La semana pasada el Presidente Trump sorprendió al mundo
anunciando la posibilidad de atacar 52 monumentos de Irán, en el marco del
enfrentamiento que mantienes ambos países.
Aunque es una república islámica, en su territorio se asentó
el Imperio persa aqueménida, cuya capital Persépolis, edificada en 521 a. de C.
por Darío I, conserva importantes restos arqueológicos, al igual que existen en
otros lugares relacionados con su esplendor pasado.
Comoquiera que la amenaza no concretaba la ubicación de esos
52 monumentos, (un número relacionado con los 52 ciudadanos norteamericanos que
permanecieron detenidos 444 días, tras el asalto a la embajada en Teherán al
inicio de la revolución islámica), no se sabe si entre los objetivos de Trump
figuraban los monumentos del remoto pasado o los directamente relacionados con
épocas más recientes.
El anuncio provocó estupefacción en todo el mundo civilizado
y las reacciones no se hicieron esperar. Desde las protestas en las propias calles
de Estados Unidos, hasta las declaraciones en contra de todo tipo de entidades
y asociaciones, entre las que se encuentran los comunicados hechos públicos por
Europa Nostra e Hispania Nostra. Lo mismo ha sucedido con los medios de
comunicación y, así por ejemplo, Heraldo
de Aragón, dedicó ayer un artículo a esta cuestión.
En el recuerdo de todos permanece la destrucción de los Budas
de Bāmiyān, situados en Afganistán que, en 2001, fueron volados por los
talibanes. Eran dos monumentales estatuas de Buda, labradas en los acantilados
del valle que les daba nombre, entre los siglos V y VI de nuestra era. Aquel
acto provocó una repulsa generalizada, acrecentada por las palabras del
entonces Ministro de Información de los talibanes que se jactó del éxito de una
operación que, como comentaba, entrañaba muchas dificultades.
Pero donde la barbarie alcanzó sus más altas cotas fue a
mano del ISIS cuando, en 2015, ocupó la antigua ciudad de Palmira (Siria),
cuyas ruinas solo tienen parangón, desde el punto de vista arqueológico con las
de Pompeya y Éfeso. La voladura de sus templos y la destrucción del teatro
fueron declarados “crímenes de guerra” por la UNESCO que, previamente, había
inscrito el lugar en la lista del Patrimonio Mundial.
El teatro había sido el escenario elegido para algunas de
aquellas horribles ejecuciones masivas y, no contentos con eso, llegaron a
decapitar al antiguo director del yacimiento de Palmira, el eminente arqueólogo
Khaled al Asaad (1933-2015) cuyo cadáver vejado fue colgado de un semáforo. En
nuestro blog publicamos un artículo sobre esos lamentables hechos que puede
releerse en este enlace.
Es lógico, por lo tanto, que también ahora nos sumemos a la
repulsa general cuyo fundamento estriba en el hecho de que, en 1954, fue
adoptada en La Haya una convención para la protección de los bienes culturales
en caso de conflicto armado, que Irán fue uno de los primeros países en
ratificar (lo hizo el 22 de junio de 1959); España el 7 de julio de 1960, y los
Estados Unidos en fecha tan tardía como el 13 de marzo de 2009.
Además de comprometerse a salvaguardar esos bienes en caso
de conflicto y a prevenir el pillaje (algo demasiado frecuente), el artículo
7.1 establece la obligación de los Estados Parte de introducir en tiempo de
paz, en los reglamentos y ordenanzas de sus tropas “disposiciones encaminadas a
asegurar la observancia de la presente Convención y a inculcar en el personal
de sus fuerzas armadas un espíritu de respeto a la cultura y a los bienes culturales
de todos los pueblos”.
El artículo 16 define el emblema de la convención que
consiste “en un escudo en punta, partido en aspa, de color azul ultramar y
blanco (el escudo contiene un cuadrado azul ultramar, uno de cuyos vértices
ocupa la parte inferior del escudo, y un triángulo también azul ultramar en la
parte superior; en los flancos se hallan sendos triángulos blancos limitados
por las áreas azul ultramar y los bordes laterales del escudo)”.
Mientras que en España este emblema es prácticamente
desconocido, en Europa son muchos los monumentos que lo tienen en su fachada.
Lo hemos visto en Limburg, en Brujas y también en Bolivia, donde el cartel contaba
con el patrocinio de REPSOL.
Se trata de un gesto simbólico que, en caso de guerra, debe
reforzarse con las medidas que establece la convención, colocándolo en lugares
visibles para las fuerzas de tierra y aéreas, bien aislado o formando un
triángulo con tres emblemas en los casos de monumentos que gocen de protección
especial.
La destrucción intencionada del Patrimonio Cultural es
considerada actualmente un crimen de guerra por lo parece inaudito que todo un
Presidente anuncie acciones de este tipo contra otro Estado. Comoquiera que no
podía ignorar sus consecuencias, sólo cabe suponer que se trató de un
inadecuado gesto hacia la galería, sin intención de consumarlo. Pero, ni tan
siquiera es admisible al tratarse de un asunto de suma gravedad y con precedentes
tan lamentables como los expuestos en los que la Humanidad parece alcanzar a un pasado que la evolución de la civilización parecía haber dejado relegado al olvido.
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