El 18 de octubre de 1598 se celebraron en la colegiata de Santa María de Borja las solemnes exequias por Felipe II, fallecido el 13 de septiembre de ese año. Con ese motivo se construyó en el centro de la nave una capilla ardiente de grandes dimensiones que prácticamente ocupaba toda la anchura del templo y llegaba hasta las vidrieras.
El
aspecto interior del templo era diferente al actual. No tenemos planos del
mismo, en el siglo XVI, pero Javier Martínez Molina dio a conocer esta sección,
correspondiente al año 1806, cuando ya se habían desmontado las bóvedas de
crucería, pero antes de la reforma neoclásica que dio lugar a la nave que ahora
conocemos.
En
cuanto a los túmulos o capilla ardientes que se diseñaban para las exequias
reales, eran monumentos de muy diversas características, encomendados a
destacados arquitectos. La primera de estas imágenes corresponde al que fue
levantado en la iglesia de San Jerónimo el Real para los funerales de Felipe
II, mientras que la segunda imagen es el que, tras el fallecimiento de Felipe
IV, se instaló en el Real Convento de la Encarnación de Madrid.
Desde la
Corte se habían enviado notificaciones a todas las ciudades, villas y lugares
del reino, para que sus habitantes vistieran de luto por el monarca, celebrando
exequias, con catafalcos erigidos con la mayor suntuosidad que fuera posible,
sin reparar en gastos.
Sabemos
que el de la colegiata de Borja tenía forma cuadrangular, con escaleras hacia
el presbiterio y el coro. En cada extremo se alzaba una torre, con una central
de mayor tamaño, bajo la cual se puso el túmulo cubierto con un paño de brocado
con las armas reales y sobre él dos almohadones de terciopelo negro con una
corona de plata rodeada de esmeraldas y rubíes. A los pies se encontraba una
cruz de ébano con el Cristo de plata. Todo ello rodeado de paños negros con
escudos, jeroglíficos y composiciones poéticas.
El túmulo de Borja no era tan espectacular como otros de los que ha quedado constancia. El que muestra este grabado fue levantado en Sevilla y superó a todo lo realizado hasta entonces. En el grabado pone que se hizo para las exequias de Felipe III, pero creemos que lo fue para Felipe II, que tanta impresión causó a Cervantes.
Volviendo a Borja, el día
señalado para el funeral, la comitiva oficial salió de la Casa Consistorial
encabezada por el capitán Julián de Aguerri y los alféreces Juan Jerónimo de
Aguilar, con el estandarte (pendón) de la ciudad, e Íñigo Miranda con la
bandera de la cofradía de San Jorge. Seguía la gente de guerra con cajas y
pífanos. Pertenecían a la guarnición establecida en la ciudad, tras las
alteraciones de Aragón. A continuación, venía el lugar de Rivas, luego Albeta
y, después, las cofradías de San Crispín, San Sebastián, Nuestra Señora del
Rosario, y la Sangre de Cristo. Tras ellas, el barrio de San Juan (los
moriscos) y precedidos por la cruz de la colegiata la comunidad de frailes
franciscanos y los canónigos, en medio de los cuales iba el túmulo portado por
Francisco de Aguilar, micer Briz, Miguel Jordán, Juan Valsorga, Jerónimo
Francés y Antonio Ferro, cerrando la comitiva el Justicia y los Jurados.
Se prohibió salir a trabajar a todos los habitantes de la ciudad y asomarse a las ventanas al paso del cortejo. Todas las personas mayores de 14 años tuvieron que asistir a las exequias, vestidas con capas de luto y bonetes o sombreros negros. Las mujeres debían ir ataviadas con tocas y vestidos negros, mientras que las mozas llevaban cofias blancas y cuerpos negros, so pena de incurrir en una multa de 60 sueldos.
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