jueves, 14 de enero de 2016

El Teniente General Don Carlos San Gil y Lajusticia, un ilustre borjano


            Entre la larga serie de ilustres personajes, relacionados con nuestra ciudad, a los que no se ha dedicado el reconocimiento que merecen, queremos recordar hoy la figura del Teniente General D. Carlos San Gil y Lajusticia, uno de los más importantes militares borjanos de todos los tiempos, el cual sirvió a España en la mar y en tierra, dando testimonio de su valor, fidelidad y constancia al servicio de la Corona. Todo ello con la generosidad y prudencia, propia de los grandes señores, que orlaron su figura, prácticamente olvidada en su propia tierra. 




            Era hijo de D. Esteban San Gil y Aguilar y de Dª Perpetua de Lajusticia y Pérez Manrique. Esteban San Gil había nacido en Hendaya, donde se había exiliado su padre, Domingo San Gil y Jordán, debido a su participación en el crimen del señor de Majones D. Diego de Vera y Torrellas, aunque el autor material fue su hermano Domingo.
            D. Carlos San Gil nació en Novallas, en 1652, debido a que, cuando su madre quedó embarazada Borja se encontraba sufriendo los efectos de la terrible epidemia de peste que afectó a todo Aragón y que, en nuestra ciudad, tuvo especial virulencia, llegando a ocasionar la muerte de 300 personas. Por ese motivo, la familia se refugió en Novallas, zona de la que era originaria la abuela materna (de los Pérez Manrique de Tarazona). Volvieron a Borja en octubre de 1653, cuando la ciudad se vio libre de los efectos de la enfermedad, donde residió el joven Carlos hasta los 20 años de edad, considerándose siempre natural de esta ciudad y, de hecho, en el expediente de ingreso en la Orden de Malta, hizo constar como lugar de nacimiento a Borja, aunque no era cierto.
            Tras su ingreso en la citada Orden, marchó a la isla de Malta, en cumplimiento de la obligación de todos los jóvenes caballeros de la misma de servir a bordo de las galeras y navíos de la Religión, durante dos años. 



            Al término de su servicio, decidió alistarse como simple soldado en uno de los tercios destacados en Sicilia, teniendo en cuenta que, por ser el segundo de los hijos, no era el heredero de la casa. De allí pasó a las galeras de Génova, ya como Capitán de una de las compañías de Infantería embarcadas en la misma y, posteriormente, sirvió en las galeras de España, como Capitán de Mar y  Guerra de la galera Santa Ana y de la Patrona.
            Fue el inicio de una brillante carrera naval en la que alcanzó el empleo de Teniente de Maestre de Campo General de la Armada del Mar Océano que sirvió durante ocho años, antes de ser nombrado Maestre de Campo.



            Con este nuevo empleo le fue conferido el mando de uno de los tercios que estaban de guarnición en Ceuta y luego en Gibraltar, retornando de nuevo a la Armada para participar en la expedición al Darién, donde en julio de 1700, intervino en la expulsión de los escoceses que se habían establecido en aquel territorio que hoy forma parte de la República de Panamá, fundando la colonia de Nueva Caledonia o Nueva Escocia. Después ocupó el cargo de Gobernador Político y Militar de las plazas de Murcia y Cartagena, así como el de Teniente Adelantado Mayor del reino de Murcia.




            Tras la llegada al trono de Felipe V, los ejércitos españoles fueron objeto de una profunda reestructuración y D. Carlos San Gil fue dado de baja, debiendo subsistir con las rentas que le proporcionaba la encomienda de Villel de la Orden de Malta, de la que era titular.
            Sin embargo, cuando estalló la Guerra de Sucesión y a pesar de que la mayor parte de Aragón se decantó por el archiduque Carlos, él decidió servir a Felipe V, desempeñando un papel muy destacado en la defensa de Cádiz frente al ataque al que fue sometida la ciudad por una armada anglo-holandesa, logrando defender el fuerte de Matagorda durante 10 días, al frente del Tercio de Armada y varias compañías de Colorados Viejos, facilitando la reorganización de las fuerzas borbónicas.



            Después participó en la campaña de Portugal, siendo recompensado con el nombramiento de Teniente General de los Reales Ejércitos. Cuando el archiduque Carlos tomó Madrid, obligando a huir a Felipe V, D. Carlos San Gil marchó a Navarra para intentar frenar el avance de las tropas aragonesas que mandaba el conde de Sástago. Desde Tudela tuvo que asistir impotente al saqueo al que fue sometida Borja que afectó a las propiedades familiares ya que en su casa se estableció el coronel D. Antonio Peguero que quedó al mando de las tropas de ocupación austracistas.



La suerte de la guerra experimentó un cambio radical tras la batalla de Almansa, donde, el 25 de abril de 1707, las tropas borbónicas que mandaba el duque de Berwick derrotaron a las del archiduque, abriendo el camino para la reconquista del reino de Valencia. En aquella ocasión, el Teniente General San Gil fue el único español que mandó un Cuerpo de Ejército.
Siguió después participando en el avance hacia Cataluña, estando presente en la toma de Tortosa y en el sitio de Lérida, siendo recompensado con el gobierno de Borja, del que no llegó a tomar posesión ya que falleció en Madrid el 22 de noviembre de 1708, constituyendo su sepelio una manifestación de duelo, ya que estuvo presente toda la grandeza del reino.




            Las imágenes reproducidas de su figura corresponden al retrato ecuestre, en el que viste el uniforme de Teniente General, con la bengala en la mano derecha y la cruz de Malta en el pecho, como señal de su pertenencia a la Orden, lo que corrobora el hecho de que, en la cartela donde se refleja su biografía, se le designa como “Frey”.           
            Es obra del pintor valenciano Senén Sila, fechado en 1708, lo que viene a modificar el dato que aparece en la reseña biográfica del citado pintor, que aparece en Wikipedia, donde señala su fallecimiento en 1707. Otros autores ya se percataron de esta circunstancia, afirmando que murió, en realidad, en 1708, poco después de la realización de este gran retrato que se conserva en la Casa de los San Gil, de la calle Mayor de Borja, en cuya fachada tenemos el propósito de dedicar una lápida a la memoria de quien, a pesar del lugar de su nacimiento, siempre se consideró borjano, como antes hemos señalado.

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