lunes, 5 de marzo de 2012

El convento de franciscanos de Mallén

            Días atrás terminamos el recorrido por la historia de los seis conventos que existieron en la ciudad de Borja, donde sólo han sobrevivido los de religiosas franciscanas clarisas y concepcionistas franciscanas.
            Pero, en la comarca hubo también otros dos conventos de religiosos que desaparecieron con la Desamortización. Fueron el convento de franciscanos de Mallén y el de dominicos de Magallón, a los que habría que sumar el de monjas cistercienses de Trasobares, localidad perteneciente ahora a la comarca del Aranda, al que hemos hecho referencia hace poco, con motivo de la publicación de un libro sobre el mismo.



            Hoy queremos dedicar un recuerdo al convento de Mallén que fue hijo del de Borja, pues de aquí salieron los frailes que lo fundaron, en 1616. Una de las razones que influyeron en esa decisión fue la acogida que siempre habían dispensado los habitantes de la villa a los religiosos que iban a pedir limosnas. A ello se añadía el deseo del consejo de Mallén de contar con un convento en la localidad.
            La coincidencia de objetivos facilitó la firma de un acuerdo, el 13 de febrero de 1616, en virtud del cual el “concejo y universidad de la villa de Mallén” cedieron a los franciscanos la ermita de la Virgen de Nuestra Señora de Torrellas con la casa contigua, situadas en las afueras de la población, para establecer allí el convento. En la capitulación se estableció que un fraile se encargaría de “enseñar Gramática perpetuamente a los hijos de Mallén”.




            Las obras de adaptación terminaron muy pronto, pudiendo tomar posesión de las instalaciones los frailes llegados de Borja. El convento prosperó y, a comienzos del siglo XVIII, pudo edificarse una nueva iglesia del que, por sus dimensiones, se afirmaba que era uno de los más hermosos que poseía en España la Orden de San Francisco.



Los restos del convento desde el pilar de San Antón

            Como era habitual, hubo varias cofradías que tenían allí su sede, como las de San Blas, San José, San Pascual Bailón y la de San Antonio abad. Muy cerca del convento estaba el pilar dedicado a este santo, donde se efectuaba la bendición anual de los animales, el cual todavía subsiste.



El yacimiento antes de las excavaciones, con el pilar de San Antón
    
        Lo que desapareció, por completo, fue el convento, arruinado tras la exclaustración. Lo único que se conservó, hasta hace pocos años, fueron algunos restos de los muros de su iglesia y el arranque de lo que pudo ser la puerta de acceso. Finalmente, también cayeron, aunque “El convento” ha dado nombre a un yacimiento romano, ubicado en ese lugar que fue declarado Bien de Interés Cultural.



Retablo mayor del convento en la iglesia parroquial de Novillas


            Por otra parte, el que fuera retablo mayor de su iglesia es, ahora, el de la iglesia parroquial de Novillas, habiendo sido eliminado el lienzo central que, probablemente estaría dedicado a la Virgen de Torrellas, por una imagen de la titular de la parroquia, Nuestra Señora de la Esperanza.




            Como inequívocas señales de identidad aparecen en su parte inferior los emblemas de la orden franciscana que, lamentablemente, quedaron semienterrados cuando se construyó un nuevo presbiterio, a finales del siglo pasado, aunque tras las obras de restauración que se están llevando a cabo, esperamos puedan volver a ser contemplados en su integridad.
            D. Francisco Javier Córdoba, que fue párroco de Mallén y escribió una historia local, titulada Manlia y Mallén, en 1884, terminaba su reseña sobre el convento afirmando “El inmenso montón de escombros que imponente se alza hoy sobre aquel sagrado lugar, que hasta poco ha fue la augusta casa de Dios y el venerado sepulcro de nuestros padres, que aplastados yacen hoy bajo sus ruinas, será uno de tantos elocuentísimos monumentos encargados de transmitir a la posteridad las bellezas, los encantos, la delicias que por todas partes llevaba consigo el genio hermoso de la civilización moderna”.  Una irónica y amarga reflexión que podría aplicarse a otras muchas obras de nuestro Patrimonio que se han perdido, no en épocas remotas, sino en nuestros días.


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