Otro monumento
que hemos podido visitar, con ocasión del congreso de franciscanismo, ha sido
el monasterio de Santa Clara de Moguer. Fundado por el Almirante de Castilla D.
Alonso Jofre Tenorio y su esposa Elvira Álvarez, en 1337, para religiosas
franciscanas clarisas, recuerdo está asociado a la gesta colombina, como
recuerda la placa colocada en el muro exterior del mismo.
Frente
a él se alza el monumento dedicado a Colón, donde también se alude a su
relación con el convento, visitado por el descubridor en varias ocasiones. Allí
llegó buscando la protección de su abadesa sor Inés Enríquez, que era tía del
rey Fernando, y al regreso del viaje cumplió en su templo el llamado “voto
colombino”.
Cuando
regresaban a la península las carabelas La
Pinta y La Niña, fueron
sorprendidas a la altura de las Azores por un fuerte temporal que las separó. En
La Niña, donde iba embarcado Colón con marineros de Moguer, llegaron a temer
que la situación estaba perdida, por lo que decidieron encomendarse a la
Virgen, haciendo voto de que dos tripulantes, visitarían otros tantos
santuarios marianos si lograban sobrevivir. Los templos elegidos fueron el
monasterio de Guadalupe y el Santuario de la Santa Casa en Italia. Correspondió
por sorteo acudir al primero a Colón, y al segundo a un marinero de la
dotación. Fue entonces cuando los moguereños propusieron también ir en
peregrinación al monasterio de Santa Clara de su localidad y, en este caso, la
suerte recayó también en el futuro Almirante, el cual cumplió el voto el 16 de
marzo de 1493, encendiendo un gran cirio en la iglesia, donde permaneció en
vigilia toda la noche. Este acontecimiento es rememorado todos los años por los
vecinos de Moguer, con sus autoridades al frente, con una solemne Eucaristía y
el encendido de un cirio, así como con la colocación de una corona de laurel al
pie del monumento a Colón.
El
edificio conventual se articula en torno a dos claustros. El llamado “claustrillo
mudéjar” edificado en ladrillo, con tres arcos apuntados en cada panda y el “claustro
de las Madres”, de mayores proporciones. La parte inferior es del siglo XV,
mientras que en dos de sus crujías se levantó otra planta, en el XVI, con arcos
de medio punto sobre finas columnas de mármol.
Entre
las dependencias nos llamó la atención la cocina por la solución arquitectónica
de su bóveda que permite la iluminación cenital del espacio, así como por la
reconstrucción del hogar que nos permite acercarnos a la realidad de la misma
en el pasado.
Sumamente
austero es el refectorio (“refertorio” según el rótulo de su entrada), con
bóveda de crucería de ladrillo y escasamente iluminado.
Mucho
más impresionante es el dormitorio bajo con sus casi 70 metros de largo por uno
7 de ancho, cubierto por un artesonado renacentista y con un curioso púlpito de
rejería, junto a la puerta de acceso.
Como
curiosidad se ha recreado en otra estancia el “despacho” de la abadesa,
representada por una figura de indudable realismo, en además de firmar unos
documentos que, alguno de los visitantes, no pudo resistir la tentación de
leer.
La
iglesia es de dimensiones muy superiores a las habituales en un templo
conventual. Exteriormente, responde a la tipología de las iglesias fortaleza,
rematando su cabecera un ábside poligonal. El interior se distribuye en tres
naves con bóvedas de crucería y capillas entre los contrafuertes. En el
presbiterio destaca el gran retablo mayor de mediados del siglo XVII, obra de
Jerónimo Velázquez, discípulo de Juan Martínez Montañés.
Frente
al altar mayor se encuentra un impresionante túmulo funerario con cinco
estatuas yacentes que corresponden al fundador del monasterio, D. Alonso Jofre
Tenorio; su esposa Dª. Elvira Álvarez; la hija de ambos Dª. Marina Tenorio; Dª Beatriz
Enríquez; y el III señor de Moguer, el joven D. Alonso Fernández de
Portocarrero.
A ambos lados se
sitúan, bajo arcosolios, los sepulcros de D. Pedro de Portocarrero (VIII señor
de Moguer) y su esposa Dª. Juana de Cárdenas; y los de D. Juan de Portocarrero
(IX señor de Moguer) y su mujer Dª. María Osorio.
Pero,
sin duda, es el coro uno de los elementos más destacados del monumento. A él se
accede por una estancia cuadrada, con una cubierta mudéjar que, en su origen,
fue utilizada como panteón para la comunidad.
En el
interior del coro se conserva la preciosa sillería del siglo XIV, de clara
influencia nazarí, como lo demuestran los delicados capiteles inspirados en los
de la Alhambra, así como los leones que decoran los remates de los brazos de
las sillas. En sus respaldos y en sus laterales aparecen representados las
armas personales de las monjas que los utilizaron, pintados en épocas
posteriores.
En la
actualidad, el monasterio es la sede del Museo Diocesano de Huelva, conservando
obras de diferente procedencia y una colección de pintura contemporánea de
Teresa Peña, instalada en la antigua enfermería.
El
convento que, desde 1931, es Monumento Nacional (ahora Bien de Interés
Cultural) estuvo ocupado por las clarisas hasta 1902. En 1930, pasó a ser utilizado
por una comunidad de religiosas Esclavas del Sagrado Corazón, a una de las
cuales, la hermana Brígida del Corazón de Jesús se la recuerda de manera
especial con una lápida colocada en el exterior y con la calle que tiene
dedicada. Cuando se trasladaron a Sanlucar la Mayor (Sevilla) en 1955, llegaron
los capuchinos que, desde 1961, instalaron en el recinto conventual un Colegio
de Filosofía, hasta que en 1975 abandonaron el edificio que, como hemos
comentado, se transformó en Museo Diocesano.
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