Como en otras ocasiones hemos señalado, una de las causas de la decadencia de los pueblos es su incapacidad para identificar a los líderes que, en cada momento, pueden favorecer el desarrollo de los distintos aspectos de su vida cotidiana e, incluso, su destino colectivo.
Por
eso, suele ser frecuente que se preste mayor atención a demagogos sin ningún
tipo de formación o a pretendidos expertos que todo lo ignoran pero son
jaleados con la aquiescencia de los poderes de turno. Mientras tanto, los auténticos
especialistas, los “sabios”, como antes se decía, permanecen relegados al
olvido y despreciadas sus opiniones.
Aragón
también es tierra proclive a ignorar a sus mejores hombres o, en todo caso, a
aplaudirlos cuando ya gozan del merecido reconocimiento más allá de nuestras
fronteras, aunque no siempre.
Viene
este proemio a raíz de un artículo publicado por un conocido columnista en
relación con la Real Academia Española y la limitada presencia de aragoneses en
la “docta Casa”. Para subsanar esa deficiencia proponía los nombres de
destacados profesores, con méritos más que sobrados, alguno de los cuales es un
prodigio de erudición. Pero lo que nos llamó la atención es que, tratándose de
una corporación cuyo cometido se centra en ese tesoro que es nuestra lengua
común, no incluya entre ellos a alguno de los mejores lingüistas españoles, que
lo hay en nuestra tierra (y utilizamos intencionadamente el singular).
La
ignorancia, que no la mala intención, suele provocar que muchos de los grandes
hombres que trabajan e investigan en silencio aquí en Aragón, permanezcan
olvidados sin ningún tipo de reconocimiento, que no necesitan por otra parte
pero que no dejaría de ser justo. Hoy, más que nunca, no sabemos identificar a
nuestros líderes.
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