jueves, 16 de febrero de 2023

Enseñanzas del hundimiento de la calle Coloma

 

         Fue el 8 de junio de 2018, cuando a raíz del derribo (no hundimiento) de un edificio en la calle de Coloma de Borja, llamamos la atención sobre la conveniencia o no de autorizar actuaciones como esa, sobre todo sin que la Comisión Provincial de Patrimonio, ante la que fue tramitada y concedida la oportuna autorización, hubiera ordenado realizar un minucioso estudio arqueológico e histórico previo, no sólo por interés del propio edificio, sino por las consecuencias de su demolición, aunque en esta cuestión, la responsabilidad era competencia de otras instancias.

 


         Llamábamos la atención sobre el hecho de que, bajo el anodino revoque de su fachada habían aparecido elementos que venían a demostrar la existencia de una obra de ladrillo del siglo XVI, luego revocada, de la que sólo se había conservado el arranque de un arco de medio punto y el cabecero mutilado de lo que pudo ser su puerta de entrada. Estaríamos, por lo tanto, ante una fachada que, por sus características arquitectónicas se enmarcaría en el siglo XVI, como otras muchas de Borja.



         Pero, lo más llamativo era la aparición, entre los restos de su estructura, de dos gruesos muros laterales que la enmarcaban, realizados en tapial y que, por lo tanto, nos retrotraían a una época anterior, acreciendo su interés, dado que este tipo de obra puede ser datada antes del siglo XV.

Fue el Dr. D. Isidro Aguilera Aragón el que nos llamó la atención sobre un aspecto mucho más relevante: la anchura del edificio. Cualquiera que proceda a medirla, como hemos hecho nosotros, comprobará que tiene 5 metros, equivalentes precisamente a 11 codos, antigua medida de longitud.  Y 11 codos son lo que definen a las llamadas “casas de repoblación”, porque era el espacio que se concedía a los nuevos pobladores de las ciudades reconquistadas para que edificaran sus viviendas, como ya nos había comentado anteriormente el Prof. D. José Luis Corral.



         Llevados por nuestro entusiasmo, decíamos que el edificio perdido era una reliquia histórica y arquitectónica del más remoto pasado de la Borja actual. Pero no era la única, pues si se fijan todos aquellos que recorran la calle Coloma podrán percatarse de que esa la anchura de todos los edificios de la misma, salvo el espacio que ocupa el palacio de Navascués que fue construido a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, tras adquirir su propietario varias casas que allí había y que, probablemente, serían de características similares. Lo mismo ocurre con la situada en el lado de los pares, frente a la plaza de Aguilar, formada por la unión de dos edificios antiguos.


        En las casas de repoblación, el mismo muro de tapial que las separa es aprovechado para soportar los forjados de las dos casas que lo comparten, por lo que al derribar una de ellas el riesgo es enorme para la otra, como ya advertimos, sobre todo cuando las medidas de apuntalamiento son inadecuadas. 


         Por consiguiente, no es de extrañar que hace unas semanas se hundiera la casa contigua, en su mayor parte, estando a punto de arrastrar a la siguiente. Al margen de los daños ocasionados, entre ellos los que nos afectaron directamente, el derrumbamiento nos ha permitido corroborar las características de esos edificios.




         En concreto, en el centro de la primera imagen se ve muy bien ese muro de tapial al que hemos hecho referencia. De nuevo, unos frágiles puntales pretenden evitar su caída, llamando la atención la forma en la que se han colocado los puntales en la segunda foto o el mal estado de la casa contigua, parcheada con tabiques de ladrillo, aunque sin reforzar la parte inferior.



         No hace falta ser un adivino para vaticinar nuevos derrumbamientos cuando el agua erosione esos muros de barro. De ahí las medidas que deben ser adoptadas en las casas colindantes al espacio vacío, dado el riesgo que se cierne sobre ellas.

         Terminamos con el último párrafo del artículo de hace cinco años: “En cualquier país del mundo en el que se hubieran conservado testimonios que pueden ser datados con anterioridad al siglo XV los cuidarían con mimo, harían todo lo posible por mantenerlos y los mostrarían con orgullo. Pero aquí, que no tenemos la necesidad de recrear “barrios góticos”, porque los tenemos de todas las épocas y culturas, somos incapaces de percatarnos de su importancia. Y no nos referimos sólo a quienes residen aquí, sino a un sistema de protección del Patrimonio Cultural de todos los aragoneses que viene dando constantes pruebas de la necesidad de configurarlo de otra forma para que cumpla realmente su misión, de una manera eficaz”.







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