Vicente Pascual Rodrigo (1995-2008) había nacido en Zaragoza, aunque lo asociamos con Mallén, localidad en la que sus padres tenían una confitería y donde nació su hermano Ángel, con el que creó en 1972 la Hermandad Pictórica Aragonesa.
Fue un gran artista que residió durante
varios años en Oriente, impregnándose de la Cultura y la Filosofía de aquellas
tierras. Vivió después en Campanet (donde sigue su hermano) y, en 1992, se
estableció en los Estados Unidos en donde su producción artística experimentó
una completa transformación. En 2003, abrió su estudio en Tarazona y falleció
en Utebo en 2008.
Fue durante su estancia en Tarazona
cuando, en 2006, la editorial Olifante le publicó el libro que acabamos de
conseguir, titulado Las 100 vistas del Monte Interior. En recuerdo de
los antiguos locos se añade en la portada y en la “Advertencia obligada” que
encabeza la obra explica que constituye un homenaje a “Hokusai, y con el a los
antiguos locos”.
Katsushika Hokusai (1760-1849) fue un gran artista japonés que,
junto con su genialidad, destacó por su capacidad de trabajo y su dedicación a
proyectos editoriales de gran envergadura. Una de sus obras más famosas fue las
Cien vistas del monte Fuji, publicada entre 1834 y 1840, compuesta por
imágenes de la montaña sagrada de Japón, como protagonista principal.
En la obra de Vicente Pascual se incluyen
también cien representaciones en las que utiliza dos únicos colores: el negro y
el gris azulado, con los que venía experimentando “desde comienzos de este
extraño siglo” (siglo XX), el negro como de humo y un óxido cálido (como si yo
fuera uno de aquellos muy antiguos pintores de las cuevas). Cada imagen va
acompañada por un poema del propio artista que él define como “comentarios
breves, como títulos largos” que no pretenden ser obra de poeta (confiesa que
no lo es) y de los que señala son plagios de autores del pasado, para terminar
afirmando que “si no me sonrojo remedando penosamente a los antiguos es solo
porque querría parecerme a lo que ellos, dejando de ser, fueron”.
Como valor añadido el libro viene
dedicado por el autor a “Rosi, en unos días hermosos, cristalinos en …”
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