Ayer,
al comentar el último número de la revista Archivo
de Filología Aragonesa, comentamos algunos artículos que habían despertado
nuestro intéres, entre ellos el de la Profª Dª María Dolores Albiac Blanco,
titulado “A pie, a caballo, en coche. Aragón visto desde la Ilustración”, en el
que se hace referencia a viajeros que recorrieron nuestra tierra en el siglo
XVIII, ofreciendo su peculiar visión sobre la misma. Uno de ellos fue el
ilustre escritor y político Gaspar Melchor de Jovellanos.
Jovellanos,
nacido en Gijón en 1744, es una figura de sobras conocida por nuestros
lectores, tanto por su faceta de escritor como de jurista, carrera esta última
que, en parte, había cursado en la Universidad de Osma (Soria). Miembro de las
Reales Academia de la Historia, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la Española,
fue uno de los prototipos de los hombres que abrazaron las ideas de la
Ilustración. Desempeñó también puestos de responsabilidad política, entre ellos
el de Secretario del Despacho de Gracia y Justicia, para el que había sido
nombrado por Manuel Godoy quien poco después cayó en desgracia. A pesar de
ello, Jovellanos fue uno de los que intervinieron en la caída del todopoderoso
Príncipe de la Paz, por lo que cuando éste retornó al poder ordenó la detención
de Jovellanos el 13 de marzo de 1801 y su confinamiento en la isla de
Mallorca.Para entonces, Jovellanos ya estaba retirado en su ciudad natal y es,
desde allí, donde inicia el camino del destierro atravesando nuestra zona, ya
que parte de su viaje lo llevó a cabo por el Canal Imperial de Aragón.
Fue
el 5 de abril de 1801 cuando Jovellanos y su séquito llegaron a El Bocal,
admirando la gran obra realizada por el canónigo Pignatelli y especialmente la
gran presa de la que arranca el canal.
Decidieron
entonces realizar el trayecto a Zaragoza por sus aguas y, para ello, reservaron
camarote en el buque San Valero, un
velero para transportar personas arrastrado por sirgas a lo largo de todo el
recorrido.
Jovellanos
lo describía en su Diario de la
siguiente forma: “Este barco tiene una sala común de 36 pies de largo sobre 15
de ancho, con asientos de firme entorno; y un camarote de 15 con 10,
colchoncillos en el asiento y respaldo, todo bien cubierto y pintado al óleo,
con vidrieras y contraventanas corredizas. Entre la sala y la puerta del
camarote hay, a la izquierda, un común (WC) estrecho pero bien limpio y no
pueden dejar de serlo pues que va a dar al agua. Los carruajes tienen también
su camarote en el extremo de la popa”.
A
pesar de estas comodidades, Jovellanos se mareó. Resulta difícil de entender
que ello ocurriera en las tranquilas aguas de canal, pero lo cierto es que, al
llegar a Gallur, donde había parada y fonda, no pudo comer por dicho motivo. De
la fonda afirmaba que “era buena en lo material; en lo demás ni bien aseada ni
servida”. Tras una noche no demasiado plácida, reemprendieron la marcha, tras
la llamada para volver a embarcar a toque de caracola.
Describe
muy bien todas las obras que atravesaron, entre ellas las esclusas y, de manera
especial su llegada a Zaragoza, con el astillero de Torrero y todas sus
construcciones.
Palacio desaparecido de los Navas. Mallén |
Palacio de los Zapata. Mallén |
Cuando
el 6 de abril de 1808, fue liberado de su reclusión en el castillo de Bellver,
reemprendió el camino de retorno durante el que, de nuevo volvió a atravesar
nuestra comarca. En esta ocasión por tierra, deteniéndose a dormir en Mallén.
Es curioso constatar el elevado número de personajes destacados que pernoctaron
en esta localidad, desde monarcas a un Papa, Adriano VI, cuando tras su
elección se dirigía a Roma para iniciar su pontificado. No sabemos dónde se
alojó, probablemente en alguno de los hermosos palacios de la villa. El de los
Navas, lamentablemente destruido acogió a los reyes en varias ocasiones, pero
el de los Zapata estaba ya concluido cuando llegó ese ilustre personajes. De
Mallén salió en dirección a Ágreda y Almazán, por lo que necesariamente tuvo
que atravesar Borja, aunque su paso fuera fugaz.
Al dar acogida a este
viaje, hemos querido recordar también los tiempos no demasiado lejanos en los
que el canal era una vía de comunicación, especialmente de mercancías como
madera, trigo o remolacha, que eran transportadas en barcazas, quedando
circunscrito la navegación de pasajeros a un mero pasatiempo en los alrededores
de Zaragoza.
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