Desde
1869, el hospital Sancti Spiritus de Borja tiene su sede en el antiguo convento
de capuchinos que, tras la desamortización había vuelto a ser ocupado por esa
orden, hasta que el Ayuntamiento surgido de la revolución de 1868 los expulsó e
incautó el edificio para trasladar el hospital, una institución secular que,
desde 1560, venía funcionando en lo que hoy es Museo de la Colegiata, que fue
construido expresamente para su empleo como establecimiento hospitalario.
Fue,
en 1859, diez años antes de mudar de sede cuando el Ayuntamiento, que desde el
1 de enero de ese año presidía D. Rufino Cardona, tomó la decisión de
encomendar la atención de los enfermos a la Congregación de Hermanas de la
Caridad de Santa Ana. El acuerdo fue firmado el 18 de abril de 1859 y, en él,
se establecía que vendrían tres hermanas. La sorpresa surgió cuando llegaron
cuatro, lo que representaba un incumplimiento de lo pactado y una carga
adicional para la corporación municipal, teniendo en cuenta que, hasta
entonces, sólo había existido en plantilla un “hospitalero”. Por ello, de la
manutención de esa cuarta hermana tuvo que hacerse cargo la propia
Congregación.
Pero
los problemas se acrecentaron cuando fue nombrada superiora la madre Tomasa
Baynad, a la que el Ayuntamiento calificaba como la más indicada para destruir
la fundación. Se intentó aliviar la tensión haciéndose cargo del mantenimiento
de esa cuarta hermana pero, en 1860, la madre Baynad solicitó el traslado,
aduciendo motivos de salud, y cuando se supo, el director del hospital que, en esos
momentos, era D. Prudencio Cuber, se opuso frontalmente porque pretendía
llevarse también la hermana Faustina Alcalá.
Al
frente del hospital hubo, hasta una época relativamente reciente, un director
ya que el Ayuntamiento, del que dependía, ejercía únicamente la función de
Patronato y la supervisión de las cuentas que le presentaba el administrador.
El último director que recordamos fue el médico D. Juan Ciria Butler y como
administrador específico del hospital D. Ramón Borobia Paños. En 1860, el Director
era, como hemos señalado, D. Prudencio Cuber, un abogado que ejercía como
procurador ante los tribunales de Borja y del que conservamos numerosos datos
en el archivo de la familia Zapata.
Para D.
Prudencio la marcha de la madre y de la hermana Alcalá representaba un nuevo
incumplimiento del acuerdo, por realizarse sin la preceptiva notificación
previa, por lo que llegó a prohibir la salida del hospital a la hermana Alcalá.
Que se fuera la madre Baynad no le importaba, ante los problemas que había planteado.
Llegaron
entonces a Borja la Presidenta de la Congregación y la consultora, que era
hermana de la madre Baynad, manteniendo una tensa reunión con el Ayuntamiento, en
la que dieron a conocer su decisión de llevarse, no sólo a la hermana Faustina
Alcalá, sino también la hermana Camila Bonell.
El enfrentamiento
provocó la rescisión del contrato pero, inesperadamente, estas dos hermanas
comunicaron a su Presidenta que no querían abandonar a los enfermos y, ante el
requerimiento de que debían obedecer, decidieron dejar la Congregación y
continuar en Borja como enfermeras contratadas. Este desagradable incidente
provocó la intervención del Presidente de la Junta Provincial de Sanidad de
Zaragoza, el cual ordenó al Ayuntamiento que condujera a Zaragoza a las dos
hermanas, poniéndolas a su disposición.
El 30 de noviembre de
1860, tanto Camila Bonell, natural de Rocafort de Vallbona, como Faustina
Alcalá, natural de Azuara, solicitaron empadronarse en Borja y no debieron
abandonar la ciudad, a pesar de los imperiosos requerimientos del Presidente de
la Junta Provincial de Sanidad, dado que en 1864 Camila Bonel era “enfermera
mayor del hospital”.
Tras el abrupto final
de la primera etapa de las hermanas en el hospital, retornaron años más tarde a
ese centro asistencial. Fue el 2 de mayo de 1931, poco después de la
instauración de la II República, cuando en la sesión de la corporación
municipal celebrada ese día, el Concejal D. Rufino Pasamar solicitó que “se
estudie la forma de que el hospital de esta ciudad esté regentado por
religiosas”.
A pesar de las bromas
que su propuesta suscitó entre la población, donde se llegó a difundir una jota
que decía: “Ahora que no quedan monjas, se le ocurre a Pasamar traer a las de
Santa Ana a nuestro santo hospital”, fue tomada en consideración.
De esa forma, en la sesión del 5 de diciembre de
1931, se consignó en el presupuesto del hospital para el año siguiente la
cantidad de dos pesetas diarias para la retribución de cada una de las hermanas
y que el enfermero mayor, hasta entonces existente, continuara prestando
servicios como conserje-enfermero. También se facultó al Sr. Alcalde D. Isidro
Lacleta Andía para que, en unión del Director del hospital, negociara con la
congregación las bases por las que debía regirse el desempeño de sus funciones
en el hospital. El 9 de enero de 1932, en la sesión plenaria de ese día, fueron
leído el acuerdo alcanzado que debía entrar en vigor al día siguiente, siendo
aprobado por unanimidad.
Desde entonces,
prestaron servicio en el Centro hasta la no muy lejana fecha de su definitivo
abandono. Fueron años difíciles en los que las carencias eran muchas, incluso
de agua potable que debía ser suministrada por el procedimiento que refleja la
primera imagen. A pesar de ello, el hospital mantuvo su condición de tal, hasta
la década de los años 60 del pasado siglo, siendo lugar de encuentro de los
médicos de toda la comarca y atendido por los titulares de Borja que se
turnaban mensualmente, haciéndose cargo, tanto de la asistencia de los
hospitalizados, como de las urgencias que llegaban e, incluso, de las autopsias
que debían realizar, cuando no había forense, en una dependencia situada en la
planta baja del edificio, junto a la única entrada existente desde el parque.
En 1996, la corporación
municipal que presidía D. Luis María Garriga Ortiz decidió otorgar el título de
“Hija Adoptiva” de Borja a la hermana Isabel Terán Terán, que había llegado al hospital
el 18 de septiembre de 1960, donde permaneció prestando servicio hasta el 7 de
diciembre de 2001, fecha en la que fue enviada, como jubilada, a la residencia
de Garrapinillos, en la que estuvo hasta su fallecimiento. De la laudatio se encargó otra borjana, la madre
María Jesús Chueca Pellicer, entonces provincial de la congregación. En el acto, celebrado en
el Auditorio de Santo Domingo, también le fue entregado el mismo título a D.
Victorino Gracia Salas, médico de nuestra ciudad, desde 1944, y Presidente del
Centro de Estudios Borjanos en esos momentos.
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