A
finales del siglo XIV, la disciplina se había relajado mucho en el seno de las
órdenes religiosas y el monasterio de Veruela no fue una excepción. En 1477,
fue elegido abad fray Pedro Ximénez de Embún que, tuvo la desventura de
promover al importante cargo de prior a su sobrino fray Miguel Ximénez de
Embún, por el que sentía debilidad aunque, más tarde se arrepintió de su
debilidad hacia él.
La
etapa en la que fray Pedro estuvo al frente del monasterio se caracterizó por
los continuos pleitos que, por los derechos de Veruela, tuvo que sostener.
Entre ellos, el más importante fue el suscitado con el señor de Trasmoz, D.
Pedro Manuel Ximénez de Urrea que derivó en un conflicto armado, teniendo que intervenir
el propio Fernando el Católico para imponer las treguas forales del reino. No
obstante, en el presbiterio de su iglesia, conservaron los monjes el estandarte
que había enarbolado el conde de Ribagorza, su principal valedor durante los
enfrentamientos, que era de damasco anaranjado y morado, llevando en una de sus
caras la imagen de Nuestra Señora de Veruela y en la otra la del patriarca San
José, con las armas de “su real estirpe”.
Cansado
de bregar en tantos frentes, fray Pedro decidió renunciar en 1520, aunque logró
imponer a la comunidad, que entonces elegía a los abades, a su sobrino fray
Miguel como sucesor, aunque de hecho este último ya había desempeñado un papel
importante en el gobierno del monasterio durante los últimos años del abaciado
de su tío.
Fray
Miguel fue un hombre de vida disoluta, al que su propio tío había tenido que
echar del coro varias veces. Al hacerse con el poder la situación empeoró
notablemente, hasta el punto de que uno de los cronistas del monasterio, fray
Antonio de Rueda, decía de él “que gastaba mucho” y hacía “muchas cosas
indignas de un hombre principal y religioso”.
Pero
fray Miguel no actuaba solo, ya que en torno suyo se formó una camarilla de
monjes, de vida tan reprobable como la suya, capitaneada por fray Pascual de
Magallón, natural de esa villa, y de la que formaban parte entre otros, el
borjano fray Antonio del Arco y fray Pedro Bellido.
Los
desmanes llegaron a tal extremo que dilapidaron la fortuna del monasterio,
hasta el punto de que un monje, natural de Añón, tenía que comer de lo que su
madre le hacía llegar. No es de extrañar, por lo tanto, que la parte más sana
de la comunidad decidiera un día, retirar el
Santísimo Sacramento de la iglesia y trasladarse a otros monasterios,
cosa que no llegaron a realizar.
Mientras
tanto, fray Miguel se había enamorado de una morisca de Bulbuente, localidad
que, como es sabido, era propiedad de Veruela y se trasladó a vivir con ella en
el palacio que, junto a la antigua torre, aún existe en ese lugar. De hecho, la
rehabilitación que se está efectuado ahora ha puesto de manifiesto las obras
que, durante esa época, se llevaron a cabo, dotándole de una gran prestancia.
No
sabemos el nombre de la morisca que cautivó al libertino abad, con el que tuvo
un hijo, mientras los monjes, agotados los fondos del monasterio no tenían para
comer. El escándalo amenazaba con convertirse en un serio problema para todos,
por lo que tuvo que intervenir D. Pedro Cunchillos, enviando dinero y
alimentos. También convenció a fray Miguel para que retornara a Veruela, aunque
para ello, fue necesario llevar a la morisca y a su hijo a Polinillo, un lugar
cercano a Sariñena, donde continuaron residiendo con una importante cantidad de
dinero destinado a sufragar su mantenimiento.
Fray
Miguel terminó falleciendo el 11 de octubre de 1534, pero como todas las cosas
son susceptibles de empeorar, la catástrofe se desencadenó en el interior del
cenobio cisterciense, con ocasión de la elección de su sucesor. A lo ocurrido
entonces, dedicaremos un artículo posterior, por tratarse de hechos que parecen
increíbles.
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