La capilla de la Virgen de los Dolores o de Ntra. Sra. de las Angustias, como era conocida, es junto con la de los Mártires, una de las más importantes de la colegiata de Santa María de Borja, en cuyo claustro se encuentra situada. A pesar de ello, como ocurre con la otra mencionada ha venido siendo utilizada como un mero almacén.
Hoy queremos dedicarle especial atención
ya que, al preparar la biografía del último Diputado a Cortes por la circunscripción
de Borja, que fue D. Nicasio Navascués y Aysa, hemos vuelto a recordar que,
cuando falleció en 1885, sus restos fueron sepultados en esta capilla, que era
propiedad de su familia. Es posible que fuera también uno de los últimos (o el
último) enterramientos efectuados en la antigua colegiata.
A la espera de un estudio más detallado, que merecería la
pena, podemos seguir la historia de este espacio, a través de las de sus
sucesivos poseedores. El Dr. Aguilera Hernández ha documentado la venta efectuada
por el cabildo, en 1587, de la capilla de las Angustias a favor del mercader
Jerónimo Gil de Tierga, personaje del que no tenemos, por el momento más noticias.
En el centro de la capilla, se encuentra la entrada al carnerario
con una curiosa inscripción, datada en 1620, en la que puede leerse en latín: “Quos
vivos una domus simul coniungere nequit, extinctos potuit claudere mors tumulo”,
cuya traducción, más o menos libre, es: “A los que vivos no fue posible unir en
una misma casa, la muerte pudo encerrarlos en la tumba”. Sobre su significado
se han barajado diversas hipótesis. La más “romántica” sugiere la posibilidad de
una historia de amor imposible (en vida), cuyos protagonistas terminaron reuniéndose
en el mismo sepulcro. Posiblemente, esta versión de “Los amantes de Borja” sea
demasiado imaginativa, pero el epitafio no deja de ser llamativo.
El 6 de diciembre de 1650, el canónigo D.
José Alcañiz vende la capilla al mercader D. José Lázaro, como ha documentado
el Dr. Aguilera. Fueron los Lázaro quienes acometieron reformas importantes y
sus armas aparecen sobre la puerta de acceso y esta decoración parece coetánea
a la del resto de la capilla.
Es probable que fueran también ellos los comitentes de su retablo, de estilo romanista, con un gran lienzo central, enmarcado por triples columnas estriadas que recuerdan a las del retablo mayor de la iglesia de Agón, rematado por un interesante Calvario de bulto y un bajorrelieve en la predela, representando la Última Cena.
Los Lázaro tuvieron continuidad en la familia Ojeda, que es la propietaria del palacio que habitaron en la calle de San Francisco. Sin embargo, la capilla pasó a poder de los Navascués, otra destacada saga, oriunda de Cintruénigo, a través de una serie de enlaces matrimoniales: Mañas, Bauluz, Fernández de Heredia y, finalmente, D. Nicasio de Navascués que, ya en el siglo XIX, acometió nuevas obras de remodelación.
En el interior de la capilla se
encuentran estos lienzos con escudos de armas a los que no recordamos que se
les haya prestado especial atención, entre otras razones porque no contamos con
demasiados especialistas en Heráldica, disciplina sumamente importante para conocer
muchos aspectos de nuestra historia.
Esas armas también figuran en el blasón
que D. D. Fermín Ferrández de Navascués mandó colocar en un retablo
(desaparecido) de la iglesia parroquial de San Bartolomé. Se trata de un escudo
partido, con las armas de los Ferrández en el cuartel diestro y las de los
Navascués en el siniestro.
Ambos escudos fueron estudiados y descritos por D. Carlos
Sánchez del Río y Peguero. El de los Navascués, cuartelado, lleva en el primero
una cruz de oro en campo de azur; en el segundo, en campo de gules, dos
castillos de oro aclarados de azur y mazonados de sable, puestos en palo; en el
tercero, en campo de azur, cinco muelas de oro, y en el cuarto, en campo de
plata, tres calderas de sable.
También es cuartelado el de los Ferrández. En el primer
cuartel y, en campo de azur, un castillo, de plata; en el segundo, en campo de
gules, dos lobos andantes, de plata, puestos en palo; en el tercero en campo de
azur, una carrasca con un jabalí, de sable, brochante al tronco, y en el
cuarto, en campo de sinople, dos herraduras, de plata, puestas en faja.
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