Cuando
hace unos días publicamos esta bonita fotografía, hubo algunas personas que no
identificaron el lugar al que correspondía. Se trata de la Torre de Alfaro,
situada muy cerca de Maleján, en el camino que cruzando el Huecha conduce al
término del Campo.
Había
sido mandada construir por D. Emilio Alfaro Lapuerta, con elementos procedentes
de antiguas casas de Borja y de otros lugares. Nacido en nuestra ciudad el 16
de febrero de 1903, fue un destacado periodista que inició su labor en El Día, pasando después a La Voz de Aragón, siendo nombrado más
tarde director de la Hoja del Lunes,
al frente de la cual estuvo hasta su fallecimiento. Durante su vida fue un
incansable defensor de nuestros valores, por lo que fue distinguido título de
Cronista Oficial de la ciudad.
Su
torre era lugar de reunión de destacados intelectuales de la época. Uno de los
que la visitaron fue D. Santiago Galindo Herrero, también periodista que
desempeñó puestos de responsabilidad política y que terminó siendo nombrado
Director General de la Compañía Telefónica, falleciendo el 4 de diciembre de
1977, cuando regresaba de Miami.
En 1955,
D. Santiago Galindo estuvo en la torre de Alfaro y, raíz de ello, publicó en la
Hoja del Lunes que dirigía D. Emilio
una larga columna, con el título “Un pueblecito del Moncayo”, en el que cantaba
las excelencias de la torre y de su jardín, al que cada día bajaba el párroco
de Maleján, “mosén Ramón, como alude al que desempeñara ese cometido pastoral
durante muchos años, D. Ramón Bona y sobre el que manifestaba su admiración.
Durante
su permanencia en la torre coincidió con las fiestas de Maleján, asistiendo al
tradicional baile del roscón y a su desfile por las calles de la localidad,
acompañado por los danzantes.
Le
sorprendió gratamente el clima de hermandad de la fiesta, hasta el punto de
terminar su artículo con la frase: “Yo he visto el milagro en un pueblecito del
Moncayo”.
Reproducimos
el artículo completo, a pesar de su extensión y su formato que obliga a
fraccionarlo, como testimonio de una época y de la impresión que nuestras
tradiciones causaban a las personas llegadas de fuera, aunque en este caso D.
Santiago Galindo fuera aragonés.
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