domingo, 10 de marzo de 2019

Interesante documento sobre la educación en el pasado


         En el archivo de la familia Zapata hemos encontrado este interesante impreso, editado en 1848 en la imprenta zaragozana de Cristóbal y José María Magallón, titulado Instrucción para el ingreso de un niño en el seminario de la Escuela Pía de Zaragoza, no reseñado en el CCPB, en el que se detallan las normas a seguir para incorporarse a ese centro que, aunque utilizaba el nombre de “seminario” era en realidad un colegio en el que, junto a niños desfavorecidos, se admitían también como internos a hijos de clases acomodadas, procedentes de localidades de la provincia. Los había también externos de la capital aragonesa y en sus aulas se educaron personajes relevantes como el general Palafox y sus hermanos, o el propio Francisco de Goya.




         Se encontraba ubicado en el mismo lugar en el que ahora se levanta el colegio de los escolapios, aunque el edificio es fruto de la reforma efectuada en el siglo XIX por el arquitecto D. José de Yarza.




         Del antiguo sólo se conserva el patio llamado de Palafox y la iglesia que está dedicada a Santo Tomás de Aquino, construida por Francisco de Velasco entre 1736 y 1740 y, en la actualidad, declarada Bien de Interés Cultural.

         Los escolapios se habían establecido en Zaragoza en 1731 y, en 1740, iniciaron su andadura docente que ha continuado hasta nuestros días. No fue el único centro docente que tuvieron en Aragón e, incluso, se intentó crear uno en Borja donde el canónigo D. Juan Miguel Amad Pérez legó todos sus bienes, en 1760, para ayudar al mantenimiento del hospital y fundar un colegio de Escolapios, proyecto que no llegó a materializarse por diferentes motivos.





         La importancia del documento que estamos comentando estriba en que, a través de las normas contenidas en él, podemos acercarnos a la organización de ese colegio de Zaragoza y a los requerimientos exigidos a padres y alumnos.
         En primer lugar, los colegiales debían ser de “familia decente y honrada”, no superando los 14 años. Las familias abonaban 6 reales diarios por su manutención y, en el momento de su ingreso abonaba 32 reales “por las vidrieras, brasero y objetos de diversión”. Para conocimiento de los padres se detalla que la dieta estará compuesta por “Desayuno completo, al mediodía sopa variada, ya de fideo, ya de arroz o de pan, cocido, principio y postre; por la tarde, merienda de frutas del tiempo, y por la noche una ensalada y un guisado o asado u otra cosa equivalente”.
         Las familias debían aportar una cama de tablas, pintada de verde; dos colchones, almohadas y la ropa correspondiente. Además, dos sillas, barra y cortinas de alcoba, junto con dos toallas, peine y cepillo. Del lavado de la ropa se encargaban, cada semana, las familias. A quienes puedan parecer extrañas estas exigencias, debemos recordar que han sido habituales hasta fechas muy recientes en las que los internos debíamos incorporarnos con los colchones y ropa.
         Más llamativa resulta la obligación de proveer a los alumnos de cubiertos de plata o marfil, con cuatro servilletas. Y, por supuesto, la uniformidad de paseo compuesta por levita negra con sombrero de copa y capa en invierno.
         También se detalla el régimen de visitas y los días en los que se les autorizaba a salir, en compañía de sus padres, para que pudieran comer con motivo de un cumpleaños o una vez al mes. Las vacaciones quedaban circunscritas al período comprendido entre el 24 de julio y el 9 de septiembre, mucho más cortas que en la actualidad.

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