De
manera inesperada y sin pretenderlo, durante nuestra estancia en París nos
vimos inmersos en una de las manifestaciones de “chalecos amarillos” de las
que, desde hace tiempo, se vienen haciendo eco los medios de comunicación.
Todo
comenzó cuando viajábamos en metro y nos encontramos cerradas varias
estaciones. Quisimos hacer el recorrido a pie, dado que los taxis también
tenían cortados los accesos a varias calles, cuando quedamos encerrados en el
perímetro acordonado por las Fuerzas de Seguridad. Inicialmente, era difícil
percatarse de lo que estaba ocurriendo, dado que no se veía a ningún
manifestante. Cuando hicieron su aparición, era un grupo muy reducido, a pesar
de lo cual el despliegue policial fue sumamente llamativo.
Al
constatar que ni a nosotros, ni a otras personas que, en esos momentos paseaban
por la zona, nos permitían salir del perímetro cercado, decidimos descender al
paseo que discurre a orillas del Sena para intentar llegar a un lugar por el que
pudiéramos “escapar”.
Pero
lo mismo hicieron los manifestantes y, por otros lugares, las Fuerzas de
Seguridad, provistas de material antidisturbios. Fueron momentos de cierta
tensión, dado que no veíamos posible la escapatoria y comenzaron a ser lanzados
lo que parecían ser gases lacrimógenos.
Con
celeridad continuamos río arriba, seguidos por algunos “chalecos”, comprobando
que, uno tras otro, las salidas de los puentes estaban cerradas. Por fin,
encontramos abierta la del Pont des Arts, abandonando precipitadamente tan
desagradable experiencia y llegando a tiempo a nuestro destino.
Hay
que señalar, sin embargo, que hubo quien disfrutó recordando su pasado
“revolucionario” ya diluido en el tiempo, al igual que ese movimiento parisino que
ha quedado reducido a muy pocas personas, sin apenas apoyo popular.
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