viernes, 29 de septiembre de 2023

La capilla de los Mártires una joya olvidada de la colegiata de Santa María

 

         Uno de los espacios más desconocidos de nuestra colegiata es la antigua capilla de los Mártires, sobre la que hace diez años publicamos el artículo que volvemos a reproducir, cuando existe la posibilidad de proceder a su tan necesaria restauración.

         Junto al altar mayor de la colegiata de Santa María existen dos pequeñas puertas por las que se accede a sendas dependencias que muy pocos conocen. La situada a la derecha conduce al trasagrario, del que nos ocuparemos en otra ocasión, mientras que la señalada en la fotografía es la entrada a una de las capillas más importantes del templo, la que se llamó “capilla de los Mártires”.


         Su construcción está vinculada a la figura de un obispo borjano, fray Juan López de Caparroso O.P. Este prelado, durante el desempeño de su cometido pastoral en Italia, reunió una importante colección de reliquias que donó a nuestra colegiata.

 

         Fueron llegando a Borja en varias remesas, la primera de ellas en 1601, procedentes de las catacumbas romanas de San Calixto. El objetivo de fray Juan era hacer un sencillo armario para conservarlas, en el que figurasen sus armas, las de la Orden de Predicadores, a la que pertenecía, los nombres de los mártires a los que correspondían y la identidad del donante.

 

         Sin embargo, su hermana Dª María López de Caparroso, que vivía aquí, apoyada por su sobrino Martín, hijo de otro hermano del obispo, solicitaron al capítulo de la colegiata, en 1608, un espacio situado entre el altar mayor y la actual capilla del Corazón de María que, pocos años antes, había construido D. Antonio de Alberite, con el propósito de construir una nueva capilla que pudiera albergar a las reliquias, sirviendo al mismo tiempo como capilla funeraria para el obispo y sus familiares. Disponer de enterramiento propio en un templo de la importancia de Santa María era, evidentemente, el motivo que impulsaba a la familia López de Caparroso, para aprovechar la circunstancia de tan señalada donación.

         Porque, en aquellos años posteriores al Concilio de Trento, el culto a las reliquias había adquirido un gran auge y la importancia de las iglesias se medía, en cierta medida, por el número de las que conseguían atesorar. El cabildo influido por la donación de fray Juan que, en aquellos momentos, revestía un gran valor no pudo resistirse a la petición de su hermana. Aunque no fijó un precio por el espacio, sí le hizo ver que el lugar concedido requería una contraprestación elevada, por estar ubicado en un lugar tan preeminente. Dª María no se dio por aludida y se limitó a entregar 300 escudos, una cantidad muy inferior a la que, por ejemplo, había pagado Antonio de Alberite por la capilla antes citada, que ascendió a 500 escudos.

 

         En 1609 se iniciaron las obras de esta capilla que, en la actualidad, presenta este aspecto desde el exterior. En aquellos momentos, no disponía de linterna pues, como veremos, se levantó más tarde. Durante el proceso de construcción hubo algunos problemas con los canónigos, como consecuencia de que el tejado tapaba parcialmente una de las vidrieras que entonces daban luz al retablo mayor, por lo que tuvo que intervenir Domingo de Aroza, entonces maestro de obras de la colegiata.

         El acceso desde el presbiterio se realizaba a través de una verja o cancel que debió gustar, pues se impuso como modelo para otros trabajos realizados, posteriormente, en la colegiata.

         En el interior de la capilla se instaló el altar que ahora se encuentra en la capilla del Corazón de María, de cuya recomposición tan malos recuerdos tenemos. Pero esta imagen es anterior y en ella se pueden ver las reliquias dispuestas en bustos relicarios y arquetas fabricados con este fin y se la dotó con un importante conjunto de jocalias.



         Unos años después, en 1691, el cabildo construyó el trasagrario, lo que representó un gasto de 1.000 libras jaquesas, con tan mala fortuna que se hundió en 1696, siendo preciso reedificarlo. El derrumbe debió afectar a la capilla de los Mártires que, por otra parte, había visto reducida su iluminación al serle adosada la nueva construcción.

 


         Por entonces, la capilla era propiedad del primer marqués de Montesa, D. Fernando Vicente de Montesa Gorráiz Beaumont de Navarra, Caparroso y Yáñez, biznieto de aquel Martín de Caparroso, el mayor de los sobrinos del obispo. Ante la situación planteada decidió reformarla por completo, dotándola de una hermosa cúpula con linterna, decorada con ricos trabajos en yeso policromados, al gusto de la época.

 

         En las pechinas aparecen las armas correspondientes a sus apellidos. Según Sánchez del Río que las estudió, las del primer cuartel son de los Vicente; las del segundo, de los Gorráiz; las del tercero, de los Montesa y las del cuarto, de los Beaumont.

 

         Hemos encontrado las armas completas del I marqués de Montesa que, en gran medida, coinciden con las anteriores. En ellas, como en las de la capilla destaca el ave fénix sobre la corona marquesal y la divisa “Virtus in infirmitate perficitur” que está tomada de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, cuando el Señor, ante su petición de que le apartase de una tentación le dijo: “Te basta mi gracia. La fuerza se realiza en la debilidad”, según la traducción que aparece en la versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Lleva acolada la cruz de Santiago, que también aparece en la representación de la capilla, pues era caballero de esa orden.

 

         Las mismas armas, de las que esperamos ofrecer una descripción acorde con las leyes de la Heráldica, contando con la colaboración de D. Raúl Rivarés, aparecen en la rica decoración de la fuente para el lavatorio de las manos que se encuentra en la sacristía contigua.

 

         Por otra parte, las armas episcopales de fray Juan López de Caparroso coronan la labor en yeso que enmarcaba su retrato que, ahora, se exhibe en la segunda planta del Museo de la Colegiata. Escudo partido con lobos de sable en campo de plata y flores de lis de oro (aquí aparecen pintadas en sable) en campo de gules.

 

         Es muy interesante, asimismo, todo el programa pictórico de la cúpula en la que aparecen ángeles con diversos atributos, como el representado en la fotografía anterior que lleva en sus manos el capelo o sombrero con las 7 borlas, en alusión al obispo Caparroso, y el Santo Rosario relacionado con su pertenencia a la orden dominica.

 

          En la parte superior de esta otra fotografía puede verse enmarcado, otro alusión a la Orden de Predicadores: el perro con la tea encendida, el “Domini canus” (perro del Señor).

         Cuando se reformó la colegiata en el siglo XIX, los marqueses de Montesa no atendieron, al parecer, a los requerimientos del cabildo para contribuir a las obras de rehabilitación. Por ese motivo, fue transformada en sala capitular, al quedar incorporada la primitiva a la capilla de la Virgen de la Peana. Entonces se trasladó el retablo a su actual emplazamiento, se cerró la capilla y se dispusieron en sus muros unos bancos para los miembros supervivientes del capítulo de una colegiata que, desde 1851, había sido de hecho suprimida.

 

         Ahora, este hermoso recinto se utiliza como almacén, un triste destino para el que, como señalamos, fue uno de los espacios más espectaculares de Santa María y que, en algún momento, volverá a recuperar su esplendor,



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