Esta
fotografía de Enrique Lacleta en la que los colores han sido modificados, en
parte, nos permite efectuar algunas reflexiones en torno a nuestros cascos
antiguos y el color. En primer lugar, el encuadre ofrece una visión muy hermosa
de Borja con el castillo y el Cinto al fondo; la colegiata de Santa María, a
continuación; y en primer plano el conjunto que forman el arco de la Carrera y
la casa palacio de los marqueses de González de Castejón. A este último
monumento nos referiremos en un próximo artículo, dado el interés que tiene, tanto
desde el punto de vista histórico como arquitectónico. De ahí, la conveniencia
de que se realicen las gestiones necesarias con la propiedad para que se
proceda al pintado de estas fachadas que permitirían recuperar esa entrada de
la ciudad, realmente espectacular, con los edificios citados y el contiguo
convento de la Concepción que en Bien de Interés Cultural.
Pero
el comentario de hoy quiere hacer referencia, como hemos señalado, al color
que, en el pasado, tuvieron algunos edificios de nuestras ciudades. En el caso
concreto de Borja, donde predominan las fachadas de ladrillo visto, propias de
la arquitectura de los siglos XVI y XVII, hemos olvidado que algunos espacios
ofrecieron un aspecto muy diferente a esos tonos apagados que presentan
actualmente.
Podríamos
citar varios ejemplos. El del arco de la Carrera con el palacio de los González
de Castejón sería una de ellos, complementado por la casa situada
inmediatamente después.
Pero,
quizás, uno de los más llamativos era, sin duda, la plaza del Olmo. En el
edificio que aparece en la fotografía superior, todavía se advierten los restos
de la pintura que iluminaba su fachada.
Como
en otras casas del siglo XIX y comienzos del XX, estaba pintada simulando un
despiece de ladrillo en un rojo y caña, del que quedan algunas muestras en la
zona más protegida de la lluvia, bajo el alero. Ejemplos similares los podemos
encontrar también en la calle Moncayo.
Además,
los vanos de los balcones estaban enmarcados con estructuras arquitectónicas
cuidadosamente reproducidas, como se aprecian todavía en todos ellos.
En
la misma plaza, este otro edificio estuvo también pintado de forma muy
llamativa. Cuando fue restaurado se optó por estos colores mucho más apagados,
aunque se mantuvieron todas las características arquitectónicas de sus
fachadas.
En
su fachada lateral, que da a la calle Belén, se rehicieron algunos de los
trampantojos que había en sus vanos simulados e, incluso, se mantuvo un
fragmento de la banda decorativa que recorría el edificio, como testimonio de
la antigua decoración.
Si
a las casas citadas unimos esta otra que también estuvo pintada es fácil
imaginarse el aspecto que pudo tener la plaza, tan alejado del actual.
Algo
parecido ocurriría en la plaza de las Canales si se restaurara y pintara, como
parece que va a ocurrir en un futuro próximo, la bella medianería situada tras
la fuente.
Un
caso parecido es el del arco de San Francisco cuya restauración quedó inacaba,
a falta de su pintura. En relación con el mismo, esperamos poder informar
próximamente de un descubrimiento de gran interés que viene a realzar su
importancia arquitectónica.
Terminamos
este recorrido con otros ejemplos de color recuperados recientemente, como este
edificio situado en la calle Mayor.
O
el del actual Hogar del Jubilado, antiguo Ideal Cinema. En ambos casos se optó
por una gama relacionada con el ocre, encaminada a mimetizarlos, en cierto
modo, con el entorno.
En
todos los casos citados, se trata de edificios construidos o remodelados, a
partir de finales del siglo XVIII. Distinto es el caso de edificios anteriores,
como la antigua casa solariega de los Aguilar, situada en la calle Mayor, en la
que su fachada requiere un tratamiento muy diferente.
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