Durante
el inventario de la Biblioteca de la Casa de San Gil que estamos realizando,
hemos encontrado un librito de 74 páginas, titulado Biografía y retrato del M. R. F. F. Pascual Ibáñez de Santa Filomena,
dedicado a enaltecer la gesta de este agustino recoleto, natural de Mallén, de
cuya singular biografía ya nos hicimos eco en el Diccionario Biográfico
publicado por el Centro, en 2005.
El
libro que estamos comentando, editado en 1851, fue llevado a cabo por iniciativa
de D. José Lorente que lo dedicó al Excmo. Sr. D. José Rafael Fadrique
Fernández de Híjar, duque de Híjar, como Patrono y Protector General de los
Recoletos Agustinos Descalzos “de España, Indias y Filipinas” y, además de
relatar la gesta del P. Ibáñez, dedica la segunda parte a la descripción de lo
acaecido en la expedición a Joló de la que tomó parte.
D. José Lorente también
mando imprimir dos litografías, realizadas por Marchi, en una de las cuales
aparece representado el asalto a Joló y de la que hemos encontrado un ejemplar
en el Palacio Real de Madrid. Está dedicada al duque de Híjar, al igual que el
libro.
En
la otra aparece el retrato del P. Ibáñez y se reproduce en la publicación citada,
donde se hace referencia a su nacimiento en Mallén (Aragón) el 25 de noviembre
de 1821. Era hijo de Blas Ibáñez y de Alejandra de Sola que dio a luz a dos
gemelos, uno de los cuales murió poco después de nacer. Pascual logró
sobrevivir, convirtiéndose en el sexto hijo de esa modesta familia de
agricultores.
De
débil constitución, pero con una clara inclinación al estudio y una firme
vocación religiosa, no pudo cumplir sus deseos, debido a la supresión de muchos
conventos, tras la Desamortización. Sin embargo, pudo comenzar sus estudios,
bajo la dirección del P. fray Ramón Borruel, antiguo provincial de los
franciscanos de Aragón, que era tío suyo y que, tras la exclaustración, residía
en Mallén.
Pero,
los problemas económicos de la familia, obligaron a su padre a enviarlo a
trabajar al campo, lo que no pudo soportar por su delicada salud, cayendo
enfermo muy pronto. Entonces decidieron mandarlo a Tarazona, como aprendiz de
la confitería Senac. Estando en esa ciudad tuvo conocimiento de la existencia
del convento de agustinos de Monteagudo que había sobrevivido a la
Desamortización, por su condición de colegio para la formación de misioneros
con destino a Filipinas.
Allí
ingresó en 1844, tomando el nombre de Pascual Ibáñez de Santa Filomena y, tras
ser ordenado sacerdote, fue enviado al lejano archipiélago filipino, como
coadjutor de la parroquia de Zamboanga. El 14 de julio de 1847 embarcó en el
puerto de Cádiz, llegando a su destino tras un duro viaje que, en aquellos
momentos, era efectuado barajando el cabo de Buena Esperanza, ya que no estaba
abierto el canal de Suez.
Zamboanga
es una ciudad situada en el extremo de una península que forma la isla de Mindanao,
frente a la isla de Basilan. Allí existe todavía el fuerte levantado por España
que lleva el nombre de “Pilar”.
Antes de llegar a su
destino, la embarcación que le conducía fue atacada por un grupo de piratas que
pudo ser rechazado con la ayuda de los pasajeros, sorprendiendo a todos el
valor del P. Ibáñez en aquellos delicados momentos.
Era párroco de
Zamboanga el P. Fernando Gotor de la Concepción, otro ilustre hijo de Mallén,
localidad que como se resalta en la obra a la que hacemos referencia, fue con
Atea la que más misioneros agustinos dio de todo Aragón.
En compañía de su
paisano inició el P. Ibáñez sus actividades apostólicas, distinguiéndose por su
entrega hacia los feligreses y por su excepcional comportamiento con los
heridos que llegaron allí, tras la batalla de Balanguingui, librada por el
Capitán General D. Narciso Clavería contra los rebeldes moros.
Se conocía con este
nombre a los habitantes de Joló, una isla poblada por musulmanes, bajo la
autoridad de un sultán que, procedente de Borneo, se había establecido allí,
con la aquiescencia del mando español, con la condición de respetar su
soberanía. Sin embargo, los problemas fueron constantes y los ataques piráticos
emprendidos desde la isla se convirtieron en un grave problema para las
poblaciones limítrofes y para la navegación por aquellas aguas.
Dos
de las expediciones emprendidas contra ellos fueron las protagonizadas por D.
Juan Antonio de Urbiztondo y Eguia, marqués de la Solana y Gobernador de las
Filipinas entre 1850 y 1853.
En
la segunda, llevada a cabo en 1851, participó el P. Ibáñez al frente de una
compañía de 250 nativos bisayas a los que había encuadrado e instruido
militarmente. Al frente de ellos, tomó parte activa en el asalto al fuerte
Daniel, el 2 de marzo de ese año. Tras ser rechazado el primer ataque de las
tropas españolas, el P. Ibáñez se dirigió a sus hombres con las siguientes
palabras:
Fieles
bisayas: nuestros hermanos han sido repelidos una vez por los infieles; tanta
resistencia exige todo nuestro ardor y esfuerzos. ¡A ellos! Y si me veis que
muero, la victoria es segura; mi destino es morir por mi religión y mi patria;
y el vuestro es vencer en nombre de Dios. Así lo presiento, bisayas.
Inmediatamente,
se lanzó contra el fuerte, logrando corona el muro por la brecha abierta y,
mientras gritaba “¡Viva Jesús! ¡Viva la Reina!” cayó abatido por una bala
enemiga, mientras el resto de la fuerza lograba conquistar la posición y, posteriormente,
reducir a los rebeldes, regresando en triunfo a Manila.
Así
murió este singular mallenero, a los 29 años de edad. El Ayuntamiento de su
villa natal tomo el acuerdo, el 14 de marzo de 1897, de honrar su memoria
colocando su retrato en el Salón de Sesiones y dando su nombre a una de las
calles de la población. La calle aún lo mantiene, tras diversas vicisitudes,
pero el retrato fue retirado hace algunos años, así como el del P. Domingo
Cabrejas.
Sirva
este artículo de homenaje a su figura, recordando que el “problema moro” en el
marco del cual se produjo su fallecimiento, volvió a recrudecerse años después y
para quienes puedan pensar que se trata de conflictos coloniales o del pasado,
debemos recordar que en 2013, una facción del Frente Moro de Liberación
Nacional, tomó la ciudad de Zamboanga, anexionándola a la autoproclamada República
Bangsamoro, obligando a intervenir a las Fuerzas Armadas de Filipinas que, tras
duros enfrentamientos, pudieron recuperar el control, aunque el cabecilla
rebelde logró huir.
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