Esta
imagen que hemos tomado del blog Natura
Xilocae corresponde a la “carrasca de Fombuena” y allí es considerada todo
un símbolo de este municipio zaragozano. Sin embargo, nos puede servir como ilustración
para la parábola que hoy queremos relatar:
Había
una vez una localidad aragonesa, rodeada de grandes bosques de encinas y
robles, cuyos habitantes se dedicaban al pastoreo y a la elaboración de carbón
vegetal. Los beneficios que les proporcionaba esta última ocupación despertaron
su codicia y fueron talando sus bosques hasta que no quedó rastro de los
mismos. La erosión fue descarnando sus tierras y ni los ganados encontraban ya
alimento. Poco a poco, sus habitantes tuvieron que emigrar y la población de antaño
quedó reducida a un grupo de ancianos que no se sintieron con fuerzas para
abandonar el lugar donde habían nacido. Cuando la catástrofe se había
consumado, llegó allí un investigador con el propósito de estudiar el fenómeno
que la había provocado y las consecuencias del mismo sobre sus habitantes.
Interrogó a los ancianos, porque las encuestas sobre el terreno siempre es algo
que queda muy bien en un estudio de esta naturaleza y uno de ellos le preguntó:
“¿A que no sabe Ud. quien cortó el último árbol?”. Al investigador le pareció
un aspecto marginal del problema y, sin embargo, ahí radica el núcleo de la
cuestión. El anciano continuó diciendo: “Pues fui yo. Era casi un niño. Cuando
ya todos los árboles habían caído, descubrí en lo alto de un peñasco una
pequeña carrasca y le dije a mi padre y a los hombres que le acompañaban:
¡Queda un árbol! Entre todos me hicieron subir a la roca, con la ayuda de unas
cuerdas, y yo a pesar de ser un muchacho, pude cortarla”. Al investigador le
impresionó el orgullo con el que narraba su hazaña. No le importaba nada la
desaparición de su patrimonio natural. Lo importante era “lo que la habían
gozado destruyéndolo”.
Podrá argumentarse que
era su medio de vida, pero hay algo más. En muchas ocasiones, hemos podido comprobar
personalmente el “gozo” que sienten nuestras gentes cortando árboles o
derribando monumentos, bajo la coartada de los más variados argumentos: “¿Para
qué sirven estos olivos milenarios?” y los talan para cultivar cualquier cosa,
maíz por ejemplo, a pesar de que ni el terreno ni las posibilidades de riego lo
hagan factible. “¡Hay que quitar el peligro!” y derriban palacios o castillos,
sin considerar siquiera la posibilidad de apuntalarlos, a la espera de tiempos
mejores.
La
parábola referida que, por otra parte, se basa en hechos reales, nos sirve de
introducción para comentar la triste historia de uno de los ejemplos de la
arquitectura popular o utilitaria, al que habíamos dedicado atención en el
pasado.
Se
trataba de una venta, situada en una localidad próxima a Borja, de la que
publicamos imágenes en el Boletín
Informativo de este Centro, en 2009 (nº 123-124). Allí comentábamos también
la curiosa leyenda de la “cruz truncada”.
El
edificio lo habíamos incluido entre los bienes a proteger de ese municipio y
así lo dimos a conocer en un artículo publicado en este blog, el 12 de
diciembre de 2012. Es evidente que el estado del mismo era ruinoso, pero se
trataba de una de las escasas ventas que se habían conservado en nuestra
comarca. Por otra parte, su importancia debió ser grande, como podía apreciarse
en las dos amplias cuadras que tenía, con pesebres y amarres para más de 120
caballerías.
En
todas estas fotografías puede apreciarse el estado en que se encontraba. Como
hemos señalado, es evidente que el abandono había hecho mella en el conjunto de
sus construcciones. No sabemos cuál sería la solución más adecuada para casos
como el que estamos comentando, de la misma forma que, con frecuencia, nos
planteamos los límites que es posible alcanzar en la protección del patrimonio.
Sin
embargo, la solución que ha sido adoptada en este caso constituye un punto sin
retorno. Porque, en esta fotografía puede verse el resultado final de una
actuación preventiva que, según nos comentaban, mejora la percepción del
paisaje. Lo que ocurre, es que, como en el caso de la encina de nuestra
parábola, han acabado con la que probablemente era la última venta. No nos
atrevemos a señalar otros restos, ante el temor de que también sean objeto del
mismo proceder.
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