La crujía o panda norte del claustro de la colegiata de Santa María fue la primera en ser construida y, antes de que hubiera finalizado la edificación de las otras tres que cierran el cuadrilátero, ya se habían construido en ella las capillas que ocultaban los vanos, similares a los que se han conservado en las restantes, que sin duda tuvo. Por eso, la recuperación de esos vanos dobles y apuntados solo podrá llevarse a cabo en todas las pandas, salvo en ésta que, sin embargo, ofrece esa peculiar visión intimista que muestra esta imagen y que, en cierto modo, recuerda a la nave de un templo. De hecho, llegó a ser utilizado como tal, cuando la gran nave central quedó arruinada, antes de que fuera reconstruida.
En el centro de esa crujía, frente a la
puerta de acceso al interior del templo se encuentra la capilla de la Virgen de
los Dolores, una de las más importantes de la colegiata que ya estaba
documentada en 1532, bajo la advocación de la Virgen de las Angustias.
De ella nos hemos ocupado recientemente
y, por otra parte, el Dr. D. Alberto Aguilera Hernández está elaborando un
detallado estudio que aparecerá en un próximo número de Cuadernos de
Estudios Borjanos. Por ello, nos limitamos a reiterar algunos datos ya
comentados en este blog.
El Dr. Aguilera documentó la venta efectuada por el cabildo,
en 1587, de esa capilla al mercader Jerónimo Gil de Tierga, personaje del que
no tenemos, por el momento más noticias.
El 6 de diciembre de 1650, el canónigo D. José Alcañiz vendió
la capilla al mercader D. José Lázaro. Fueron los Lázaro quienes acometieron
reformas importantes y sus armas aparecen sobre la puerta de acceso, cuya
decoración parece coetánea a la del resto de la capilla. También es muy probable
que fueran también ellos los comitentes de su retablo, de estilo romanista, con
un gran lienzo central, enmarcado por triples columnas estriadas que recuerdan
a las del retablo mayor de la iglesia de Agón, rematado por un interesante
Calvario de bulto y un bajorrelieve en la predela, representando la Última
Cena.
El que los Lázaro se hicieran con la
propiedad de la capilla en 1650, excluye su relación con la lápida existente en
el centro de la misma, datada en 1620, con la enigmática inscripción que en
ella aparece: “DOM. Quos vivos una domus simul coniungere nequit, extinctos
potuit claudere mors tumulo” (Alos que vivos no fue posible unir en una
misma casa, la muerte pudo encerrarlos en la tumba), la cual ha dado lugar a
muchas especulaciones. Queremos llamar la atención sobre la propia lauda que está
recortada para facilitar el acceso al carnerario. Tras revisar las imágenes, da
la impresión de que esta abertura es posterior y es posible que en el lugar que
ocupa estuvieran las armas que aclararían el “misterio”.
Pero, los sucesores de los Lázaro no heredaron la capilla que
pasó a propiedad de los Navascués, una saga oriunda de Cintruénigo, a través de
una serie de enlaces matrimoniales: Mañas, Bauluz, Fernández de Heredia y,
finalmente, D. Nicasio de Navascués y Aysa que, ya en el siglo XIX, acometió
nuevas obras de remodelación, colocando los lienzos con las armas de los
Navascués y las de los Sota (por su esposa Dª. Cayetana de la Sota y Fernández
de Navarrete.
Al fallecer, en 1885, sus restos fueron sepultados en la
capilla. Creíamos que había sido el último enterramiento en el interior de la
colegiata, pero el Dr. Aguilera nos ha asegurado que hubo otros posteriores.
Quedamos a la espera de la investigación a la que hemos hecho
referencia, la cual puede tener una influencia decisiva en la recuperación de
este bello espacio de Santa María, pudiendo servir de ejemplo para otras actuaciones
similares.
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