jueves, 17 de julio de 2025

Lo que vimos en la catedral de Logroño

     No son pródigas las catedrales españolas en albergar monumentos funerarios dedicados a ilustres próceres, a diferencia de lo que ocurre en otros países. Sin embargo, los hay dedicados a monarcas y eclesiásticos, aunque que albergan los restos de personajes laicos suelen estar en criptas o en las capillas funerarias de sus familias.

         Hay excepciones, como el de Colón en la catedral de Sevilla, o el del Capitán General D. Baldomero Espartero, que vimos en la girola de la concatedral de Logroño.

 

 

         Espartero, que fue un destacado militar y Regente de España durante la minoría de edad de Isabel II, había nacido en Granátula de Calatrava (Ciudad Real) el 27 de febrero de 1793, pero buena parte de su vida estuvo vinculada a Logroño, donde falleció el 8 de enero de 1879, tras haber vivido sus últimos veinticinco años en el palacio de su esposa, donde ahora se encuentra el Museo de la Rioja.

         Enterrado en el cementerio de esa ciudad, diez años después, sus restos fueron trasladados, con los máximos honores militares, al mausoleo que, por decisión de la Reina María Cristina, realizó el escultor Juan Samsó y Lengly, dada la ideología del que estaba en posesión de los títulos de príncipe de Vergara, duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas.

         Con él reposa su esposa, como recuerda la lápida instalada al pie del mausoleo: “Al general Espartero, Pacificador de España, y a doña Jacinta Martínez de Sicilia, su esposa, erigió la nación este monumento. Año de MDCCCLVIII”.

 

         Frente al anterior se encuentra el túmulo funerario del obispo D. Pedro Gonzalez del Castillo, obra que Pedro de Aguilera realizó en 1626, en el que el prelado, revestido de capa pluvial, está representado de rodillas, contemplando la capilla del Cristo de los Labradores.

 

         Pero, directamente vinculado con este obispo, se encuentra el pequeño Calvario, situado tras el altar mayor, una obra que Miguel Ángel pintó para la marquesa de Pescara Vittoria Colonna, viuda del español Francisco de Ávalos, con la que mantuvo una relación de amistad.

         A la muerte de la marquesa, Miguel Ángel recuperó la obra que, más tarde, fue adquirida por el citado obispo González del Castillo, para decorar su capilla funeraria. Esta deliciosa obra, protegida con grandes medidas de seguridad, es una auténtica joya de la catedral, cuyo análisis merecería otro artículo.


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