El 25 de mayo de 1421
nació en Peñafiel Carlos de Navarra,
hijo del infante de Aragón D. Juan y de la infanta de Navarra Dª Blanca, hija y
heredera de Carlos III el Noble. El monarca creó para su nieto el título de “Príncipe
de Viana”, con el que sería conocido por la posteridad. En 1429, su madre asume
el trono navarro, teniendo como consorte a su segundo esposo, el citado infante
que más tarde llegó a ser rey de Aragón, un hombre de gran carácter y ambición
política que pretendió suceder a su esposa, fallecida en 1441, a pesar de que
el heredero era el Príncipe de Viana. Las tensiones entre padre e hijo fueron
constantes, especialmente tras el nuevo matrimonio que contrajo Juan II con Dª
Juana Enríquez, fruto del cual fue Fernando el Católico.
El enfrentamiento
provocó una guerra civil entre los partidarios del Príncipe (agramonteses) y
los de su padre (beamonteses). Derrotados los primeros en la batalla de Aybar,
Carlos fue hecho prisionero, siendo encarcelado en los castillos de Tafalla,
Tudela, Mallén, Monterrey y la Aljafería. Aunque fue puesto en libertad en
1453, los problemas continuaron, llegando a sumar a su causa D. Carlos al
Principado de Cataluña. Nuevamente fue detenido en 1461, lo que provocó el
levantamiento de los catalanes, pero el 25 de septiembre de ese mismo año murió
en la ciudad condal como consecuencia de un proceso tuberculoso, según la
versión oficial.
Si lo recordamos aquí
es por su estancia en Mallén, en calidad de prisionero, razón por la cual el
Ayuntamiento de esa villa, siendo Alcalde D. Jesús Pardo, le dedicó una calle
el 1 de febrero de 1973, en recuerdo de su cautiverio en esa localidad, entre
1452 y 1453.
El 25 de mayo de 1590
fue bautizado en la parroquia de San Bartolomé de Borja fray Miguel Francés Freire quien, el 11 de noviembre de 1609,
ingresó en el Real Convento de Predicadores de Zaragoza, donde profesó como
dominico. Ocho años después quedó paralítico y, durante casi 49 años, estuvo
completamente imposibilitado, a pesar de lo cual soportó con increíble paciencia
las molestias de su invalidez, dedicándose por completo al estudio y la
oración. Su vida fue un ejemplo de santidad
y un modelo para todos los que le conocieron. Venerado por sus hermanos
en religión, murió santamente en 1665, en el convento donde había transcurrido
toda su vida.
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