No
hace muchos días lamentábamos en este blog que nos hubiera pasado desapercibido
el segundo centenario del fallecimiento de Dª María de Aguilar y Alaviano,
acaecido en Ágreda el 19 de septiembre de 1813.
La
personalidad de esta ilustre dama y el hecho de que la sede del Centro de
Estudios Borjanos se encuentre en la que fuera su casa, acrecientan nuestro
pesar por la omisión, así como el hecho de que, hasta el momento, los datos
referidos a ella y a su familia fueran relativamente escasos.
Ahora,
el Dr. Aguilera Hernández ha localizado dos importantes documentos que aportan
novedades dignas de ser mencionadas. Uno de ellos es el testamento de su padre,
fallecido cuando Dª María era muy joven, en el que se relacionan los bienes
recibidos, pudiendo de esta forma conocer datos precisos sobre el ajuar de la
casa y los elementos que componían el mobiliario y decoración de la misma. De
igual forma, se aporta información sobre el entorno de la casa que, por otra
parte, se ubica en lo que, ya en aquellos momentos, era conocida como “plaza de
Aguilar”, aunque el actual nombre de “plazuela de Doña María de Aguilar” fue
aprobado el 3 de mayo de 1906, siendo Alcalde D. Feliciano Rivas Foncillas.
El
otro documento es el de las capitulaciones con José Joaquín Rodríguez
Portocarrero y Sorocaiz, natural de Ágreda, y personaje destacado, a juzgar por
los bienes que aporta al matrimonio, celebrado por poderes, en la casa de Dª
María el 22 de septiembre de 1785.
D.
José Joaquín sobrevivió a su esposa, cumpliendo su voluntad de entregar todos
sus bienes al Hospital Sancti Spiritus. Este legado estaba integrado por 65
fincas rústicas y urbanas, algunos censos y todas sus joyas, lo que
convirtieron a nuestro hospital en uno de los establecimientos benéficos más
ricos de la provincia. Lamentablemente, la Desamortización que llegó poco
después acabó con todo ello. Los bienes fueron vendidos a bajo precio y una
parte mínima de los beneficios obtenidos volvieron al hospital, como deuda del
Estado de la que, hasta no hace mucho, se obtenía un rendimiento ridículo.
La
generosidad de Doña María, cuya única condición era la de rogar a Dios por su
alma, tenía el precedente de su padre que, en su testamento, dejaba al hospital
todos los enseres del dormitorio en el que falleció.
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