El 8 de octubre de 1741, nació en Cádiz D. José Cadalso y Vázquez. Al morir su madre siendo muy pequeño, quedó bajo la tutela de un tío suyo que era jesuita. Gozó de una esmerada educación, iniciada en el colegio de la Compañía de Jesús y, posteriormente, en Francia e Inglaterra, para terminarla en el Real Seminario de Nobles de Madrid. Viajó después por toda Europa durante dos años, logrando un gran dominio del francés, inglés, italiano y portugués, lo que unido a sus amplios conocimientos de lenguas clásicas le convirtieron en un hombre dotado de amplísima cultura.
A una edad ya avanzada,
para lo que era habitual en la época, pues estaba a punto de cumplir 22 años,
inició la carrera militar en el Regimiento de Caballería Borbón, tomando parte
en varias campañas como la guerra contra Portugal, la jornada de Argel y el
sitio de Gibraltar, donde murió el 26 de febrero de 1782, a los 40 años.
Pero Cadalso es recordado,
ante todo, por las obras que escribió y por el sentido crítico que impregnó
toda su producción literaria, desde sus Cartas
marruecas a Los eruditos a la violeta,
pasando por sus diatribas contra sus compañeros de profesión en Los militares a la violeta.
Su presencia fue habitual
en todas las tertulias de la alta sociedad, donde no dejó de escandalizar con
algunas de sus actuaciones, como su romance con la famosa actriz María Ignacia
Ibáñez, para la que escribió alguna obra, como D. Sancho García, conde de
Castilla. Murió en sus brazos y, al no poder soportar su pérdida, se
contaba que había ido al cementerio para desenterrar el cadáver y llevarlo a
casa, lo que provocó el lógico espanto en toda España.
Anteriormente, en 1768, se
vio envuelto en otro incidente con motivo de la publicación de un impreso
satírico en el que hacía alusión a varias damas de la nobleza con las que, al
parecer, había mantenido relaciones. Por causa de ello, fue desterrado de la
Corte durante seis meses y se estableció en nuestra comarca. Según el Prof.
Calvo Carilla fue en Borja donde escribió su libro de poemas Ocios de mi juventud, por cuyas páginas
desfilan los duendes del Moncayo y las ninfas del Ebro. Probablemente aquí
escribió también su carta “desde una aldea de Aragón” en la que se quejaba del
alejamiento al que se veía sometido.
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