Continuando
con el análisis de este retablo que iniciamos en el artículo de ayer nos
detendremos, ahora, en estos dos santos dominicos que están representados en la
calle derecha del mismo.
La
de la parte superior es Santa Catalina de Siena cuya vida, comentábamos ayer,
que había inspira-do la de Santa Rosa de Lima y, como ella, pertenecía a la
Orden Tercera. Nacida en la ciudad italiana que le dio nombre, hacia 1347, fue
la penúltima de los 25 hijos que tuvieron sus padres, un humilde tintorero y la
hija de un modesto poeta. Inclinada a la piedad desde su más tierna infancia, a
los siete años hizo voto de castidad y a los 18 ingresó como terciaria,
consagrada desde entonces a la oración y las más duras penitencias. Fue una de
las grandes místicas de su época y una mujer que gozó de gran influencia, a
través de sus escritos. Su intervención fue decisiva para que el Papa retornara
del exilio de Aviñón a Roma, donde falleció ella a los 33 años de edad. Fue
canonizada en 1461, al cumplirse un año de su muerte. El papa Pío XII la
declaró patrona de Italia; Pablo VI le concedió el título de Doctora de la
Iglesia, un honor que, hasta ese momento, sólo había recibido Santa Teresa de
Jesús. Finalmente, Juan Pablo II la declaró Patrona de Europa.
En
el lienzo que estamos comentando viste el hábito dominico y lleva en su mano
derecha el lirio, atributo de su virginidad y un Crucifijo en recuerdo de los
frecuentes éxtasis que tuvo. Su cabeza está ceñida por una corona de espinas,
en alusión a un episodio de su vida en el que Cristo la invitó a elegir entre
una corona de oro y otra de espinas, optando por esta última.
Debajo
de ella está San Raimundo de Peñafort, un santo dominico español que nació a finales
del siglo XII en el castillo que le da nombre, del que su padre era señor.
Cursó la carrera de Derecho (Cánones) en la universidad de Bolonia y, a su
regreso, fue nombrado canónigo de la catedral de Barcelona pero decidió
renunciar para tomar el hábito de los dominicos a quienes había conocido
durante su estancia en Italia. Fue un jurista eminente y el papa Gregorio IX le
encargó la redacción de los Decretales,
un compendio de Derecho canónico que estuvo en uso hasta el siglo XX. Falleció
el 6 de enero de 1275, a una edad próxima a los 100 años. Fue beatificado en
1542 y canonizado en 1601. Sus restos se veneran en la catedral de Barcelona y
es el patrón de los abogados.
En
el lienzo viste el hábito dominico y lleva en su mano el libro de los Decretales que escribió y, pendiendo de
sus dedos, dos llaves que hacen referencia al cargo de penitenciario que le
encomendó el Papa.
En
el cuerpo superior del retablo figura, en su calle central, un lienzo
representando el abrazo místico entre Santo Domingo de Guzmán y San Francisco
de Asís. A sus lados, en sendos tondos, aparecen dos doctores de la Iglesia.
La
escena del abrazo entre los dos santos fundadores de dos de las grandes órdenes
de la Iglesia, San Francisco de Asís (1182-1226) y Santo Domingo de Guzmán
(1170-1221), ha sido objeto de numerosas representaciones artísticas. Se
inspira en una visión que tuvo Santo Domingo en la que el Señor le mostró los
castigos que iba a lanzar contra el mundo. La Virgen pudo detenerlo señalando a
dos personas arrodilladas que oraban fervientemente. Una de ellas era el propio
Santo Domingo; la otra un hombre vestido como un mendigo al que reconoció al
día siguiente en una de las basílicas romanas. Se trataba de San Francisco al
que abrazó, invitándole a trabajar unidos para lograr el triunfo del Reino de
Dios. Al margen de la veracidad de este relato, la representación pictórica
intentaba manifestar la unidad entre las dos órdenes. De ahí que aparezca tanto
en los conventos dominicos como en los franciscanos.
De
hecho, en la iglesia del convento de Santa Clara de Borja se conserva este
lienzo, procedente del desaparecido convento de franciscanos que, como ha
señalado Alberto Aguilera, presenta notables similitudes con el que estamos
comentando, hasta el punto de que, probablemente, sean del mismo autor.
De
hecho, en ambos aparece un curioso detalle: el “arrepentimiento” del pintor en
el dibujo de dos de las cabezas. En la imagen superior, aparece “corregida” la
de San Francisco mientras que en la inferior (correspondiente al lienzo de la
iglesia de San Pedro Mártir) es aún más evidente el cambio de posición de la
cabeza de Santo Domingo.
La
identificación de los dos santos representados en los tondos laterales presenta
mayores proble-mas ya que no portan atributos personales que la faciliten. El de
la izquierda viste ornamentos pontificales y se toda con la tiara, por lo que
se trata de un Papa. Si como parece razonable fuera uno de los grandes doctores
de la Iglesia se trataría de San Gregorio Magno (ca.504-620). Hay un papa
dominico que fue santo, San Pío V (1504-1572), pero su canonización tuvo lugar
en 1712, por lo que no parece probable que fuera ya representado en Borja.
Lo
mismo ocurre con el de la derecha. En este caso un santo obispo que se toca con
la mitra de su dignidad y porta el báculo episcopal en la mano. De ser un Padre
de la Iglesia podríamos inclinarnos por San Agustín (354-430) o San Ambrosio
(340-397). Si nos inclinamos por un santo dominico, podríamos identificarlo
como San Alberto Magno (ca.1193-1280) aunque, en este caso, en el momento de construcción del retablo era sólo beato, pues no fue canonizado hasta 1931. Por todo ello, lo más probable es que los dos santos representados sean San Gregorio Magno y San Agustín cuya fiesta celebran los dominicos como propia.
No
podemos dejar de señalar algunos detalles de la mazonería como la
representación del Espíritu Santo que corona el retablo.
O
esta bella representación del emblema de la Orden de Predicadores situada sobre
el lienzo del titular en la calle central.
Todo
el conjunto ofrece una exuberancia de motivos vegetales, característicos del
estilo barroco, abrazando las columnas salomónicas y en otros muchos lugares del mismo.
Finalmente,
queremos hacer alusión al expositor que estaba situado en la parte inferior del
retablo y que, en la actualidad, se encuentra en la cripta de Santa María, al
cual hicimos referencia en un reciente artículo en el que llamamos la atención
sobre la similitud estilística que tiene con el del coro bajo de Santa Clara.
Agradecemos
a Enrique Lacleta la realización de las fotografías que nos han servido para
comentar las peculiaridades de este retablo sobre el que merecería la pena
plantearse, en el momento adecuado, su restauración.
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