Continuando
con la descripción de los retratos conservados en el coro de la iglesia
parroquial de Tabuenca, nos referimos hoy en primer lugar al de fray Antonio
Sancho de Nuestra Señora de la Consolación (OAR), nacido en Tabuenca el 22 de
diciembre de 1733. Fue el cuarto de los diez hijos del matrimonio formado por
Francisco Sancho Román y María Cuartero Fontoba, por lo que su nombre en el
mundo era el de Antonio Sancho Cuartero.
A
los 16 años ingresó en la Orden de Agustinos Descalzos, en la que profesó y más
tarde se graduó como Lector y llegó a ser Provincial. También ejerció como
Examinador Sinodal del obispado de Huesca y del arzobispado de Zaragoza, así
como de Calificador del Santo Oficio, desde 1778.
En
el retrato viste el hábito de la Orden, llevando al pecho la venera que le
distingue como miembro de la Inquisición. Murió en el convento de Zaragoza el
29 de febrero de 1788.
Este
otro retrato también pertenece a un religioso agustino, fray Vicente Sanjuán de
San Francisco Javier, nacido en Tabuenca el 9 de octubre de 1785. Era el menor
de los seis hijos del matrimonio formado por José Sanjuán Corella y Bárbara
Lanzán Ruiz, por lo que su nombre en el mundo fue el de Vicente Sanjuán Lanzán.
Profesó
en la Orden de Agustinos Descalzos, siendo enviado como misionero en Filipinas.
Apenas disponíamos de datos sobre su vida, pero con motivo de estos comentarios
hemos podido conocer algunos aspectos de su trayectoria personal.
En
1837 era miembro del Definitorio y, en calidad de ello, participó en el Capítulo
General celebrado en Manila, a partir de 14 de abril de ese año, donde fue
elegido Prior del convento de San Nicolás de dicha ciudad. Una decisión un
tanto sorprendente ya que, como miembro del Definitorio no podía ser nombrado
para un cargo cuya provisión correspondía al mismo.
Ante
los problemas planteados con su Orden en la naciente República de México, en
1838 le propusieron ser designado Procurador General en aquel país, pero no
aceptó. Sin embargo, en el capítulo celebrado el 5 de enero de 1839, fue
elegido Comisario y Procurador General de la provincia en Madrid, llegando a la
capital de España el 24 de agosto de 1840.
Uno
de sus principales cometidos era el de evaluar la situación planteada en el
colegio de Monteagudo, tras la Desamortización. Ese centro que era el encargado
de formar a los misioneros que debían marchas a tierras filipinas, atravesaba
una profunda crisis provocada, entre otros motivos, por la situación general de
España y, en particular, por encontrarse situado en una zona afectada por la
guerra.
A
pesar de ello, pudo formar varias expediciones, la primera de las cuales partió
de Cádiz, a bordo de la fragata Sabina,
integrada por 3 sacerdotes exclaustrados, 10 coristas y un hermano lego. Antes
de la salida, 7 de ellos fueron ordenados presbíteros, uno lo fue de subdiácono
y los dos restantes recibieron la tonsura y las órdenes menores, llegando todos
ellos al remoto archipiélago el 14 de febrero de 1842.
Posteriormente, pudo enviar nuevas expediciones, cesando
en su cometido en 1846. No sabemos si retornó a Manila ni tampoco la fecha de
su fallecimiento. En la cartela de su retrato, donde lleva pendiente al cuello
un crucifijo, se hace constar que estuvo allí 22 años, por lo que, teniendo en
cuenta el tiempo transcurrido hasta su nombramiento como Procurador General en
Madrid, si lo hizo, debió fallecer pronto. Junto con el retrato, en la
parroquia de su localidad natal se le recuerda por la donación que efectuó de
varias obras de arte, remitidas desde Filipinas.
En
este caso, el personaje representado no destacó por una brillante carrera eclesiástica,
sino por su dilatado ministerio pastoral en la localidad donde había nacido.
