Durante
días pasados se ha llevado a cabo el derribo de un edificio en la calle de
Coloma de Borja. Comoquiera que el casco antiguo de Borja está declarado Bien
de Interés Cultural en su categoría de Conjunto Histórico, cualquier actuación
en el mismo, requiere la previa autorización de la Comisión Provincial de
Patrimonio, ante la que fue tramitada y concedida, con carácter previo a la
concesión de la oportuna licencia municipal. Por lo tanto, en el procedimiento
se han cumplido los trámites preceptivos y por lo tanto el derribo es “legal”.
Otra
cosa es considerar si era necesario y, sobre todo, si la Comisión debería
recabar un minucioso estudio arqueológico e histórico previo antes de otorgar
permisos como éste en zonas especialmente sensibles.
Porque,
tras el anodino revoque de su fachada han aparecido elementos que ponen de
manifiesto que bajo el yeso había otra de ladrillo, de la que sólo se ha
conservado el arranque de un arco de medio punto y el cabecero mutilado de lo
que pudo ser su puerta de entrada. Estaríamos, por lo tanto, ante una fachada
que, por sus características arquitectónicas se enmarcaría en el siglo XVI,
como otras muchas de Borja.
Destacan
entre los restos de su estructura los dos gruesos muros laterales que la
enmarcaban, realizados en tapial y que, por lo tanto, nos retrotraen a una
época anterior, acreciendo su interés.
Pero
ha sido el Dr. D. Isidro Aguilera Aragón el que nos ha llamado la atención
sobre un aspecto mucho más relevante: la anchura del edificio. Cualquiera que
proceda a medirla, como hemos hecho nosotros, comprobará que tiene 5 metros,
equivalentes precisamente a 11 codos, antigua medida de longitud.
Y 11
codos son lo que definen a las llamadas “casas de repoblación”, porque era el
espacio que se concedía a los nuevos pobladores de las ciudades reconquistadas
para que edificaran sus viviendas.
Estamos,
por lo tanto, ante una reliquia histórica y arquitectónica del más remoto
pasado de la Borja actual. Pero no es la única, pues si se fijan todos aquellos
que recorran la calle Coloma podrán percatarse de que esa la anchura de todos
los edificios de la misma, salvo el espacio que ocupa el palacio de Navascués
que fue construido a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, tras adquirir
su propietario varias casas que allí había y que, probablemente, serían de
características similares. Lo mismo ocurre con la situada en el lado de los
pares, frente a la plaza de Aguilar, formada por la unión de dos edificios
antiguos.
Mientras
que todas ellas están prácticamente abandonadas, las hay también en la plaza de
las Canales, aunque su aspecto ha variado, tras algunas intervenciones
recientes.
En
cualquier caso, estamos ante unos edificios, inicialmente modestos, que acogieron a los primeros pobladores cristianos
de nuestra ciudad, en una zona que se extendía fuera del recinto musulmán,
delimitado por las calles de San Bartolomé y San Juan. Para protegerla, se
levantó otra muralla, de la que el torreón encontrado en la plaza del Mercado,
constituye una prueba inequívoca de esa cerca que llegaba hasta la citada plaza
que, por quedar en su interior, fue denominada después “plaza de Adentro”.
En
cualquier país del mundo en el que se hubieran conservado testimonios que
pueden ser datados en el siglo XII o XIII, los cuidarían con mimo, harían todo
lo posible por mantenerlos y los mostrarían con orgullo. Pero aquí, que no
tenemos la necesidad de recrear “barrios góticos”, porque los tenemos de todas
las épocas y culturas, somos incapaces de percatarnos de su importancia. Y no
nos referimos sólo a quienes residen aquí, sino a un sistema de protección del
Patrimonio Cultural de todos los aragoneses que viene dando constantes pruebas
de la necesidad de configurarlo de otra forma para que cumpla realmente su
misión, de una manera eficaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario