Fue D.
Juan María de Ojeda Castellot quien nos puso sobre la pista del “pequeño
filósofo” de Fuendejalón, a raíz de la publicación en Heraldo de Aragón, en su sección “Hace 100 años” de una noticia
referida a un niño al que denominaban con ese apelativo y que, en compañía de
su padre, había visitado al Rector de la Universidad y al Gobernador Civil.
Dos
días, en la misma sección, volvía a aparecer Melchor Lamana, el muchacho de
Fuendejalón al que pensaban dar una pensión, para lo cual lo habían sometido a
un examen. A nosotros, la noticia nos había pasado desapercibida y, por otra
parte, no teníamos la más mínima referencia sobre este caso, del que
desconocíamos todas sus circunstancias. Afortunadamente, gracias a las ventajas
que ofrecen Internet y la excelente biblioteca de nuestro Centro, en muy poco
tiempo, hemos podido conocer la trayectoria de ese muchacho, con resultados concluyentes.
La
primera sorpresa fue constatar que del “caso” de Fuendejalón se hicieron eco
periódicos nacionales, como El Imparcial,
La Vanguardia o los diarios madrileños
de la noche La Acción y El Día. Pero también apareció la
noticias y artículos dedicados al mismo en otros medios locales como El Diario de Huesca o incluso la revista
Cádiz-San Fernando” en la que entre
las crónicas sobre la I Guerra Mundial, aparecía un artículo dedicado a Melchor
Lamana, firmado por Abilio Muiños Adán “Alumno de enseñanza libre del Instituto
de Pontevedra.
A
través de las informaciones publicadas en ellos, hemos podido reconstruir lo
ocurrido para que despertara tan extraordinario interés. Melchor Lamana era
hijo de unos modestos agricultores de Fuendejalón que, según las noticias de
aquellos días, tenía 16 o 17 años (posiblemente menos, como luego veremos), sin
más formación que la recibida en la Escuela de la localidad. A pesar de ello,
había ya leído y asimilado las obras de filósofos tales como Rousseau, Kant, Schopenhauer
y Nietzsche. Especialmente interesado por la Literatura, conocía a la
perfección las de dramaturgos como Shakespeare, Ibsen o Calderón de la Barca.
También había leído las novelas de Tolstoi, Gorki, Anatole France o Pérez
Galdós, entre otras muchas.
Pero,
esta enciclopédica cultura, poco frecuente en un muchacho de su edad hubiera
permanecido oculta en su localidad natal, si no hubiera estado acompañada de un
toque de audacia que dio un vuelco a su vida.
Federico Oliver Crespo |
Porque,
a raíz del estreno en 1914 de la obra Los
semidioses, del famoso escritor y dramaturgo (también escultor) D. Federico
Oliver Crespo (1873-1957), Melchor le escribió desde Fuendejalón una carta en
la que le felicitaba por ella, destacando su gran contenido social.
Probablemente, la misiva quedó sin respuesta pero el famoso Director del Teatro
Español no debió olvidarla, pues cuando, tres años después, encontrándose con
su compañía, actuando en el Teatro Circo de Zaragoza, recibió otra comunicación
del joven fuendejalonero, diciéndole que había escrito una obra de teatro, le
invitó a ir a la capital aragonesa y allí se presentó Melchor, vestido
modestamente y calzando alpargatas. Al principio, dado su aspecto no le dejaban
entrar pero llevado, finalmente, a presencia del Director, no solo aceptó leer
el drama, sino que le invitó a presenciar la representación de El crimen de
todos, al término de la cual le llevaron a la redacción de Heraldo de Aragón, donde con gran rapidez escribió una acertada
crítica de la misma.
La
noticia del “descubrimiento” efectuado por una persona tan conocida y
prestigiosa como Federico Oliver tuvo un eco inmediato, amparada por el
entusiasmo de la primera actriz Carmen Cobeña que propuso estrenar en Madrid la
obra del joven de Fuendejalón.
A
partir de ese momento, destacadas personalidades de la Cultura como Mariano de
Cavia, Natalio Rivas o Antonio Royo Villanova le manifestaron su apoyo, que
también le fue dispensado por el Gobernador Civil, el Presidente de la
Diputación, o el Rector de la Universidad. Fue en este clima de entusiasmo cuando
la Diputación Provincial, tras el examen relatado al principio, le otorgó una
pensión de 1.500 pesetas anuales para que pudiera cursar estudios oficiales.
Mariano de Cavia |
Ello
dio lugar a una cierta tensión entre los que querían que fuera a Madrid y los
que preferían que se quedara en Zaragoza. Mariano de Cavia llegó a publicar en Heraldo de Aragón un artículo titulado “Los
peligros de la Corte”, del que se hizo eco El
Imparcial, en el que alertaba sobre los riesgos a los que podía verse
sometido el precoz muchacho si lo enviaban a la capital de España, donde El Día publicó el 24 de abril de 1917,
un artículo de Alberto Marín Alcalde, titulado “No vengas, Melchor, no vengas”,
en el que con un tono evidentemente jocoso calificaba de “crimen horrendo” lo
que querían hacer con Melchor “desgraciado zagalillo, a quien estos fieros
sayones de la intelectualidad quieren arrancar de la paz geórgica de su aldea”.
Para el articulista, la mayor desgracia del joven había sido aprender a leer,
pues a causa de ello había adquirido la popularidad que le iba a conducir a ese
salto frecuente de “niño prodigio” a ser “crucificado en el Gólgota de
sangrientos sarcasmos”.
Afortunadamente,
los negros presagios de ese artículo no se cumplieron, como tendrán ocasión de
comprobar nuestros lectores en otro artículo en el que responderemos al
interrogante que, como a nosotros, se les habrá despertado: ¿Qué fue de Melchor
Lamana? Les aseguramos que merece la pena conocerlo.
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