Con
motivo de la publicación de los dos artículos dedicados al retablo mayor del
antiguo convento de San Francisco, uno de nuestros lectores nos animaba a dar a
conocer otros retablos de Borja. Al disponer de las recientes fotografías
realizadas por Enrique Lacleta, podemos complacerle hoy con este nuevo artículo
sobre el retablo mayor de la iglesia del convento de Santa Clara.
En
este caso se trata de una obra importante que, junto a los retablos laterales
dedicados a Santa Ana y Santa Clara, fue realizado por José Ramírez de
Arellano, a mediados del siglo XVIII. Ramírez de Arellano fue uno de los más
destacados escultores aragoneses de su época. “Escultor del Rey” y miembro de
la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, intervino en la realización
de numerosas obras en la región, entre ellas la decoración de capilla de la
Virgen en la basílica del Pilar, de cuyas obras fue director adjunto. Entre su
producción no suelen citarse estos retablos de Borja, cuya autoría ya fue
apuntada, en 1980, por la Profª Dª Belén Boloqui. Pero fue D. Alberto Aguilera
quien, en 2006, dio a conocer la localización de las capitulaciones de las
obras en el archivo del convento y el modo en el que se llevó a cabo la
financiación de las diferentes etapas constructivas.
El
retablo está dedicado a San Sebastián, algo que puede parecer sorprendente para
un convento de religiosas. Nacido en el siglo III, Narbona, una colonia romana,
fundada en el año 118 con el nombre de Colonia
Narbo Martius, Sebastián fue un militar destacado que llegó a mandar la
primera cohorte de la guardia pretoriana del emperador Diocleciano. En 285,
Maximiano fue nombrado co-emperador y, mientras Diocleciano permanecía en
Oriente, se hizo cargo del gobierno imperial en Occidente, estableciendo su residencia
principal en Tréveris. Diocleciano ha pasado a la historia de la Iglesia como
el responsable de la “gran persecución” iniciada el año 303. Sin embargo,
anteriormente, ya se habían producido represiones sangrientas, especialmente
entre las legiones, muchos de cuyos miembros habían abrazado el Cristianismo.
La más grave tuvo lugar el 286, cuando por orden de Maximiano fue masacrada la
legión tebana en las Galias, al negarse todos sus miembros a ofrecer
sacrificios al emperador. En este ambiente, se produjo la denuncia contra
Sebastián, dos años después, acusado también de ser cristiano. Ante su firmeza
en la defensa de sus creencias fue condenado a morir asaeteado. Logró
sobrevivir y recuperarse de sus heridas. Aunque le aconsejaron huir, decidió presentarse
ante Maximiano, reprochándole su conducta contra los cristianos. Condenado, de
nuevo a muerte, fue azotado hasta perecer y su cadáver arrojado a una cloaca de
donde fue recuperado por Santa Lucina. Por ese motivo, entre sus atributos
personales figura, en ocasiones, la doble corona del martirio.
No
ocurre así, en Santa Clara, donde el angelote que se apoya sobre el capitel de
una de las columnas, lleva en su mano izquierda la palma del martirio y, en la
derecha, un a única corona.
Por
otra parte, en la mayoría de las representaciones, el santo aparece como un
joven desnudo atado a un árbol y con las flechas clavadas en su cuerpo. Esta
circunstancia ha propiciado que sus imágenes fueran utilizadas como expresión
del desnudo masculino. De hecho, San Sebastián ha sido considerado como el
“Apolo cristiano”, especialmente a partir del siglo XV, cuando se consolida esa
iconografía. En este caso, al tratarse de una imagen destinado a un convento
femenino, se optó por representarlo vestido con la túnica, dejando descubierto,
únicamente, uno de sus hombros y parte del pecho. En torno al cuerpo se
dispone, además, la clámide o manto militar rojo.
Esa
condición de militar queda patente, también, por el caso y el escudo que
aparecen depositados a sus pies. A la vista de lo señalado, nuestros lectores
podrían preguntarse sobre la razón que impulsó a adoptar, como titular de la
iglesia, a un santo que no guardaba relación con la orden franciscana y que,
por otra parte, presentaba algunos problemas a la hora de realizar su
representación iconográfica. Ello fue debido a que, para poder construir el
templo, las religiosas tuvieron que adquirir la ermita de San Sebastián que se
encontraba allí. Los cofrades accedieron con la condición de que el titular sería
su patrón y que, en dicho templo, tendrían su sede, como ha venido ocurriendo
hasta nuestros días.
A
los lados del titular, aparecen las imágenes de dos santos franciscanos. El de
la izquierda es San Buenaventura y el de la derecha San Juan de Capistrano.
En
el artículo sobre el retablo mayor del convento de San Francisco ya ofrecimos
unas breves notas sobre la biografía de San Buenaventura, a las que remitimos
ahora. Aquí, el santo está representado con el hábito franciscano.
Sobre él, viste roquete
blanco y, encima, muceta roja propia de su condición de cardenal. En la mano
izquierda sostiene un libro abierto (en el lomo se adivinan las letras del
título que no hemos podido identificar)
y en la derecha empuña la pluma, en referencia a su condición de
escritor prolífico y de Doctor de la Iglesia.
En
el lado derecho se encuentra San Juan de Capistrano que, también, aparecía en
el retablo del convento de San Francisco. Viste hábito franciscano, ceñido por
el cordón, y en la mano derecha empuña la bandera con el trigrama IHS que
enarboló en la defensa de Belgrado, mientras que en la izquierda sostiene un
crucifijo.
Es curioso que, como en
el otro retablo, lleva en el pecho la cruz de Calatrava utilizada por los
dominicos, en lugar de la cruz roja con la que suele ser representado.
Mañana continuaremos
con el análisis de este retablo que, sin duda, reviste especial interés, tanto desde el punto de vista artístico como iconográfico.
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