El 25 de octubre de 1665 se celebraron en Borja los funerales por el rey Felipe IV, fallecido el 17 de septiembre de ese año, con la solemnidad habitual a la que hicimos referencia recientemente al tratar de las exequias de Felipe II. En esta ocasión ha quedado la relación detallada de lo acaecido, comenzando con la instalación del capilardente en el centro de la nave de la colegiata, formado por tres pisos, el último de los cuales alcanzaba las vidrieras. Cubierto de bayetas, tenía 50 hachas y 100 velas. Dando vista al coro y al altar mayor se dispusieron sendos retratos del monarca fallecido y alrededor 20 escudos con las armas reales y muchos jeroglíficos.
Ya
comentamos que, para las exequias por los monarcas, celebradas en todas las
ciudades, se instalaban grandes catafalcos, cuya riqueza y características
variaban en función del lugar y las posibilidades del mismo. Los que mostramos aquí
son los que se instalaron, para Felipe IV, en Madrid y Lorca.
Esta
costumbre de los grandes catafalcos ha perdurado hasta épocas relativamente
recientes. El que aquí vemos es el instalado en la catedral de Manila, tras la
muerte de Alfonso XII, cuando las Filipinas aún eran españolas.
En Borja, el último catafalco que recordamos es el que se colocó en Santa María cuando falleció el Papa Pío XII. En el centro de la nave se dispuso el tablado utilizado entonces para el Entierro de Cristo, con los paños negros que lo rodeaban. Arriba, entre numerosas velas, estaba el catafalco de madera que se usaba en todos los funerales, aunque cubierto con un paño negro más rico sobre el que se colocó el báculo del cardenal Casanova. Había otros elementos decorativos que le dotaban de especial relevancia en esas exequias a las que concurrió toda la ciudad.
En la descripción del catafalco de Borja, se hacía mención a escudos y “jeroglíficos”. Eran estos últimos una expresión propia de la mentalidad barroca, consistentes en dibujos con leyendas alusivas a la fugacidad de la vida o versículos de los salmos.
Esta
foto corresponde al catafalco de la catedral de Segovia y nos permite apreciar
las diferencias entre las grandes capilardentes a las que nos hemos referido y
a estos otros catafalcos.
Fueron
los Reyes Católicos quienes circunscribieron el uso de catafalcos monumentales
a los monarcas y sus familiares directos. Mucho más tarde, Carlos II permitió levantarlos
a nobles y particulares, aunque dentro de unos límites y restringiendo las
luces a doce candelabros con hachas. El problema es que, poco a poco, algunos
nobles quisieron rivalizar en magnificencia con los reyes y hubo que introducir
medidas correctoras que, en definitiva, iban encaminadas a evitar gastos superfluos.
Pero,
volviendo a la descripción de las exequias por Felipe IV en Borja, debemos
señalar que tuvieron lugar durante dos días. El primero de ellos, 25 de
octubre, que era domingo, se congregaron a la hora de vísperas todos los
hombres y mujeres mayores de 14 años de Borja, Maleján, Ribas y Albeta,
vestidos de negro, bajo pena de 60 sueldos de multa y 10 días de cárcel. Las
calles fueron barridas y estaba prohibido asomarse a las ventanas, así como
realizar cualquier tipo de trabajo durante los dos días de luto, en los que las
campanas de todas las iglesias tocaron a muerto, una hora a las siete de la
mañana y otra a las siete de la tarde.
En la Casa Consistorial se reunieron el Justicia y los Jurados, junto con otras personas notables y hasta allí acudió el cabildo de la colegial para cantar un responso en el túmulo que sobre un tablado se había colocado en la sala principal de la Casa. Seguidamente, marcharon hasta Santa María con el túmulo, por la calle de la Concepción, Mayor, plaza del Olmo, calle Botigas (Coloma) y plaza de Adentro (Mercado). En la iglesia se cantaron vísperas y otro responso, antes de volver a la Casa Consistorial con el mismo orden, para cantar un tercer responso. En todos estos recorridos iban acompañados por todos los vecinos convocados.
Cuando
se habla de túmulo, se refiere a un ataúd (sin cadáver) que, recubierto con un
paño enlutado, era llevado por personas de calidad a lo largo de todo el trayecto.
El lunes,
26 de octubre, la comitiva que partió de la sede de la corporación iba
encabezada por un hombre enlutado con la campanilla de las ánimas (detalle
interesante por su relación con el Entierro de Cristo); los niños del Estudio
de Gramática; los vecinos de Maleján, Albeta y Ribas; las cofradías de San
Francisco, las Nieves, Santa Lucía, San José, San Bartolomé y la Sangre de
Cristo, por ese orden, sin que se convocara a las restantes para evitar
problemas por el orden de prelación.
Seguía después la cruz de
la colegial, con su macero delante; las comunidades de capuchinos, agustinos,
dominicos y franciscanos; el capítulo de la colegial y en medio del mismo el
túmulo llevado por D. Pedro de Frías, D. Martín Francés, D. Miguel López Bellido
y D. Juan de San Gil, vestidos con lobas y manteletas, descubiertas las cabezas
y las espadas al cinto. Cerraba el cortejo el Justicia y los Jurados. Al llegar
a la colegiata fue colocado el túmulo en el capilardente y se cantó un
responso. Seguidamente se ofició el funeral, en el que predicó el prior de
Veruela fray Plácido Gromendari, retornando a la Casa Consistorial toda la
comitiva que, antes de disolverse, asistió a un nuevo responso.
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