, esas opiniones difieren mucho del juicio de D. Gregorio Marañón quien, en su ensayo “Nuestro siglo XVIII y las Academias” que se incluyó en Vida e Historia, publicada en la colección Austral, hace un juicio demoledor sobre la figura del monje verolense.
         Tras afirmar que “ni uno solo, ni uno de los médicos del primer tercio del XVIII, ha dejado un ápice de gloria legítima a la ciencia española”, vierte una feroz crítica sobre nuestro monje, incluyéndolo entre esas “gentes no médicas” que invadieron terrenos para los que no estaban preparados, como “el fraile de Veruela, padre Rodríguez, autor de varios marmotretos, medio médicos, medio teológicos, que he tenido la paciencia de leer, porque solo así, con dolor de espíritu, se pueda dar uno cuenta de lo que fue aquel pueblo que devoraba con delicia  tan estupendos disparates”.
         Y continúa Marañón diciendo que el P. Rodriguez “ejerció también la Medicina; uno de sus enfermos fue el famoso marqués de Mora, amante desdichado de mademoiselle de Lespinasse. Es de suponer que el frívolo y librepensador magnate recibiera, en la paz del monasterio de Veruela, eficaces ayudas espirituales, que harto las necesitaba; pero, sin duda, no le aprovecharon los remedios médicos del buen fraile, al que en su tiempo llamaron magister sine magistro, y que no fue maestro de nada, pese al entusiasmo de Menéndez y Pelayo y del padre Coloma”.
         No se puede ser más duro con las andanzas médicas del cisterciense, lo que viene a demostrar que todo depende “del cristal con que se mira”, aunque para nosotros la opiniones de Marañón, en esta como en otras cuestiones, nos resultan sumamente esclarecedoras.
         Pero volveremos sobre el tema, dado que ese marqués de Mora, el de los amores con Julie de Lespinasse, guarda relación con Borja, donde todavía reside uno de sus parientes.

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