En
el siglo XVI el solo nombre de la Inquisición despertaba un tremendo respeto,
cuando no terror, especialmente entre los miembros de los colectivos que eran
objeto de especial atención, como era el caso de los nuevos convertidos.
De
ahí que el temor se apoderase de los moriscos del “río de Borja”, nombre que
hacía alusión a nuestra comarca, cuando apareció por aquí un nuncio del Santo
Oficio que portaba un “palo pequeño con su cruz, como vara de justicia”,
forzándolos para que abandonasen sus residencias. El “nuncio” era un
funcionario de bajo nivel, encargado de dar a conocer los comunicados del
tribunal de la Inquisición, un cometido muy diferente a los alguaciles que
podían prender y llevar a cabo actos de jurisdicción.
Tras
recorrer algunas localidades, se presentó en Bulbuente, citando secretamente al
morisco Miguel Arenoso y a otros nuevos convertidos, amenazándoles mientras les
mostraba su vara.
Bulbuente
era propiedad de los abades de Veruela y, por lo tanto, sus habitantes
dependían del mismo. Allí tenían un amplio palacio, adosado a una torre
fortificada, en el que residía esporádicamente, uno de los monjes. Se dio la
circunstancia de que, en esos momentos, se encontraba en la localidad fray
Antonio Lázaro, cillerero del monasterio, el cual, al enterarse de lo que
estaba sucediendo, sospechó del nuncio y, en un gesto de audacia, lo prendió y
lo encerró en la “cija del castillo” (cuadra). Fue una decisión no exenta de
riesgo, ya que los funcionarios de la Inquisición tenían un estatus especial y
su labor no podía ser obstaculizada por ninguna otra autoridad.
Inmediatamente,
el cillerero dio cuenta de lo ocurrido al abad del monasterio, D. Lope Marco
que se encontraba en Zaragoza, el cual se puso en contacto con los inquisidores
quienes le comunicaron que no tenían ningún dato del citado individuo,
pidiéndole que lo enviara al castillo de la Aljafería, sede del tribunal del
Santo Oficio, donde tras el oportuno interrogatorio llegaron a la
conclusión que era un simple
“chocarrero” (fullero, tramposo), devolviéndolo a Bulbuente “para que le diesen
cien azotes por su bellaquería”, cosa que el cillerero cumplió con gusto,
paseándolo por las calles del lugar, montado en un asno, mientras era
convenientemente azotado, siendo después desterrado “de todo el abadiado”. Al
final del relato se hace constar que “el hombre era natural de Purujosa”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario