Calcena es una localidad que cuenta, en la actualidad, con
unos 50 habitantes empadronados. Sin embargo, en el siglo XIX llegó a superar,
con creces, los 1.000 y en 1900 el Censo Oficial arrojaba una cifra de 776
habitantes. Esta espectacular crisis demográfica vino provocada, en gran medida,
por la deforestación que acabó con el carboneo, una de las actividades
económicas a las que se dedicaba una parte de la población. Pero, sobre todo,
por el cierre de sus minas de plata que generaban un buen número de puestos de
trabajo.
Pero del esplendor del pasado en el que fue residencia de
verano de los obispos turiasonenses, ha quedado un espectacular patrimonio
arquitectónico y el recuerdo de un buen número de tradiciones que constituyen
el objeto de estos artículos.
Para conocerlas es fundamental la obra Villa de Calcena. La cara oculta del Moncayo. Antiguo señorío de la
mitra de Tarazona, de la que es autor su actual párroco D. Nicolás
Sebastián Horno, natural de Calcena, así como los artículos aparecidos en El Eco del Isuela, la publicación
periódica que edita la Asociación de Amigos de la villa de Calcena.
En esas fuentes nos hemos basado, reproduciendo algunas de
las imágenes aparecidas en ellas, aunque carecemos de fotografías de muchas de
esas tradiciones.
La primera manifestación registrada en el transcurso del año
es la del canto de la Aurora el día de Reyes. No era la única, dado que había
otra propia del día de Navidad, junto con el canto de villancicos.
El 17 de enero, fiesta de San Antón, se iba con los animales
de labranza hasta la ermita de la Virgen, ahora en ruinas, dando tres vueltas
en torno a ella.
Según relata D. Nicolás Sebastián, el día de San Babil (24
de enero) era costumbre arrojar zanahorias a los niños, desde la torre de la iglesia
parroquial, esforzándose, como si fuera una competición, en recoger cada uno el
mayor número.
El día de Jueves Lardero se solía ir a comer el tradicional
palmo a la ermita de San Roque o en otros lugares próximos. Para carnaval era
costumbre vestirse con viejos trajes y la cara tapada. F. Ruiz señala que se
echaban vino unos a otros y que el último día los quintos recorrían las calles,
acompañados por un burro e instrumentos de cuerda, pidiendo lo necesario para organizar
una merienda, mientras entonaban unas coplas que reproduce en uno de los
números de El Eco del Isuela.
Especial atención merece la forma en la que se celebraba la
Semana Santa en la que la cofradía de la Sangre de Cristo se encargaba de la instalación
del monumento que estaba formado por una serie de bambalinas de sargas
pintadas.
Desgraciadamente se ha perdido como también ocurrió con
otros similares de nuestra zona. Para ofrecer una idea de cómo podía ser,
insertamos estas dos fotografías que corresponden al monumento de Villahermosa
(Ciudad Real), la primera, y al de Pozalmuro (Soria), la segunda.
La cofradía o hermandad de la Sangre de Cristo era muy
antigua e intervenía también en todos los entierros que se pregonaban, a son de
una campanilla” con la fórmula: “Rogad al Señor con un Padrenuestro y Avemaría
por el difunto de hoy”.
De los actos que tenían lugar durante la Semana Santa ha
quedado una precisa relación escrita, en 1934, por el entonces párroco D. Félix
Escribano López, transcrita por D. Nicolás Sebastián Horno en su libro.
En ella se hace referencia a los treinta y dos miembros de
la cofradía de la Minerva, una cofradía eucarística, que ataviados con sus “típicas
capas aguadoras” pasaban a comulgar el día de Jueves Santo. Esta cofradía celebraba
también, en los llamados “Domingos de Minerva”, una procesión dentro de la
iglesia y era la que acompañaba al Santísimo durante la procesión del Corpus y
cuando se llevaba el Viático a los enfermos.
A media tarde del Jueves Santo, se celebraba una procesión
en la que participaban los pasos de la Oración en el Huerto, Jesús con la Cruz
a cuestas, Jesús atado a la columna, San Juan Evangelista y la Dolorosa.
Entonando el Miserere,
salía por la puerta principal del templo y, bajando por la plaza, subía por el
Cortijo para retornar por la puerta románica, que es la que aparece en la
fotografía. Al entrar el cortejo, se
hacían las llamadas “cortesías” ante el Monumento.
Después, volvían a salir por la puerta principal, entonando
el Vexila Regis y, al retornar a la
iglesia, se procedía al rezo del Rosario
y al canto del “Reloj de la Pasión”.
El llamado “Reloj de la Pasión” era una práctica habitual en
muchos lugares, con la que se recuerda, hora a hora, el último día de la vida
del Señor, a través de unas sencillas coplas.
El Viernes Santo, los actos daban comienzo a una hora tan temprana
como las cinco de la mañana, cuando tenía lugar el Sermón de la Pasión, también
conocido con el nombre de “Sermón de la bofetada”, en recuerdo de las que
recibió Cristo en el pretorio.
Después, la Aurora recorría las calles de la localidad y, en
torno a las ocho de la mañana, se cantaba el Oficio Divino de ese día, conocido
como “oficio de tinieblas”, presidido por el tenebrario, el gran candelabro
cuyas velas se van apagando, una a una. En Calcena, al finalizar cada salmo,
los niños presentes pateaban y golpeaban los bancos de la iglesia, simulando su
pesar por la muerte del Señor.
Salía después el pregón que, en este caso, era presidido por
el párroco. El cortejo lo integraban hombres con túnicas negras, acompañados
por dos tambores y una ocarina. En los lugares establecidos el párroco
anunciaba: “Fieles cristianos, hermanos de Jesucristo, sabed: Que Jesús
Nazareno ha muerto afrentosamente en una cruz por nosotros pecadores y su Madre
Santísima, triste y desconsolada, pide a los cristianos que acudan a darle
sepultura”.
A las seis acudían todos al templo, en cuyo presbiterio se
había colocado la imagen de Cristo yacente, que no es la que aparece en esta
imagen, ya que la original se perdió hace unos años tras un extraño incendio. A
su lado estaban las imágenes de la Virgen Dolorosa y San Juan Bautista.
Ante ellas volvían a hacerse las “cortesías”, ceremonia a la
que D. Nicolás Sebastián no duda en calificar de “sobrecogedora”, al igual que
el párroco D. Manuel Izal que, en 1944, favoreció la recuperación de la Semana
Santa calcenaria.
El sonido de un único tambor y el de la ocarina era lo único
que se escuchaba, en contraste con el estruendo habitual en otros lugares.
Protagonistas singulares de la procesión del Viernes Santo
eran los “longinos”, unos personajes, en número variable, que originalmente
vestían pantalón blanco, una casaca roja o azul, cruzando el pecho con una
banda azul y cubriendo su cabeza con su sombrero, a manera de mitra, con rayas
verticales azules y rojas. La descripción es de D. Antonio Tormes que recordaba
sus vivencias del año 1953 cuando ensayaban en la casa de D. Basilio Ainaga,
cuya familia participaba, casi en su totalidad, en la representación.
En esta fotografía, el atuendo difiere bastante pero en ella
se aprecia la pequeña figura del ángel que, con su bastón, marcaba el ritmo de
los “longinos” y, cuando tocaba el escudo con el bastón, todos ellos daban un
golpe seco con sus lanzas en el suelo. Detrás de ellos iba el diablo,
representado por un personaje anciano.
En 1956, esta tradición se perdió y los “longinos” fueron
reemplazados por soldados romanos, como en otras partes.
La procesión del Santo Entierro se mantiene y se ha creado
una agrupación de Tambores y Bombos que no sólo participa en ella, sino que se
desplaza a otras localidades.
La Semana Santa de Calcena finalizaba con la ceremonia del
Encuentro que tenía lugar en el interior del templo de una forma peculiar el
Domingo de Resurrección.
Al término de la Solemne Misa que se celebraba a las seis de
la mañana, el sacerdote, revestido con capa pluvial y humeral, tomaba en sus
manos la custodia con el Santísimo y, bajo palio, se colocaba en la nave
central del templo. Ante ella desfilaban las imágenes de San Juan Evangelista y
la Virgen, que había trocado el luto por un traje de fiesta.
Los portadores de las peanas se arrodillaban por tres veces
ante el Santísimo, manteniéndolas equilibradas, a pesar de que en una de sus
manos llevaban un cirio encendido. Mientras tanto, el coro entonaba el Regina Coeli.
Ahora, la procesión del Encuentro tiene lugar el Jueves
Santo. Los hombres llevan la imagen del Nazareno y las mujeres la de la
Dolorosa. El significado no es, por lo tanto el mismo, pues mientras la antigua
tenía el carácter jubiloso, propio de la Resurrección, esta otra es similar a
las de otras localidades, en las que se representa el encuentro de María con su
Hijo, camino del Calvario.
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