Aunque
ya nos ocupamos el pasado año de este templo borjano, reconvertido en Auditorio
Municipal, volvemos a hacerlo ya que disponemos de nuevas fotografías,
realizadas por Enrique Lacleta, dentro de los trabajos de preparación del
inventario artístico de nuestra ciudad que esperamos publicar en algún momento.
El
proceso de construcción de esta iglesia fue complejo pues se demoró durante un
largo período, debido a la falta de recursos. En 1640, se había capitulado la
obra con Clemente Ruiz y Diego Hurtado, albañiles de Zaragoza. Cuatro años
después, Clemente Ruiz encargaba al cantero tudelano Juan de Lezcano la
preparación de la piedra necesaria. Sin embargo, como ha documentado Alberto
Aguilera, debido a los problemas económicos las obras se interrumpieron durante
algún tiempo y, en 1650, se hizo cargo de las mismas José Capaces, un albañil
zaragozano que había trabajado en los conventos de San Lázaro y de capuchinas
de la capital. Aquí surgieron discrepancias con la comunidad y, de nuevo, se
paralizaron los trabajos. En 1654, vuelve a capitularse su reanudación que fue encomendada a Pablo de
Goya, un maestro que había trabajado para los dominicos de Zaragoza. No
sabemos, todavía, si fue el último en intervenir pues la iglesia no estuvo
acabada hasta 1699.
La
iglesia es de planta de cruz latina, con cabecera recta y coro a los pies,
sobre arco carpanel. La nave se cubre con bóveda de lunetos. Tiene dos capillas
laterales, a cada lado, que se comunican entre sí y con el crucero. Al ser
transformada la iglesia en auditorio, fueron cerradas con mamparas de cristal.
En
el crucero destaca la cúpula con linterna central en la que se abren ocho
vanos, uno por cada lado. Se apoya sobre pechinas y está decorada con pintura y
yeserías, destacando el florón central.
Es muy interesante la decoración de
las pechinas, con motivos florales enmarcando unos róleos en los que, tras la
restauración se pintaron los escudos de España, de Aragón, de la provincia de
Zaragoza y de Borja, sustituyendo a los que anteriormente existían.
Este
tipo de decoración está también presente en Borja en la capilla de los
Mártires, situada en la cabecera del templo, sobre las que nos preguntó
recientemente un amable lector. Para Alberto Aguilera existen evidentes
paralelismos entre ambos trabajos.
Respecto
a los escudos originales a los que antes hacíamos referencia, en Santo Domingo
estaban representadas la cruz de Calatrava que es el emblema de los dominicos y
unas armas con tres bandas de gules sobre campo de plata que, según Federico
Bordejé corresponden a los Navarro. Es curioso que, en el dibujo anterior,
Bordejé reflejara la corona marquesal que aparece sobre cada uno de los róleos,
pero omitiera el yelmo que timbra las armas, algo lógico en el caso de los
Navarro, pero anómalo en el caso de la orden.
Respecto
a las capillas laterales, tres de ellas se cubren con bóveda de arista, excepto
en la segunda del lado del Evangelio.
En
este caso, existe una hermosa cúpula con linterna hexagonal, sobre pechinas.
Todo el conjunto está ricamente decorado con yeserías y esgrafiados.
Cuando
se rehabilitó el edificio se tuvo el acierto de mantener en su lugar el retablo
mayor, al que dedicaremos un próximo artículo. Se retiraron los existentes en
el crucero, uno de ellos dedicado a la Inmaculada Concepción y el otro a tres
santos jesuitas (San Luis Gonzaga, San Estanislao de Kostka y San Juan
Berchmans) ya que la iglesia que había quedado abandonada, tras la
Desamortización, fue sede de las Congregaciones Marianas y de la Asociación de
Hijas de María durante la primera mitad del siglo XX. Del resto de altares de
esa época, recordamos el de San Antonio de Padua pues también aquí radicaba la
obra conocida como “el pan de los pobres”, vinculada a este santo franciscano.
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