El 15 de abril de 1632
fue bautizado en la parroquia de Santa
María de Borja D. Juan Antonio de Piedrafita
y Alvis. Su padre D. Juan Francisco Piedrafita era natural de Pedrola y
llegó a nuestra ciudad como notario, siendo secretario del concejo, en el seno
del cual desempeñó diversos cargos, siendo elegido Justicia en 1648. Sin
embargo, fue procesado por determinados actos cometidos en el desempeño del
cargo, siendo condenado a destierro durante 15 años y a inhabilitación perpetua
para ejercer cualquier oficio público. Su madre, Dª Jeroma de Alvis era hija de
otro notario borjano, D. Juan Vicente de Alvis.
Cursó la carrera de
Derecho en la universidad de Zaragoza, donde se graduó como Doctor en Leyes el
6 de julio de 1653, obteniendo el Doctorado en Cánones el 16 de marzo de 1697.
En 1662 fue nombrado Examinador Ordinario de Bachilleres y el 7 de octubre de 1665
Catedrático de la Universidad de Zaragoza, en la que ejerció la docencia hasta su
jubilación 1678, desempeñando las cátedras de Leyes, Cánones y Decretales.
Jurista de gran prestigio llegó a ser Jurado en Cap de Zaragoza y miembro del
Consejo Criminal de Aragón. En 1676, fue nombrado Abogado de la ciudad de
Borja, defendiéndola en todas las causas presentadas ante los tribunales del
reino, hasta su fallecimiento en la capital aragonesa, en 1695. Estaba casado
con una hija de Juan Ledos de Valdellou, causídico de la ciudad de Zaragoza
(procurador en causas), el cual le profesó especial cariño, hasta afirmar que
lo tenía por hijo.
El 15
de abril de 1971 falleció en Borja D.
Mario Foncillas Carranza, ciudad en la que había nacido en 1889. Cursó los
estudios eclesiásticos en el seminario de Tarazona, finalizándolos en el de
Granada, bajo la protección del cardenal D. Vicente Casanova y Marzol. Tras ser
ordenado sacerdote fue nombrado Beneficiado de la Parroquia Mayor de Santa
María. Dotado de conocimientos musicales y de una buena voz de barítono se
integró en su Capilla de Música. Durante muchos años estuvo al frente de la Asociación
de Hijas de María, que tenía su sede en la iglesia de Santo Domingo, a la que
se sentía especialmente vinculado. Su recuerdo permanece unido a aquella etapa
de Santa María en la que todos los sacerdotes asistían al coro para el rezo de
las horas canónicas, así como a las procesiones que dirigía revestido con capa
pluvial y la maza de beneficiado en la mano. D. Mario Foncillas fue, en gran
medida, el representante de una época que se desvanecía en el tiempo. Fue uno
de los dos últimos beneficiados de Santa María, el último Sochantre de la que
fuera antigua colegiata y el último sacerdote que vistió manteo en nuestras
calles.
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