Porque D. José Lumbreras Sanjuán vino al mundo en Tabuenca el 3 de diciembre de
1790, en el seno de la familia formada por José Lumbreras Morlanes y María
Blasa Sanjuán, siendo el séptimo hijo de este matrimonio.
Tras
cursar los estudios en el seminario de Zaragoza, fue ordenado presbítero en
1816, siendo destinado a la parroquia de La Puebla de Híjar, en la que
permaneció dos años hasta que obtuvo, por oposición el curato de Tabuenca.
Fue
un sacerdote ejemplar, dotado de grandes virtudes que, a la preocupación por
sus parroquianos, unió su interés por la investigación histórica, dejando
numerosas anotaciones sobre la historia local y, sobre todo, un trabajo sobre
los linajes de Tabuenca en el que, a partir de los libros parroquiales, elaboró
el árbol genealógico de todos los apellidos de la localidad, lo que resulta de
enorme utilidad para conocer la historia familiar de todas las personas nacidas
en Tabuenca.
Tras
37 años de ejercicio pastoral, falleció el 4 de septiembre de 1855, víctima de
la epidemia de cólera que tanta incidencia tuvo en nuestra comarca. El retrato
que nos ocupa fue encargado, para perpetuar su memoria, al pintor Ramón Alegre.
El
último retrato incorporado a esta galería que estamos comentando es el de Sor
Inés María Cuartero Sancho, donado en 2004 por la Asociación Cultural
Villardajos, con motivo del homenaje que le fue tributado.
Nacida
en Tabuenca el 25 de marzo de 1708 en el seno de una antigua familia, quedó
huérfana a los cuatro años, haciéndose cargo de su educación dos ilustres hijos
de la misma villa que, además, eran parientes suyos: D. José Millán Lumbreras y
D. Francisco Cuartero, cuyas biografías ya comentamos en esta serie de
artículos.
El
17 de mayo de 1722, con tan solo 14 años de edad, ingresó en el convento de
capuchinas de Ntra. Sra. de los Ángeles de Zaragoza, donde hizo la profesión
solemne tres años después.
Muy
pronto destacó por su formación y, tras ocupar diversos cargos, fue elegida
abadesa en 1744, pero el arzobispo no concedió la preceptiva licencia por no
haber alcanzado la edad de 40 años. Tres años después volvió a ser elegida y,
en este caso, a pesar de que aún le faltaban seis meses para cumplirlos, le fue
otorgada la dispensa, siendo reelegida en 1750.
Pero
su nombre está unido a la fundación del convento de Gea de Albarracín, una
iniciativa del obispo D. Juan Francisco Navarro y Gilabert, el cual solicitó al
arzobispo de Zaragoza el envío de un grupo de religiosas para su puesta en
marcha. Al frente de ellas marchó Sor Inés María que llegó a Gea el 29 de
octubre de 1756, tras ocho días de viaje, siendo alojadas en la propia
residencia del prelado hasta que pudieron ocupar el nuevo monasterio.
Fue
abadesa del mismo hasta que, en 1773, presentó su renuncia, haciendo uso del
privilegio que, como fundadora, tenía de retornar a su convento de procedencia.
Sin embargo, continuó como Vicaria en el de Gea, hasta que el 2 de febrero de
1776 sufrió un accidente cerebro-vascular agudo cuando se encontraba en el
coro.
Pudo
superar la crisis, pero la enfermedad le dejó algunas secuelas, tanto físicas como
psíquicas que afectaron a su carácter durante la última etapa de su vida.
Sufría mucho ante el temor de no ser digna de la salvación, recurriendo a la mortificación
y a su especial devoción a la Virgen, para la que compuso algunas obras
poéticas. Las molestias físicas se fueron acrecentando, pero murió en paz,
rodeada por toda la comunidad el 14 de febrero de 1778, tras 56 años de vida
consagrada, siendo enterrada en el panteón del convento.
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